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El amanecer fue diferente en los campos de Guáimaro: se daban cita esa mañana del año 1869 jefes mambises del Oriente, Las Villas y el Centro de la Isla.
Todos en la comarca del Camagüey abrían las puertas a los hombres que llegaban por la unidad y la libertad.
Cuentan que las campanas de la iglesia ese 10 de abril sonaban por la dicha de ver reunidos en aquel sitio a muchos justos y valientes.
José María García, un cubano sencillo de ese pueblo, ofreció su casa -hoy museo del territorio- para que allí se expusieran las nuevas y diversas ideas, encaminadas a independizar la tierra, colonia de España.
Entre alegría, júbilo, responsabilidad y gallardía, tuvo lugar la Asamblea Constituyente, presidida por el iniciador de la Guerra del 68 en Cuba: Carlos Manuel de Céspedes, además por Ignacio Agramonte, joven abogado de clase adinerada, patriota insigne, y Antonio Zambrana, otro mambí que ya había empuñado el machete contra soldados españoles.
En la asamblea la verdad fue aplaudida por todos los hijos de la patria, los criterios crecían en profundidad y amor por la cultura, en respeto al prójimo, y en humildad revolucionaria.
Después de larga jornada y amplia discusión, quedó redactada y aprobada la Constitución de Cuba Libre, que establecía la abolición total de la esclavitud, la organización de una república democrática, y una declaración de derechos del hombre.
El 11 de abril continuó el encuentro, la Cámara de Representantes liderada por Salvador Cisneros Betancourt, Agramonte y Zambrana, acordó adoptar la bandera del triángulo rojo, enarbolada en 1850 por Narciso López; y en la jornada del 12 fue la investidura de Céspedes como Presidente, y de Manuel Quesada como General en Jefe.
Gran fiesta en Guáimaro, ayuntamiento ganadero, sus habitantes reconocían el decoro, la magnanimidad y fortaleza de aquellos héroes que aclamaron por la unidad revolucionaria, y dictaron una Constitución para el beneficio de los cubanos.
La fecha escogida “10 de abril”, aún palpita en la memoria de los hijos de Cuba.