
La Habana, 2 dic.- Atrapado y manipulado por la conspiración personal y vengativa de Marco Rubio contra Cuba, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, repite sus mentiras y las convierte en titulares internacionales, que le adjudican a su cruzada belicista, anticomunista, racista y neofascista.
Récords mundiales de mentiras durante un mandato: en persecución, torturas, arbitrariedades y abusos contra los derechos humanos de migrantes; deportaciones masivas; cierres gubernamentales que profundizan la pobreza y el malestar entre los norteamericanos; rechazo popular a su gestión entre los hispanos que sobrepasa el 80 % y la polarización política de un país militarizado en contra de la voluntad de gobernadores, alcaldes y sus ciudadanos.
Trump ha impuesto la venganza como política de Estado, asesorado por el líder de la mafia terrorista anticubana de Miami, ahora Secretario de Estado, por lo que la propia gran prensa de EE. UU. lo ha calificado como el gobierno de los peores.
Con esos truenos, y los vientos de guerra soplando en el Caribe, pisoteando la declaración concertada de Zona de Paz, Washington apela nuevamente al pretexto de la guerra contra el narcotráfico para intervenir militarmente en Venezuela, y amenazar a Cuba, Nicaragua y a otras naciones.
Para las mentiras hay respuestas contundentes desde Cuba y verdades como puños que ponen en tela de juicio la seriedad y voluntad real de la Casa Blanca para asumir con responsabilidad el enfrentamiento al narcotráfico, más allá de palabras o frases coléricas del magnate, devenido nuevo gran dictador mediático.
En los últimos 14 años, la Isla ha impedido la llegada a territorio estadounidense de más de 40 toneladas de drogas, que precisamente tenían como principal destino ese país, pese al recrudecimiento del bloqueo que obstaculiza la reposición de costosos motores para las embarcaciones de las Tropas Guardafronteras, de piezas de repuesto, combustible, escáner para los pasos de frontera y revisión de contenedores y otros medios.
Sobreponiéndose a las prohibiciones y persecuciones de la guerra económica de EE. UU., las autoridades cubanas garantizan 24 horas ininterrumpidas de vigilancia y enfrentamiento en el mar, protege los miles de kilómetros de costa por el norte y el sur, asegura los controles permanentes en puertos, aeropuertos y marinas e intensifica las inspecciones en los puntos de control de las principales carreteras del país.
Todo ello a pesar del incumplimiento, por la parte norteamericana, de memorandos de entendimiento y otros acuerdos de cooperación en esta materia que, de funcionar adecuadamente, contribuirían a elevar la efectividad del enfrentamiento en el área. Los órganos homólogos estadounidenses tienen pruebas de esas verdades recientes.
Además, para Cuba es fundamental contar con informaciones y antecedentes de nacionales radicados en territorio norteamericano o ciudadanos que inciden en EE. UU. y se dedican a tratar de introducir drogas en nuestro territorio. Sin embargo, no existe reciprocidad o respuesta a requerimientos de los órganos de enfrentamiento cubanos.
La seriedad e integralidad de la política antidrogas del Gobierno de Cuba tiene el aval de 67 años de resultados efectivos a partir de la amplia participación institucional y popular, multifactorial, donde la prevención tiene un lugar principal con la educación, la cultura, la salud y el deporte como antídotos fundamentales, junto con el enfrentamiento en sistema y una respuesta jurídico-penal severa contra esos delitos.
El prestigio y la transparencia de la Mayor de las Antillas le han asegurado un puesto y una voz en los principales foros internacionales en que se debate sobre el tema, se mantiene estrecha cooperación operacional con los servicios antidrogas extranjeros e Interpol, con los cuales se intercambia información de inteligencia, así como las experiencias alcanzadas en los modelos de prevención y enfrentamiento, en correspondencia con los acuerdos suscritos en el orden multilateral y bilateral.
Todo ello se realiza en igualdad de condiciones, con respeto al derecho internacional, la independencia y la soberanía. Una batalla común, por el bien de la salud y la convivencia en paz, no por ambiciones, hegemonías, cambio de régimen o «hacerse el grande otra vez» en el hemisferio y apabullar a Latinoamérica y el Caribe como neocolonias o bases militares. (Texto y foto: Granma Digital)