
Paraguay, 25 dic.- Y estas chulerías abarcan lo peor que usted pueda imaginar, comenzando que fue el primer presidente latinoamericano que se prestó a acompañar a La Sayona, María Corina Machado, en la ceremonia de entrega del Premio Nóbel de la Paz, que, si pensamos bien, lo tiene merecido, porque el galardón ha perdido su significado loable y alaba las causas injustas desde hace mucho tiempo.
Santiago Peña, un individuo que roba impunemente las arcas de su país, Paraguay, sin que nada ni nadie ponga trabas, aprovechó para vacacionar con su esposa, algo que de una, manera u otra, invocando el nombre de la galardonada, hicieron también los presidente de Argentina, Javier Milei; de Ecuador, Daniel Noboa, y de Panamá, José Raúl Mulino.
La participación de gobernantes latinoamericanos en la ceremonia ha sido criticada por el gobernante Partido Socialista Unido de Venezuela, cuyo secretario general, Diosdado Cabello, dijo que “esos presidentes son unos flojos, vagabundos, como que no tuvieran nada qué hacer en sus países (…), son unos chulos (vividores) que no pierden oportunidad para viajar a cualquier lado”.
Siempre en actitud de destaque, el mandatario paraguayo afirmó que “el Nobel de la Paz otorgado a María Corina Machado, genuina representante de la oposición al régimen de Nicolás Maduro, representa el reconocimiento del mundo a su valentía y sacrificio por la libertad de la nación hermana de Venezuela.
Este acto mantiene viva la esperanza. Desde el Gobierno del Paraguay reafirmamos que la libertad y la democracia son innegociables y que el pueblo venezolano no está solo en este camino”, dijo sin inmutarse.
Así. Peña revive laureles, deleznables, como cuando recibió el Premio Gesher, otorgado por el Comité Judío Estadounidense, por posesionar a su país como uno de los aliados más firmes de Israel. Lo hizo abrazando la idea de que el principal problema a tener en cuenta es el derecho a la defensa de Israel, y que las amenazas están relacionadas con el antisemitismo sufrido por los judíos hace centurias.
El presidente de Paraguay no tomó en cuenta lo que está sucediendo en los territorios ocupados en Cisjordania y Gaza.
Hoy, el término “Gran Israel” ya es un proyecto concreto y en desarrollo, alentado por la derecha israelí, desde el Likud hasta el Sionismo Religioso y Fuerza Judía, liderado por Itamas Ben Givir. Ese proyecto se ha asentado en los territorios ocupados, ahora reclamados como Judea y Samaria por los colonos. Ahí se ha desarrollado un sistema de apartheid, con segregación territorial, expansión de asentamientos, desplazamientos forzosos. Con diferencias legales: Los colonos israelíes están sujetos a la ley civil israelí, mientras que los palestinos viven bajo estatutos militares.
Tampoco mencionó el presidente Peña cómo aquella “defensa” de Israel se ha venido transformando. De una respuesta militar desproporcionada a una violación del derecho humanitario, y ahora un genocidio, con crímenes de lesa humanidad. Hace un parangón entre el pueblo judío y el paraguayo, comparando el holocausto y los ataques a Israel, con la Guerra de la Triple Alianza que devastó el Paraguay en el siglo XIX. ¿No será que un parangón más actual pueda ser los bombardeos y muertes de niños y mujeres palestinos en Gaza? ¿Por qué escoge uno y no el otro?
No quiere caer en la cuenta de que la causa actual no es la condena del antisemitismo. Figuras destacadas de la diáspora judía y dirigentes políticos del propio Israel lo están diciendo abiertamente. El país está siendo guiado por un sionismo nacionalista extremo, que sueña con la posibilidad de expulsar a aproximadamente seis millones de palestinos de sus territorios.
En efecto, como dice el muy conocido internacionalista John Mearsheimer (un realista nada proclive a sentimentalismos o posicionamientos éticos), Israel está en serios problemas. Se ha negado a reconsiderar la solución de los dos Estados, impuso un apartheid en los territorios ocupados y su proyecto del Gran Israel se basa a fin de cuentas en la limpieza étnica.
La firma del Acuerdo sobre el Estatuto de las Fuerzas (SOFA) entre Estados Unidos y Paraguay el lunes 15 de diciembre forma parte de una estrategia más amplia de Washington para reforzar su presencia militar en Suramérica.
Nada mejor que tener a Peña como presidente para convertir a Paraguay en una base militar, con un acuerdo que permite el despliegue de tropas estadounidense, suscrito por el secretario de Estado norteamericano, Marco Rubio, y su par paraguayo, Rubén Lezcano, que se enmarca en la nueva Estrategia de Seguridad Nacional de EE.UU., un rescate de la Doctrina Monroe, al considerar a América Latina como su “patio trasero”.
Los vínculos entre ambos Gobiernos no son recientes. Ya como senador, Rubio mantenía una relación cercana con Peña. En 2024, el secretario de Estado visitó Asunción en varias ocasiones, y en agosto recibieron al mandatario en la Casa Blanca para firmar un acuerdo sobre asilo e inmigración.
Incluso antes del pacto militar, Rubio había sugerido entregar la administración de la central hidroeléctrica binacional de Itaipú (Brasil-Paraguay) a empresas estadounidenses de inteligencia artificial, lo cual implicaría utilizar el agua y la energía de Suramérica.
Otro elemento destacado es la reciente operación policial en Río de Janeiro, que dejó 121 muertos en los complejos de Penha y Alemão el 28 de octubre. Tras el operativo, Paraguay declaró “tolerancia cero con los narcoterroristas en sus fronteras”, una postura alineada con la estrategia estadounidense.
Además de Paraguay, Estados Unidos intensifica su presencia en Argentina, Panamá, Guyana, Ecuador y El Salvador, con el objetivo de reactivar bases militares y realizar ejercicios conjuntos. Esta dinámica responde a una política de “cercar la región mediante la nueva estrategia de seguridad nacional y militarización”.
Recordemos que Peña, fiel a la voz del amo, votó en Naciones Unidas a favor del mantenimiento del bloqueo de Estados Unidos a Cuba. (Texto y Foto: Cubasí)