Camagüey, 29 abr.- El teatro, en Cuba, suele nacer a contracorriente. Pero cuando logra llegar a escena, lo hace con la fuerza de una necesidad vital. Así se sintió el estreno de Delirio, del colectivo Kaizen Teatro, dirigido por Yoshiaky Méndez. No fue solo la primera función de una obra; fue la fundación simbólica de una apuesta: hacer teatro desde Camagüey, con lo que hay, con quienes están, con lo que se sueña.
Transcurre en un almacén abandonado de un hospital psiquiátrico. La sinopsis precisa además que la obra sigue el hilo de un juego de imitación. Los pacientes encarnan a un prestigioso barman y a dos personalidades de la música cubana. Al caer la noche el sitio se convierte en el bar para tres protagonistas de una historia.
La pieza original Delirio habanero, de Alberto Pedro, clásica ya dentro del repertorio nacional, se articula desde la música, el humor y la identidad. En esta nueva lectura no se traiciona su esencia, pero se filtra la sensibilidad de otra generación. El tono de comedia no es de desparpajo, sino de precisión. Se canta —mucho—, se juega con los arquetipos, se celebran las voces. Se rescata la memoria no como reliquia, sino como vibración.
Yoshiaky asume el personaje de El Bárbaro del Ritmo —un Benny Moré de ficción que a veces parece más él mismo que personaje— y, además, dirige. Ese doble gesto, frente al público y detrás del tejido escénico, es ya un acto valiente, más aún si pensamos que este es su debut como director.
Curiosamente, Yoshiaky debía llamarse Bárbaro. Nació el 4 de diciembre, día de Santa Bárbara. Pero su tío, en el servicio militar, se fugó para ir al hospital de maternidad y dijo que si no le ponían el nombre que él quería, no se entregaba. Y su hermana cedió. Así nació Yoshiaky —el nombre japonés que ahora firma este renacer teatral, y que carga, también, con el destino escénico de interpretar al “Bárbaro”.
A su lado, dos actrices que, si bien son aún desconocidas para el gran público, sostienen el espectáculo con entrega: Lisandra Rivero, con una década de experiencia en el teatro infantil de Bayamo, encarna a La Lupe en su primer papel para adultos; Rocío Calvo, estudiante de segundo año en la Academia Vicentina de la Torre, interpreta a Varilla, el famoso barman de la Bodeguita del Medio, y permanece en escena casi sin interrupción. Ambos profesores le confiaron el rol más constante: una muestra de confianza, riesgo y formación en vivo.
La duración —una hora y cuarenta aproximadamente— se percibe ligera. Quizá el tramo final pueda beneficiarse de una mayor síntesis, pero nunca cae en el tedio. Al contrario, hay un equilibrio entre diversión y contemplación, entre el guiño y la verdad. La caracterización es uno de los puntos altos: cada personaje tiene textura, tiene rostro, tiene voz propia.
Se nota que el canto fue distribuido según las posibilidades de cada quien: Yoshiaky lleva el peso vocal; Rocío interpreta un solo tema, pero lo hace con gracia y presencia. Lo que se escucha, en general, se disfruta. Nada se siente forzado, nada desentona.
Este Delirio es un manifiesto. En tiempos donde la escena camagüeyana ha visto reducir su diversidad de proyectos, el surgimiento de Kaizen Teatro —cuyo nombre alude al concepto japonés de mejora continua— significa una renovación de energías. Y más aún, una toma de posición: crear desde el centro, desde el margen, desde la raíz.
Ha sido presentada en Las Tunas y Bayamo, pero este 24 de abril fue su estreno en la ciudad de Camagüey. La obra estará en la cartelera el 26 de abril, y 1, 2, 3, 8, 9, 10 de mayo, desde las 7:30 p.m. en el Centro Cultural José Luis Tasende, sede de Teatro del Viento.
Aunque esta es su primera obra pública, el colectivo viene ensayando y soñando desde hace meses. Si todo continúa como se desea, en agosto cumplirán su primer año. Un aniversario simbólico para un grupo que empieza con una obra que es, en sí misma, una celebración de lo que somos.
La entrevista inédita con Yoshiaky, realizada en el año 2022, pero que rescatamos ahora, da pistas sobre ese impulso. Entonces hablaba de un proyecto inspirado en Coffee & Cigarettes que nunca llegó a montarse con el Ballet Contemporáneo de Camagüey. Pero hablaba también de su deseo de dirigir, de reinventarse, de romper con el ego del actor y apostar por una escena viva, sincera, irónica, humana.
“Sigo soñando, pero más cuerdo. Sueño con lo que tengo en el momento”, decía.
“No sueño con lo que podría darme un proyecto, sino con lo que yo le puedo dar a él”, añade Yoshiaky.
Es eso lo que se percibe en Delirio como carta de presentación: una entrega sin adornos, una verdad que se construye en colectivo. Tal vez eso sea lo más valioso: que más allá del texto, más allá del montaje, lo que nace es un espacio. Un lugar para el ensayo, para la memoria, para el riesgo. Para empezar otra vez. (Yanetsy León González/Adelante Digital) (Fotos: Leandro Pérez Pérez/Adelante Digital)