Por Yolanda Ferrera Sosa/ Colaboradora de Radio Cadena Agramonte.
Asistir a una clase de ballet impartida por el lamentablemente fallecido Fernando Alonso Rayneri, reportaba un gran disfrute para el observador. Nada escapaba a la acuciosa y experimentada vista del Maestro quien -con extrema delicadeza- corregía y buscaba en el alumno el desarrollo de sus potencialidades.
En marzo de 1949 -me dijo- fue su primer enfrentamiento con el universo del magisterio aplicado a la danza. “El Ballet Alicia Alonso -agregó- realizaba una gran gira por Latinoamérica y en Santiago de Chile, el Maitre encargado de impartirnos la clase, se enfermó de momento. Una úlcera estomacal en crisis recomendó su reposo temporal y tuvimos la imperiosa necesidad de sustituirle con alguno de los integrantes de la compañía. Esta responsabilidad fue elegantemente declinada por todos… y me tocó a mí. Fue decisiva en mi vida esa oportunidad de desentrañarle a la enseñanza del Ballet sus secretos. Fue aquella mi primera clase. Al día siguiente, repetí la experiencia que jamás he dejado de lado.”
Estas reflexiones de Fernando me las comunicó cuando tenía 83 años de años y fungía como Asesor para la Danza del Ministerio de Cultura. Al morir, en diciembre de 1999, aún se contaba con su experimentada labor como pedagogo, reconocida dentro y fuera de la Isla. Incluso, muchas afamadas estrellas del arte de las puntas recababan sus apreciaciones desde el salón de ensayos -ya en Camagüey, ya en la capital cubana- para perfeccionar sus respectivos desempeños.
En Fernando, la enseñanza representó una verdadera pasión para desarrollar las aptitudes de quienes se sometían al influjo de la difícil manifestación artística. No se trataba sólo de aplicar la técnica exigida, sino también de otros componentes, integradores de un todo armonioso en aras de lograr la ejecución perfecta o -por lo menos- cercana a la perfección.
“Yo tuve la suerte -me comentaba- de haberme desarrollado, antes de aquella primera clase, en otros apartados que mucho cooperaron a mi función como maestro. Antes de abrazar al Ballet, fui radiólogo, especialidad que contribuyó a un mayor conocimiento de la estructura ósea humana. Después -ya adentrado en la enseñanza de este Arte- pasé cursos incluso de Psiquiatría, algo que puede parecer extraño pero que no lo es en absoluto, puesto que es necesario ingresar en la psiquis de los bailarines en aras de poder ayudarles realmente, a la hora de asumir cualquier personaje o de enfrentar el reto de un movimiento o un paso lleno de dificultad.
“El hecho de haber sido bailarín, me enriqueció el reflejo y el tono muscular imprescindibles para experimentar en mí cualquier exigencia. También profundicé en aspectos de la Física que se aplican en esta manifestación, como las fuerzas centrífuga y centrípeta, el equilibrio, la gravedad y la inercia, por sólo mencionar algunos. Por otra parte, mi afición por la música, facilitada desde niño por mi madre que era una excelente pianista, fue otro componente eficaz. El Ballet aglutina lo visual con lo auditivo…y ello no puede pasarse por alto”.
Fernando era capaz de impartir hasta 5 clases diariamente, a educandos de diferentes niveles, colateralmente a sus responsabilidades administrativas y de otra índole. Sabía detectar, entre una masa de 15 o más bailarines, fallas técnicas individuales, que corregía de inmediato con paciente actuar. También concebía la docencia como una expresión de disciplina. Sin ella -aseguraba- “el futuro de cualquier ser humano, sea cual sea su profesión, puede desembocar en fracasos permanentes. La puntualidad, la correcta presencia física, la educación, el respeto inter-personal y la atención a las clases -en el caso de la enseñanza del Ballet- son valores indispensables.”
La Enseñanza Artística en general, y en particular la relacionada con el “arte de las puntas”, siempre estarán en deuda con Fernando Alonso. Expresiones de agradecimiento se manifiestan -entre otras- con la dedicatoria a su memoria y al centenario este año de su natalicio, de eventos como el actual XX Encuentro Internacional de Academias de Ballet y la decisión de otorgarle a la Escuela Nacional de esa disciplina su nombre, que lleva también el Centro de Promoción de Ballet y Danza, adscrito al Ballet de Camagüey, compañía que él dirigió durante casi 20 años. Acciones que honran a quienes, desde la contemporaneidad no soslayan su excepcional ejemplo como Maestro de maestros. (Foto: Archivo)