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plan de paz, Ucrania, geopolítica, Venezuela, invasión de Estados Unidos

¿Por qué ha fallado el plan de paz en Europa?


EE.UU, 4 dic.- La cuestión de Ucrania no se va a resolver a favor de Occidente. Hay que ir a la génesis del conflicto, allá en el año 2014, cuando el golpe de Estado y la revuelta de colores hicieron caer a un gobierno incómodo para los europeos y los norteamericanos y dio paso al caos de sucesiones que trajo consigo la llegada de Zelensky. La ocupación de Crimea y posteriormente la crisis en el Dombás fueron episodios en los cuales se estaba jugando el ajedrez geopolítico. No eran choques étnicos, no se trataba de provincias, sino de porciones del terreno que estaban al servicio de interpretaciones mucho más trascendentales. Un territorio que podía servir —como ha sido— de guerra proxy contra Rusia o sea de conflicto de aproximación en el cual las fuerzas se miden en función no ya de derrotar, sino de un desgaste del contrario.

Estas guerras proxys son una estrategia de la cuestión geopolítica que usa a terceros como carne de cañón para evitar las pérdidas internas y la crisis de gobernabilidad que de ello se deriva. La guerra de Irak con su alto número de bajas dio paso a la implementación de la fuerza desde otros ángulos, dígase inteligencia, guerrillas, grupos irregulares, segmentación de enemigos o manejo de la información a nivel de redes sociales. Todo eso ha estado sobre el terreno en Ucrania, un país en el cual las potencias han probado las armas convencionales y las que no lo son, pero que pueden representar una ventaja de tipo estratégica. Eso quiere decir que, en la guerra, gana quien no la eche o quien la haga a medias, con el menor número de bajas y de costo posible. El objetivo, ya que se trata de enemigos que se pueden anular, consiste en el desgaste del otro, en llevarlo a negociar y debilitarlo. Eso es lo que sucede en Ucrania y el ajedrez tiene por un lado los efectos de las sanciones contra Rusia, que han rebotado hacia Europa y lo que Estados Unidos sufre como economía dependiente de la globalidad del comercio. Es sabido que para Washington también existe un precio a pagar, más allá del dinero o de los recursos, el precio de la pérdida de influencia.

¿Qué ha hecho Trump? Empantanar las negociaciones, llevar todo a un debate sobre sí mismo y a la postre ha salido como vencedor Rusia, potencia que tiene el tiempo a su favor ya que dispone de un ejército superior al de Ucrania. Pero más que eso, Trump ha dado la imagen a su electorado de que iba a logar la paz y lo que se ha visto es casi como claudica ante los adversarios de Estados Unidos. Esto coloca a la administración en la posición de fiera herida y de buscar un golpe de efecto en cualquier cosa (por ejemplo, una guerra exterior). Se puede decir que en el presente nada de lo que era parte del poder inteligente norteamericano está funcionando y en cambio se ve una deriva autoritaria y absurda que se concentra en la imagen del presidente, en alardes vacíos y en un ejercicio de retórica que no posee basamento. ¿Quería Trump el acuerdo para usarlo de pivote para el Premio Nobel de la Paz? Quizás el hecho de no ganarlo le hizo girarse hacia otro escenario. En todo caso, si algo caracteriza a esta administración es su falta de consistencia, sus absurdos constantes, sus leyes estúpidas y el discurso políticamente analfabeto de sus miembros.

Pasamos a la fase en la cual el presidente de los Estados Unidos no ganó el Nobel y todo se concentra en Venezuela. Se va a silenciar el escenario europeo a partir de la bulla en el Caribe y de las embarcaciones destruidas en el mar, sin que medien debidos procesos judiciales. El falso positivo ha sustituido la necesidad de una articulación institucional y hemos visto el peso que eso tiene en la toma de decisiones. Es lo que pasa cuando se está ante un gabinete que no está compuesto por profesionales de la política, con independencia del fascismo barato.

Si algo está claro en este escenario global es el enfrentamiento para reescribir el mundo post Yalta. O sea, por definir las esferas de influencia. Y eso está pasando porque Estados Unidos, que antes era el gendarme, no puede poseer fuerzas en todo el orbe o al menos ser incontestable en todas partes. ¿Será la guerra en el Caribe en caso de pasar la última que marque la decadencia del imperio anglosajón? China pareciera estarle pisando los talones, con todos los negocios con minerales y combustibles en la región y con los muchos intereses que están creados. Más que eso, los norteamericanos parecieran desesperados y con miedo a actuar, cuando se sabe que en la cúspide de su poder ni siquiera avisaban y se daban las agresiones sorpresa, preventivas. El aparato militar estadounidense, quizás ya no el más avanzado del mundo, les cuesta a los contribuyentes millones de dólares de inflación, que luego se sacan de los seguros sociales y de los programas que Trump está reduciendo para engordar su ego desmesurado, patético y mediocre.

