La Habana, 7 dic.- Su grandeza descansó siempre en su candidez y modestia, virtudes capaces de hacer a Nelson Mandela desprenderse de títulos y cargos en pleno cenit de su vida política, o romper el protocolo para posar junto a periodistas.
"What's happen with your neck?" (¿Qué le pasó en el cuello?), fue la expresión de saludo que el exestadista fallecido este 5 de diciembre utilizó la última vez que lo vi en Pretoria en marzo de 2000, ocasión en la que acompañaba como reportero a una delegación cubana de alto nivel.
Madiba, como los sudafricanos apodaban al primer presidente negro del país más austral de África (1994-1999), cumplió con las reverencias de rigor a los visitantes caribeños y al verme llevar un collarín se apartó un instante para estrecharme su diestra.
La conversación duró segundos -para mi, eternos e imborrables-, y el renombrado luchador contra el apartheid se interesó por los pormenores del percance automovilístico que había sufrido en Luanda, Angola, causante de que un galeno me indicara usar la aludida minerva.
Tal gentileza la coronó posando para el recuerdo con un ministro y embajadores cubanos, y pedir a alguien que asumiera por un momento el rol del reportero para que éste no quedara privado de una instantánea junto a él en la que -como era habitual- se le veía sonriente.
Y es que el amor de Mandela hacia Cuba, su gente, sus dirigentes y su revolución fue inagotable e inequívoco, al punto de no temblarle el verbo para calificar de criminal, injusto e inhumano el bloqueo económico de Estados Unidos contra la nación antillana.
Recuerdo la primera vez que lo tuve enfrente. Fue en junio de 1996 en una rueda de prensa en Luanda junto al presidente angoleño, José Eduardo Dos Santos, y previo a la visita a ese país africano de la entonces secretaria de Estado norteamericana, Madeleine Albright.
A una pregunta de Prensa Latina, el líder del Congreso Nacional Africano ensalzó la contribución solidaria de Cuba con África, y la contrastó con la que suelen brindar potencias occidentales, casi siempre condicionada a fines políticos.
Mandela encomió en aquella ocasión la decisiva ayuda militar cubana para eliminar el régimen del Apartheid en su país y lograr la independencia de Namibia, en marzo de 1990. Fue muy locuaz al hablar de la batalla de Cuito Cuanavale (Angola, 1988) y su trascendencia para África.
Mucho antes de su liberación en 1990 tras 27 años de severo encarcelamiento -a la postre una de las causas de sus dolencias pulmonares- ya dejó constancia de su identidad con las ideas revolucionarias y las luchas emancipadoras en distintas latitudes.
Con 95 años cumplidos el pasado 18 de julio, el abogado que de joven renunció a su herencia como jefe de una tribu xhosa sigue siendo fuente de inspiración de múltiples generaciones por su estirpe de hombre tolerante, bondadoso y, a la vez, de principios inamovibles.
Contrario a lo que muchos creyeron lógico cuando asumió la presidencia en 1994, se despojó de odios y rencores para conducir una transición inclusiva de blancos y negros, con una nueva Constitución y un gobierno de unidad, siempre apelando a la paz y la reconciliación.
Así como para los sudafricanos Madiba era y será insustituible y admirado, para millones de personas en el planeta el Premio Nobel de la Paz 1993 es un símbolo siempre viviente, y en lo personal lo valoré como el político más respetado y carismático del mundo en los últimos años.
No fue casual que sus admiradores y adversarios políticos llevaran meses rezando por su mejoría, mientras los noticieros en distintos formatos alimentaron la inquietante expectativa por los altibajos de la precaria salud del expresidente.
En la retina de quienes lo vimos una vez perdurará su imponente imagen, en la mente de los que supieron de su quehacer humano quedará un ejemplo imperecedero, y en mi ese privilegiado "what's happen with your neck?", el apretón de manos y la palmada en el hombro. (Por Ulises Canales/PL).