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Tecnología, biocombustibles, tecnología trasngénica, biotecnología, crisis alimentaria

Biocombustibles: boomerang en pleno vuelo


Por Astrid Barnet /AIN
 
Los impulsores de la biotecnología plantean la expansión del cultivo de soja "como medida para la adopción exitosa de tecnología transgénica por parte de los agricultores", según medios de prensa.

Pero tal planteamiento esconde el hecho de que la expansión de la soja conduce a una extrema concentración de tierras y, por supuesto, dinero.

Tan sólo en Argentina, el 2007 culminó con el cierre de unos 60 mil establecimientos destinados a la venta de productos agropecuarios, mientras el área cultivada con la soja tipo Roundup Ready se triplicó.

Un dato interesante es que en 1998 existían 422 mil granjas en ese mismo país sudamericano, en tanto que, en el 2002, sólo quedaban 318 mil.

En una década, el área sojera argentina se incrementó en un 126 por ciento a expensas de la producción de artículos alimentarios de primera necesidad para la población como lácteos, maíz, trigo y frutas.

Al respecto y, a modo de ejemplo, entre el 2003 y el 2004, a partir de la siembra de unos 13 millones de hectáreas de soja, se produjo una reducción de 2.9 millones de hectáreas de maíz y 2.15 millones de girasol.

Sin lugar a dudas, todo ello implica una mayor importación de alimentos básicos, un aumento desproporcionado en los precios de los alimentos y, lo que resulta peor aún, la pérdida de la soberanía alimentaria y hambre para extensos grupos poblacionales.

El avance de la llamada frontera agrícola para biocombustibles deviene un atentado contra la soberanía alimentaria de las naciones en desarrollo, a la vez que la tierra para la producción de alimentos aumenta, destinada a alimentar los automóviles de las naciones del Norte.

Para muchos observadores la situación actual del petróleo y el capital derivado de la esfera biotecnológica decidirá cada vez más sobre el destino de los paisajes rurales de este continente.

Sólo alianzas estratégicas y la acción coordinada de los movimientos sociales (organizaciones campesinas, movimientos ambientalistas y de trabajadores rurales), ONGs, asociaciones de consumidores y miembros del sector académico, entre otros, pueden ejercer absoluta presión sobre los gobiernos y empresas multinacionales para asegurar que estas tendencias sean detenidas.

Y más importante aún: es necesario y urgente trabajar en conjunto para asegurar que todos los países adquieran el derecho a lograr su soberanía alimentaria por la vía de sistemas de alimentación (basados en la agro-ecología y desarrollados localmente), de la reforma agraria, el acceso a agua, semillas y otros recursos; al mismo tiempo que por la implementación de políticas agrarias y alimentarias domésticas que respondan a las necesidades de los campesinos y los consumidores, en especial de los pobres.

Las predicciones que apuntan al fin de la producción petrolera en el orbe, que se sitúan entre 15 y 20 años, ha llevado a políticos y empresarios de Estados Unidos a enfocar sus baterías hacia el etanol.

Por tanto, hay que recordar que ese producto proveniente del maíz y de la soja constituye el 99 por ciento de todos los biocombustibles utilizados en la Unión, y se espera que su producción exceda los objetivos para el 2012 de 7.5 billones de galones por año.

A lo anterior habría que agregar los daños que a la salud y al ambiente provoca el uso generalizado del etanol como combustible.

Y...otro dato descollante: Estados Unidos importa el 61 por ciento del crudo que consume, a un costo de 75 billones de dólares cada 12 meses.

Huelgan los comentarios y el interés persistente del Imperio por continuar controlando la producción energética en el mundo.


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