Hoy no tengo 12 años, pero si ha pasado una docena de esos y un post en Facebook me hizo recordar.
Yo no estaba en el funeral de Hugo Chávez, pero lo vi por televisión; nunca antes había permanecido tantas horas en compañía de TeleSur, a esa edad para mí era un canal vetado. Nunca antes se me habían grabado dos canciones tan rápido en la mente y el alma, y aún hoy recuerdo sus estribillos. Nunca antes había visto un pueblo desfilar así por su líder.
Yo no estuve físicamente en el funeral del mejor amigo de Cuba pero participé con el pensamiento, de corazón; creo también que ese fue el momento en que sin darme cuenta comencé a hacer periodismo de forma inconsciente, notas sueltas, ordenar ideas, seguir la noticia, fueron algunas prácticas empíricas que vienen a mi memoria.
Al funeral de Hugo Chávez Frías asistieron médicos, mandatarios de varias nacionalidades, otros enviaron sus condolencias; la fila de personas para dar el último adiós parecía no tener fin.
Al funeral de Chávez fueron familias completas, madres, padres, abuelos con sus nietos, era como si de un Dios se tratara.
Hoy con 24 años y ya egresada como Periodista de la Universidad de Camagüey me doy cuenta que solo un hombre amado podía merecer tan magna despedida.
Yo no conocí a Chávez y nunca imaginé tenerlo cerca, pero hoy sé que cuando a esta isla muchos le dieron la espalda y casi se hunde de nuevo por la prepotencia de los más cercanos vecinos, el hombre que mandó al Área de Libre Comercio para las Américas (ALCA) lejos llegó como Cristo Redentor, sin miedo a las amenazas ni a las consecuencias.
A pesar de los esfuerzos por demonizarlo Chávez logró conectar profundamente con su pueblo, con mi pueblo, y alcanzó un lugar en los corazones, espacio al que pocos llegan y del que nadie se va. (Betzabé Cabreja Jeffers/Radio Camagüey) (Foto: Tomada de Internet)