Por Dania Díaz Socarrás/ Radio Cadena Agramonte
Un hospital, un círculo infantil (guardería), una escuela, una casa de niños sin amparo familiar, son lugares que llevan hoy su nombre; pero no es el frío homenaje de un cartel lo realmente importante, sino que en esos sitios, y en el actuar de mucha gente, permanece viva Amalia Simoni Argilagos.
“La novia de Agramonte”, dicen muchos, porque fue un amor tan grande el de ella e Ignacio, que no se ha podido obviar ni siquiera en los más escuetos relatos de nuestras guerras; y porque también ella fue una independentista, una luchadora.
En Amalia se combinan los rasgos de una dama tan ilustre como fuerte, tan sensible como resistente, compañera y auténtica en sus virtudes propias, sin necesitar de nadie más para que brillara su nombre, aun cuando tuvo la dicha de pasar a la eternidad como la amadísima esposa de El Mayor.
Sus estudios, propios de una señorita de sociedad, nacida de una de las familias más adineradas del Camagüey, la dotaron de conocimientos amplios y diversos sobre distintos temas, y su estirpe innegable de cubana la hizo asumir posiciones críticas en cuanto a la vida política, económica, social y cultural del país.
Fue a esta Cuba grande como el alma de cada uno de sus hijos a la que sirvió, lo mismo en el campo de batalla, al lado de Agramonte, que detrás de su piano, ese que la ayudó a subsistir y mantener a su familia, hasta los últimos instantes de su vida, lejos de la tierra que la vio nacer.
Es esta la patria que la recuerda en cada mujer, en cada institución que protege el amor, nuestras vidas; en cada recordatorio de su nombre, en todo cuanto nos hace sentir amados y leales, como se sintió siempre Amalia Simoni Argilagos. (Foto: Archivo)