Por Lucilo Tejera Díaz/ Servicio Especial de la AIN
Ignacio Agramonte y Loynaz.El 30 de abril de 1873 Amalia Simoni le escribió desde el exilio a su esposo, el Mayor General del Ejército Libertador Ignacio Agramonte y Loynaz, quien se batía en los campos por la independencia de Cuba: "Cuantos vienen de Cuba y cuantos de ella escriben aseguran que te expones demasiado y que tu arrojo es ya desmedido (.) ¡Por Cuba, Ignacio mío, por ella también te ruego que te cuides más!".
Meses antes, el 22 de agosto de 1872, el Mayor General Julio Sanguily, compañero de armas y amigo personal del jefe insurrecto, le envió una carta que le alertaba de su desmedido irrespeto por el peligro: "Tu osadía está fuera de los límites del valor; y no debiera ser así, la Patria necesita que tu vida no peligre para que no peligre tampoco su porvenir."
Agramonte supo de la advertencia que le hiciera su subalterno, pero no la de su amada: en la mañana del 11 de mayo de 1873 una bala de fusil Remington de calibre 11 milímetros disparada desde una corta distancia, le penetró por la sien derecha y cayó muerto de su caballo Ballestilla.
El fatídico suceso ocurrió en los potreros de Jimaguayú, a unos 38 kilómetros al sur de Santa María del Puerto Príncipe (hoy Camagüey), en un combate entre fuerzas independentistas y del colonialismo español.
Para la Revolución, la pérdida de Agramonte, quien había nacido en la Villa el 23 de diciembre de 1841, fue un golpe demoledor. Carlos Manuel de Céspedes, iniciador de la lucha libertaria y a la sazón Presidente de la República en Armas, valoró muy altamente al ilustre hijo del Camagüey.
El 8 de julio de 1873 le dirigió una respetuosa carta de condolencia a María Filomena Loynaz, madre de Ignacio: "Crea usted, señora, que yo nunca fui enemigo de su hijo (.) Personas mal intencionadas se interpusieron entre los dos para desavenirnos (.) Yo, señora, me uno a su justo dolor, como me uno al tributo de admiración que Cuba rinde a las hazañas de su heroico hijo." Agramonte, quien aún no había cumplido 32 años de edad cuando murió por la Patria, se había convertido por imperiosas necesidades de la guerra, en un jefe exigente, radical, amante de la disciplina y ejemplo.
Al mando de los mambises en Camagüey, organizó una activa y aguerrida tropa de caballería y de infantería, que exitosamente se batía contra fuerzas superiores, apoyada toda su acción por el concepto de la guerrilla con una eficiente exploración, y creó en el campo insurrecto talleres, hospitales y áreas de cultivo.
Cuando cayó en Jimaguayú se preparaba para extender las operaciones a la parte central de Cuba y más tarde hasta occidente.
Jefe militar respetado y querido, abogado de profesión, alcanzó una indiscutida ascendencia en el orden político entre los independentistas, y se decía que ocuparía la jefatura del Ejército Libertador, vacante entonces.
Para los colonialistas, su caída significó una importante victoria, que dio rienda suelta para que españoles y traidores trataran de denigrar su figura.
Cuenta Eduardo Betancourt Agramonte, nieto de El Mayor -como sus subalternos llamaban al jefe mambí-, que "el cadáver fue llevado a Puerto Príncipe atravesado en el lomo de una mula y cuando se adentraba en la ciudad, un comandante español, Eduardo Aznar, dio un fustazo al cuerpo inanimado y exclamó: -¡Vamos, si tan guapo eres, hazme correr ahora!
A pesar de la pérdida del paladín insurrecto, la Revolución siguió viva en Camagüey.
Más tarde el General Máximo Gómez, quien se hizo cargo de las fuerzas independentistas en esta región de Cuba, emprendería la obra inconclusa de Agramonte: llevó la guerra hasta Las Villas, y a las puertas de Matanzas.