Por Lucilo Tejera Díaz/ Servicio Especial de la AIN.
A mediados de 1896 la guerra independentista en Cuba se afianzó en el occidente del país, bajo la acertada dirección del Lugarteniente General Antonio Maceo en Pinar del Río, el Generalísimo Máximo Gómez en Las Villas, quien avanzaba con rapidez hacia el Camagüey.
La situación en la tierra de Ignacio Agramonte le preocupaba sobremanera a Gómez; así lo reflejó en su Diario de Campaña a mediados de mayo de aquel año: “…contramarcho con el propósito de continuar la marcha hasta el Camagüey, en donde se me avisa que se hace necesaria mi presencia por el mal estado de organización en que se encuentra aquella comarca, debido a la poca iniciativa e ineptitudes de Manuel Suárez”.
El día 26 el Generalísimo cruzó la Trocha de Júcaro a Morón y ya el ocho de junio, estaba en la zona de Najasa. "Lo primero que he tenido que hacer –escribió-, ha sido suspender del mando al General Suárez. Me he encontrado todo desorganizado, desarrollado el espíritu del tráfico o mercantilismo y completamente enervado el espíritu de las tropas”.
Se esforzó Gómez en concentrar fuerzas mambisas, y enseguida logró reunir a 300 hombres, quienes se sumaron a los 100 que lo acompañaron a Las Villas. Se dispuso entonces a dar batalla a las huestes peninsulares.
Al conocer el mando colonial de la presencia del jefe insurrecto en Camagüey, envió una columna de 2 000 efectivos de artillería, caballería e infantería bajo la supervisión del general Adolfo Jiménez Castellanos, a quien se le dio la orden de apresar a Gómez y dispersar a la tropa independentista.
El 9 de junio El Generalísimo acampó en un punto a alrededor de 20 kilómetros de donde la fuerza enemiga detuvo la marcha y tomó posiciones.
Gómez sabía que la Revolución necesitaba alguna acción bélica de importancia en Camagüey para levantar los ánimos, y sin pensarlo dos veces le hizo frente a la tropa ibérica, muy superior a la mambisa.
Cuando se acercaba el final de la tarde de aquel día, el Generalísimo ordenó a una partida de caballería seguir el rastro del destacamento rival y apenas lo detectaran, emprender la carga al machete.
Este movimiento de la vanguardia no alcanzó del todo el fin propuesto porque las condiciones del terreno no eran favorables para su desempeño ante aquel enemigo,
en magnífica posición defensiva. Pero, gracias al aporte de la caballería mambisa, fue posible el avance.
Minutos después el combate se generalizó. Al caer la noche los mambises hostilizaron sin cesar a sus enemigos para evitar que descansaran. Esa era la orden de Gómez.
El día 10 el combate mantuvo la misma tónica que el de la jornada anterior; y el 11, los peninsulares recibieron como refuerzo 1 000 efectivos enviados con urgencia desde Puerto Príncipe, hoy Camagüey.
Sin embargo, para sorpresa de los insurrectos, la fuerza colonialista emprendió la retirada hacia los cuarteles de la ciudad, y dejaron el campo en manos de los independentistas, quienes lograron una victoria militar en todos los órdenes, incluidos el político y el moral.
Aquella heroica batalla, conocida como la batalla de Saratoga, fue otro trascendental triunfo de quien fuese catalogado, “el primer guerrillero de América”.
Así, nuevamente, Gómez ponía al Camagüey en pie de guerra para combatir sin tregua por la libertad de Cuba.