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Fidelio Ponce de León: el artista de los pinceles tristes


Por Ingrid Castellanos Morell/ Estudiante de Periodismo

La noche del 19 de febrero, la muerte que tanto invocó en sus cuadros, puso fin a su melancolía. Él la recibió con la paciencia y la resignación que la enfermedad le imprimió a sus últimos años, y murió tranquilo, en un viejo barrio habanero, Fidelio Ponce de León, el pintor de las miserias humanas.

Todavía queda el espectro de aquel hombre delgado, de nariz prominente y con el sombrero cubriéndole toda la frente, como si temiera dejar al descubierto sus pensamientos. Paso a paso, tal y como caminaba, muy despacio, sumergido en el mundo de sombras que habitaban sus pinturas.

“Pasé por mi vida como un raudo relámpago, teniendo un solo instante de luz: mi obra”.

Alfredo Fuentes Pons, éste era su verdadero nombre; nació en Camagüey, a finales del siglo XIX, cuando la ciudad estaba muy lejos del ajetreo artístico de la capital. Pero la genialidad, como lo bello, puede surgir en cualquier rincón, y quizás la simpleza de la vida provinciana fue el camino para llegar al estilo depurado que lo caracterizó.

En los años, cuando el academicismo era la corriente que   dominaba las artes plásticas en Cuba, Ponce fue el primero en combatir la rigidez y la inmovilidad de esta época.

En 1916 matriculó en San Alejandro, pero la escuela no significó ningún estímulo para su originalidad. “Para que una obra sea realmente inmortal debe venir desde adentro, no ser una fría copia de la realidad. Así es mi estilo, yo no puedo imitar, ni repetir. Yo necesito crear”.       

Dejó su huella en los lugares olvidados, brindó su arte a las personas humildes. En su peregrinaje enseñó a los niños de los barrios más pobres y muchas veces pintó en bares y tabernas solo para comer. Viajaba sin equipaje ni dinero, porque se sabía dueño de una fortuna mayor: el don de materializar ideas.

Con su pintura “Paisaje” expone en el Salón de Bellas Artes efectuado en 1934. También por ese tiempo pinta “Tuberculosis”, y” Beatas” sus obras más famosas. Su creación es un consenso del blanco y los colores ocres, de tristeza y luz. Fidelio se rehusó a la plenitud de tonalidades y formas, su genialidad está en lograrle incrustar almas a sus pinturas.

Se confundía con vagabundos y borrachos por su aspecto desaliñado, sin embargo, la lucidez de su pensamiento logró causar la admiración de todo el que lo conoció. Fue un vigoroso creador, de una imaginación y memoria inigualables, pero el alcohol y, más tarde la tuberculosis, menguaron su cuerpo.

Ponce de León sufrió la incomprensión de la sociedad   en  que le tocó vivir y huyó irremediablemente a su universo interior. A pesar de no ser uno de los pintores más críticos con el gobierno imperante, supo traducir el sufrimiento y la desesperanza de un país en decadencia.   

Fidelio fue una figura sin precedentes en la pintura cubana, no tuvo maestros, ni discípulos, tampoco estuvo influenciado por corrientes específicas. El pintor de las tristezas humanas será recordado siempre como el personalísimo, el único.

Aquella mañana del 20 de febrero de 1949, el cementerio Colón, en La Habana, fue acariciado por un manso sol. La viuda y el pequeño hijo fueron escoltados por unos pocos amigos y conocidos. Fidelio Ponce de León no tuvo una tumba digna, murió sin más gloria que el cariño de su familia y la satisfacción de haber pintado lo que sintió.


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