Por Lucilo Tejera Díaz
Ignacio Agramonte y Loynaz, quien llegara a ser uno de los principales líderes de la guerra independentista iniciada en 1868, escribió en cierta ocasión a su esposa Amalia Simoni desde la manigua cubana:
“Cuba exige grandes sacrificios; pero Cuba será libre a toda costa. Las contrariedades más nos exaltan y más indomables nos hacen.”
Estas sencillas palabras pueden sintetizar lo que fue la vida revolucionaria de Agramonte, quien nació el 23 de diciembre de 1841 en Puerto Príncipe (hoy Camagüey) y murió combatiendo por la libertad de la Patria con 31 años de edad, el 11 de mayo de 1873, hace 135 años.
Manuel Sanguily, compañero de ideales y de armas del patriota que llegara a ostentar los grados de Mayor General de Ejército Libertador, dijo de él:
“Fue amigo tierno y leal, buen hijo, buen hermano, buen padre, esposo modelo, (…) un hombre impecable y, en cuanto lo consiente la flaqueza ingénita de nuestra pobre humanidad, un ser perfecto, fogoso y apasionado como Bolívar, grave, puro, austero como Washington.”
José Martí veneró al jefe mambí y supo de él por narraciones de personas que lo conocieron tanto en el campo de batalla en Puerto Príncipe como en la Universidad de La Habana, donde se licenció en Derecho.
En un artículo publicado en El Avisador Cubano, de Nueva York, el 26 de agosto de 1893, y que tituló “Céspedes y Agramonte”, volcó su admiración por el patriota camagüeyano:
“Pero jamás fue tan grande, ni aún cuando profanaron su cadáver sus enemigos, como cuando al oír la censura que hacían del gobierno lento sus oficiales, deseosos de verlo rey por el poder como lo era por la virtud, se puso en pie, alarmado y soberbio, con estatura que no se le había visto hasta entonces, y dijo estas palabras: ‘¡Nunca permitiré que se murmure en mi presencia del Presidente de la República!".
Recordando a Agramonte el día antes del fatídico combate de Jimaguayú, el Mayor General espirituano Serafín Sánchez hizo esta descripción del prócer cuando revistaba a su tropa:
“…alto, esbelto, gran jinete y en gran caballo, con el sombrero en la mano, el rostro radiante de alegría y cabello espeso, sedoso y largo, formando melena y mecido al viento a causa de la media carrera de su caballo: he ahí el aspecto verdadero y grandioso del héroe.”
A la mañana siguiente, un disparo de fusil desde poco distancia troncó la vida ejemplar de Agramonte en el potrero de Jimaguayú, a 38 kilómetros al sur de su ciudad natal.
Hasta ese momento, El Mayor, como lo denominaban con respeto sus subordinados, se había convertido en un insuperable jefe militar, dándole golpe tras golpe a las fuerzas españolas con su caballería aguerrida y organizada.
En el centenario de la muerte del patriota, el Comandante en Jefe Fidel Castro expresó:
“¡Y qué útil es hurgar en la historia extraordinaria de nuestro pueblo! ¡Cuántas enseñanzas, cuántas lecciones, cuántos ejemplos, qué cantera inagotable de heroísmo! Porque ningún pueblo en este continente luchó más por su libertad que el pueblo cubano. Ningún pueblo sufrió más, ningún pueblo se sacrificó más”. (Servicio Especial de la AIN).
Monumento erigido en Camagüey a El Mayor.