
Caracas, 27 dic.- La situación de asedio estadounidense contra Venezuela, aunque en un punto climático durante las últimas semanas, no es un hecho aislado, sino un episodio más de la política de intervención que Washington ha desplegado sobre América Latina y el Caribe.
Desde la época de la independencia a nuestros días, los círculos de poder estadounidenses han buscado, con sanciones económicas, presiones diplomáticas, intervenciones directas, amenazas militares y apoyo a golpes de Estado, doblegar la soberanía de diversas naciones de lo que el héroe cubano José Martí denominara Nuestra América. Así, el cerco a Venezuela se confirma como parte de una tendencia histórica, acentuada con la presencia del utraderechista Donald Trump en la Casa Blanca.
Esta administración ha endurecido su postura de rechazo a la Revolución Bolivariana, encabezada en los últimos años por el presidente Nicolás Maduro. Lo ha hecho desde el plano simbólico, con un discurso cada vez más hostil, y con acciones concretas, que superan con creces a las tradicionales sanciones y que ponen en peligro la estabilidad de la región.
Tras argumentos falaces sobre democracia y seguridad nacional, y presentando acusaciones infundamentadas sobre presuntas relaciones del gobierno venezolano con el narcotráfico, lo que realmente existe es la pretensión de Trump y sus acólitos de poder controlar los recursos naturales de una nación rica en ellos. La eventual destrucción de la Revolución Bolivariana, uno de los reductos de resistencia antimperialista en la región, sería, además, otra victoria procurada por los gobernantes estadounidenses.
En estas alarmantes circunstancias, retoma sentido el pensamiento latinoamericanista y antimperialista del autor de La Edad de Oro, quien, desde finales del siglo XIX, alertó sobre el peligro de que Estados Unidos se expandiera “con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América”. Él, como nadie hasta ese momento, comprendió que esa expansión estadounidense no sería un fenómeno coyuntural, sino una tendencia estructural que buscaba someter a los pueblos latinoamericanos.
Frente a esta realidad, merece ser resaltada la valentía de líderes latinoamericanos que han denunciado el intervencionismo y defendido la dignidad de sus pueblos. Presidentes y movimientos políticos y sociales han levantado su voz contra las sanciones y las amenazas a Venezuela. Estos gestos de resistencia son herederos de una tradición de lucha que ha marcado la historia de América Latina, desde Simón Bolívar y Martí hasta Fidel Castro y Hugo Chávez.
Sin embargo, no todos los mandatarios de la región han asumido por estos días esa postura de firmeza. Algunos, por cobardía, por conveniencia económica o por afinidades ideológicas con Washington, han preferido hacer concesiones y alinearse con una política estadounidense que, en definitiva, no solo afecta a Venezuela, sino a toda la región. Esa actitud debilita la unidad latinoamericana y abre la puerta a nuevas formas de dependencia.
La historia demuestra que cada concesión al imperialismo se traduce en pérdida de independencia y en retrocesos para los pueblos. La respuesta de las naciones latinoamericanos ante amenazas como las que se ciernen sobre Venezuela debe ser la unidad, la resistencia y la reafirmación de su dignidad. Solo así se podrá enfrentar el desafío imperial y garantizar que Nuestra América sea tierra de libertad y soberanía. (Texto y Foto: Arnaldo Musa)