Camagüey, Cuba, Constitución de Guáimaro, soberanía

Guáimaro: la gesta de un consenso por la Patria


En el tranquilo poblado de Guáimaro, en el corazón de la Cuba insurgente, se gestó un acto de valentía y determinación que resonaría a lo largo de la historia. Aquel 10 de abril de 1869 se erigió como un faro de esperanza en medio de la penumbra de la dominación colonial, cincelada con la sangre y el sudor de héroes anónimos, la Constitución de Guáimaro, hito que demostró la voluntad férrea de dar vida a una nación verdaderamente soberana.

El estallido de la guerra de 1868 trajo consigo el surgimiento en la isla de tres gobiernos, dos banderas y tres mandos militares, todos proclamaban la independencia, pero era más fuerte la desunión entre sus ideales independentistas, por lo que se desplegaba como una inminente necesidad, el desarrollo de una Asamblea de Representantes capaz de unificar las partes y dotar a la naciente República de Cuba en Armas de un gobierno central y una constitución vigente para todo el tiempo que se prolongara la guerra.

Con el objetivo de lograr la unidad revolucionaria, entre el 10 y el 12 de abril de 1869, en Guáimaro, sesionó la reunión de los patriotas cubanos alzados en armas, en representación de Oriente, Camagüey y Las Villas. Cada cerebro representa un mundo paralelo diferente del otro, y así se evidenció.

La desigualdad del pensar entre unos y otros factores de la Revolución confluyeron en dos posiciones: una liderada por Céspedes, quien, consciente de la necesidad de un mando unificado y fuerte, preconizaba la prioridad del estamento militar bajo su jefatura, y otra que, influida por corrientes intelectuales, intentaba darle a la República en Armas las pistas de Estado nacional consolidado.

Esto, como se demostró en la práctica, traería consecuencias nefastas. En aras de la unidad, Céspedes renunció a su criterio, y se impuso el bloque conformado por camagüeyanos y villareños, en el cual se destacó con voz ferviente el joven abogado Ignacio Agramonte Loynaz, precursor de pluma y pensar del proyecto de Constitución.

Los representantes allí reunidos acordaron que la Constitución regiría el tiempo que demorara la guerra y estuvo estructurada en 29 artículos, en los cuales esclarecía la segmentación de la isla en cuatro Estados con facultades para enviar a la Cámara igual representación.

En sus líneas este documento estableció el requisito para elegir y ser electo, reconoció la condición de hombre libre a todos los habitantes de Cuba, así como el deber y el derecho de ser soldados del Ejército Libertador, conjuntamente con otras garantías civiles; además, se eligió a la bandera de Narcizo López como Enseña Nacional y se decidió que junto a ella se colocara la enarbolada por Céspedes en La Demajagua, en el salón de reuniones de la Cámara, como parte del tesoro de la República.

Quién diría que en medio de una sociedad machista, la voz de la mujer se estremeciera, tal y como lo hizo Ana Betancourt, quien, a pesar de no estar en la reunión, vibró con una carta en la que reclamaba el derecho a la igualdad y el cese de la explotación femenina, ardiendo la necesidad de defender a la Patria en voz y proceder. No hay dudas de que la primera Constitución brilló, con la luz de la esperanza y la valentía de un pueblo que luchaba por su libertad.

A 155 años de la relevante anécdota queda el aroma de las páginas en la que estaban grabados los sueños de un futuro, de una nación, de una Revolución, donde la justicia y la igualdad son pilares fundamentales en la lucha eterna por mantener en alto los valores de una estirpe de cubanos de sangre, sudor y raíces echadas. (Alexis Peña Hernández/ Estudiante de Periodismo) (Foto: Tomada de Internet)


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