¿Qué hacer cuando se va una grande, alguien que uno sintió cerca, que abrazó y quiso? ¿Cuál es la mejor opción: ¿sentarse en un parque e imaginarla sin voz ni movimiento o pensarla otra vez sonriente y llena de vida? ¿buscarla en grabaciones o en la memoria? Las redes sociales constantemente nos muestran imágenes de ella, con mensajes de cariño y admiración.
Sabíamos de su batalla contra la posible muerte desde hace algunas semanas. Ojalá hubiese sido uno de sus personajes, esos que interpretaba tan bien como en diferentes vidas, pero no, la telenovela de la realidad puede ser muy dura y hasta injusta. Se la llevó, y solo nos quedarán las grabaciones y la memoria, los recuerdos.
Me recuesto del espaldar de un banco en La Habana Vieja, y aparece en un escenario, para cautivar otra vez a todos. Algunos aplauden antes de sus primeras palabras. Le llaman Maestra, amiga, Cori, y ella esboza una sonrisa leve, como para decir: “sigo aquí, no me voy, nunca lo haré del todo”.
Muchos la quieren como a una hermana, aunque no lo sea de sangre; la inmensa mayoría reconoce su talento, su fuerza, esa capacidad para despertar emociones… Hay quienes tienen anécdotas relacionadas con su exigencia, la pasión con que defendía sus criterios, lo que le parecía justo, aunque fuera hiriente para otros.
Corina Mestre Vilavoy, Premio Nacional de Teatro, Premio Nacional de Enseñanza Artística, Vicepresidenta de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba y Maestra de Juventudes de la Asociación Hermanos Saíz, la actriz entrañable, la madre, la mujer polémica y profesora incansable, jamás pasaba desapercibida.
Me parece verla otra vez en la pantalla del televisor o sobre el escenario, sentada en los jardines de la UNEAC, en un encuentro con los jóvenes o en cualquier otro intercambio, en los que casi siempre hablaba, porque eso de quedarse callada no iba con ella. Uno la observaba y sentía su fuerza, la energía con la cual enfrentaba los retos, apasionada como pocas.
Nacida el 12 de octubre de 1954 en La Habana, esta mujer cubanísima, que fue profesora durante más de 30 años en la Escuela Nacional de Arte, escribió con su fidelidad, perseverancia y talento una historia de vida con páginas admirables, en grandes escenarios y en eso que para ella era vital: la escuela, el aula y las comunidades.
Fue integrante del Grupo de Teatro Estudio, actriz de televisión, radio y cine, con premios en Cuba y otras partes del mundo, incluidos el Festival Internacional Cervantino, de México; Sitges, de España, el de Teatro de Moscú y el Premio Hola de la Asociación de Artistas y Críticos Hispanos de New York, otorgado en el año 2000.
A Corina la vimos emocionarse, aconsejar, sentirse inquieta por insatisfacciones relacionadas con el ámbito cultural, criticar y también decir elogios. Desde la vicepresidencia de la UNEAC o cualquier otra posición defendía con pasión lo que consideraba mejor para el gremio de creadores, y en especial para la Enseñanza Artística.
La noticia de su muerte nos llegó este 1 de junio, apenas minutos después de lecturas de poesía en la Calle de Madera, como parte del Festival Internacional de Poesía de La Habana. Muchos versos para ella, y el abrazo de todos los que la queremos. Corina seguirá en los escenarios, entre gestos y miradas, en las voces de muchos… Es fácil sentir los aplausos. (Texto y foto: Yasel Toledo Garnache, Caimán Barbudo)