Por Conrado Vives Anias/ Radio Cadena Agramonte
El Camagüey de las hermosas leyendas e infinitas sabanas, guarda con celo supremo el andar de su hijo más insigne: Ignacio Agramonte y Loynaz. Hombre apuesto, de gusto refinado y amplia cultura, Ignacio sobresalió como jefe militar de ideas avanzadas. La historia recoge su decisivo papel en los acontecimientos militares y políticos vinculados a la Guerra de los Diez Años (1868-1878), por la independencia de Cuba.
El Mayor, sobrenombre que lo inmortalizó para siempre, colocándolo en el pedestal de las glorias de la nación cubana, protagonizó en vida unas cien batallas militares, todas difíciles de superar. Su designación como jefe de las operaciones en Camagüey fue sumamente oportuna, en momentos que parecían indicar el derrumbe de los libertadores, continuó peleando y transformó a las fuerzas a su mando en unas de las más aguerridas, organizadas y disciplinadas en la gesta libertaria del siglo XIX.
Precisamente, un día como hoy, pero del año 1871, Agramonte emprende el ataque a la Torre de Colón o El Pinto, muy próxima a la Villa de Santa María del Puerto del Príncipe, con el objetivo de dar señales de vida ante las fuerzas españolas, y levantar la moral de sus subordinados.
Esta acción marcó el inicio de la campaña desplegada por El Mayor en Camagüey durante ese año. Con 300 hombres de infantería y caballería, se dispuso a tomar la Torre de Colón o El Pinto, una fortaleza de madera protegida por fosos y defendida por 25 soldados españoles.
Los cubanos no pudieron tomar la posición, a pesar del destrozo y de haber aniquilado a casi todos los ocupantes. Las tropas de Agramonte se retiraron después de sufrir más bajas que los españoles; sin embargo, el efecto moral fue positivo para la insurrección, pues en el Camagüey, que se consideraba pacificado por el mando español, se pudo reunir a varios cientos de hombres, demostrando que esta región se preparaba para mayores empeños de guerra.
Sus dotes indiscutibles de dirigente político y orador, así como de hombre de acción, lo convirtieron en elemento clave para llevar adelante la Revolución en la zona central de la Isla. Ignacio les inculcó a los patriotas camagüeyanos su ejemplo y extraordinarias virtudes. Y tan pronto tomó el mando, les hizo ver a las tropas españolas que Camagüey tenía capacidad de combate, que no estaba desmoralizada, por el contrario, lista para desarrollar su espíritu de resistencia.
Enrique Collazo, coronel del Ejército Libertador, ofrece una visión clara y perfecta de la capacidad de Agramonte como estratega militar: “(…..) logró una extraordinaria movilidad en sus fuerzas, fundamentalmente de caballería. Normalmente dispersas en pequeñas partidas para burlar la persecución enemiga; lograba su concentración en el punto y momento señalados para asestar el golpe al adversario. Según su concepto, los éxitos en la guerra no deben medirse por el ruido de la victoria que se atribuye cualquiera de los bandos, ni por el valor de la posición tomada, sino por la reducción efectiva de las fuerzas del vencido y por el decaimiento de su moral combativa”.
Gloriosa esta actitud de El Mayor, quien hoy convoca a los camagüeyanos a nuevas batallas para solidificar las bases de la Revolución, siempre con la certeza de que la capacidad de combate, la moral y la resistencia son atributos esenciales en el éxito final.