 Lo que nadie se imaginó nunca es que el ocaso de una potencia iba a estar signado por el ridículo, la decadencia moral y la mentira hasta el punto de definirse geopolíticamente a partir de los impactos en redes sociales de su presidente. En la historia —cuando se estudie el presente— hay que tener en cuenta como variable el ego de Trump que en su megalomanía llevó a su país a malbaratar los últimos vestigios de un poder en retirada, del cual quedan la moneda inflacionaria y una economía de servicios que sube aranceles para que los pague el pueblo. Un gobierno así solo pudo llegar mediante votaciones regidas por la ignorancia, la falta de visión masiva y la manipulación mediante la posverdad de las redes sociales. La segmentación de los públicos, el manejo de matrices. Trump pasa a la historia por ser el sujeto que —fundado en no tener escrúpulos— llegó al poder parasitando con divisionismo la sociedad y creando en torno a su persona poco más que una secta de adoradores cuya posibilidad de análisis no va más allá de la amenaza.

¿Se logrará la paz? Es poco probable, en realidad podremos si acaso ver un empeoramiento de las condiciones en las cuales se está dando esa guerra proxy con un costo mayor para Ucrania y un resultado bélico nulo. Europa, empobrecida por el intercambio desigual al renunciar al petróleo ruso, cada vez más en las manos norteamericanas y Estados Unidos tratando de sostener un status de Yalta que en efecto declaró en su momento al viejo continente como coto de caza yanqui. Eso quiere decir que va a seguir la polémica en torno a las fronteras pues en definitiva eso abre las posibilidades a Occidente de guerras proxys. Quizás los republicanos elijan al Caribe como escenario, pues es más propicio para su propaganda por votos. El fantasma del comunismo no lo pueden combatir contra Corea del Norte o China, porque las temperaturas suben, entonces usan a naciones más pobres como enemigos para lograr un rebote electoral. De eso va todo. La cercanía de unas elecciones intermedias coloca al mundo al borde de guerras, las cuales son vistas por Trump como oportunidades para borrar los problemas de casa y esgrimir el patriotismo. Estrategia de populistas que no van a ofrecer nada y que en todo han manejado la diatriba.

Cuando se dieron las marchas multitudinarias contra Trump y cayó su popularidad, se hizo evidente que vendría algo en política exterior. El tratado de paz con Ucrania es un desastre, la apuesta se gira hacia América. Pero Rusia posee ahora la iniciativa y puede usar como pivote lo que sucede en el Caribe para avanzar. Estados Unidos no puede sostener dos frentes al mismo tiempo y la cuestión se puede ir de control. Si no posee inteligencia para dirigir un país en paz, imaginemos a Trump en un país en guerra. La elección de ese hombre por su pueblo no pudo ser más errada. ¿Y el caso de los papeles de Epstein? Eso también está llevando las cosas hasta este punto: guerras, amenazas, el fantasma del comunismo, también del narco. Todo para que los medios no puedan concentrarse en los dichosos documentos.  

Estados Unidos no es el mismo de antes, pero el mundo tampoco, la paz en Ucrania no es una fórmula que pueda salir del capricho de un presidente, sino un asunto de índole geopolítica. Verlo como una guerra entre malos y buenos no nos dará la claridad que requerimos en este sentido. Ver la política exterior como una extensión de la doméstica y usarla para acallar los reclamos es echarle más gasolina al fuego. Cuando salió electo el que perpetrara un golpe de Estado contra el Capitolio en la transición hacia Biden muchos advirtieron que ninguna promesa de campaña era realista, ni podía llevarse adelante. Pero la posverdad fue más fuerte y ahí está el resultado. Ahora hay que ver si la casta de bestias que mal gobiernan ese sistema están dispuestas —si pierden las elecciones— a entregar el poder, con todo lo que eso implica de normalización y de análisis de sus desmadres. Porque en el reacomodo posterior a los republicanos vendrá el ajuste de cuentas y la indagación. Y ahí debe haber maravillas, en el sentido más irónico.

El próximo capítulo de esta novela se puede escribir desde la comedia o la tragicomedia, pero estaremos seguros de que será uno de los últimos en la larga diatriba del este grupo de poder contra el sentido común, la política profesionalmente entendida y el pensamiento. Ojalá eso suceda cuanto antes. (Texto: Muaricio Escuela/ Cubasí) (Foto: Cubasí)


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