La Habana, 1 jul.- El Ciclo de Cine Mexicano de Terror estará en La Habana hasta el 4 de julio a través de algunos títulos representativos de distintas épocas.
Representante de mérito del terror sicológico de trasfondo social, el cineasta mexicano Jorge Michel Grau ha construido, de Somos lo que hay (2010) a Rabia (2023), sugerentes parábolas en torno al monstruo interno que puede descubrirse en el núcleo de cualquier familia, a partir de un grupo de circunstancias de contexto que convocan a la irrupción de ese ente aniquilador que devora y consume.
El cine de Grau y el de Michelle Garza, directora de Huesera (2022), constituyen, en mi criterio, los de mayor peso artístico, en el plano reciente, dentro del terror en México, nación en la que en las nueve décadas del género, se ha rodado de todo y no todo bueno. Ahí van desde aquellos insufribles productos de hace más de medio siglo, en los cuales El Santo combatía contra las momias de Guanajuato, hasta el lamentable filme de zombis Some Be (Héctor M. Aguilar, 2022).
De esa trayectoria histórica da cierta cuenta el Ciclo de Cine Mexicano de Terror, hasta el 4 de julio en La Habana, a través de algunos títulos representativos de distintas épocas.
Huesera prestigia la lista de cuatro largometrajes (se añade igual número de cortos) de la muestra. El debut de Garza y la coguionista Abia Castillo, el cual metaforiza los miedos a la maternidad, al tiempo que cuestiona patrones o estereotipos inherentes a las relaciones y convenciones conyugales, halla sus raíces en un clásico como El bebé de Rosemary (Roman Polanski, 1968).
Si bien se advierte en el filme de Garza, además, la inspiración en las obras de la directora australiana Jennifer Kent y del realizador estadounidense Ari Aster, Huesera exhibe una fuerte impronta narrativa, visual y sensorial, que le garantiza su singularidad e interés, unido a su destreza para operar como espejo de rémoras sociales.
Objeto de encomios en los festivales de Sitges, Morelia y Tribeca (la estrenaron comercialmente en ee. uu., la casa del trompo en el género; cual sucedió con la argentina Cuando acecha la maldad), Huesera imprime donaire a un ciclo que da cabida a otro de los largometrajes mexicanos de terror de más destaque en los últimos años: Las tinieblas (Daniel Castro, 2016).
Exponente cuya primera hora pareciera remitir a un cruce entre La aldea, inolvidable cinta de Shyamalan, con algo de las novelas Esperando a los bárbaros, de Coetzee, y La carretera, de Cormac Mc Carthy, Las tinieblas se desprende del abrigo de las referencias para establecer su identidad propia (los encuadres y las cromas de Diego García, fruto de la magistral escuela mexicana de fotografía; diseño sonoro; atmósferas; evolución dramática; comentario social) y erigirse en una reflexión de envergadura sobre la creación artificial del miedo.
De la pionera La llorona –dirigida por el cubano Ramón Peón en 1933– a hoy, el terror mexicano ha cubierto varias etapas reconocibles, en los años 30, 50–60–70, 80 y los 90 –con la irrupción de brillo de Guillermo del Toro (Cronos, 1993)–, más el actual periodo. El ciclo suma a la surrealista e indispensable Alucarda, la hija de las tinieblas (Juan López Moctezuma, 1977), y Veneno para las hadas (Carlos Enrique Taboada, 1986), distinguida con el Premio Ariel a la Mejor Película, y cierre de una tetralogía de culto del autor, iniciada en 1968. (Texto y foto: Granma)