Fue durante una tarde de febrero del año 1963 cuando Hiram Rafael Pérez Perera, uno de los fundadores de la fábrica de alambre con púas Gonzalo Esteban Lugo, de Nuevitas, vio por primera vez al Che. Aunque el fugaz encuentro no paso a más de un saludo desde el jeep del Comandante, grande fue su asombro cuando, un tiempo después, tuvo la oportunidad de interactuar con él más de cerca.
“Cuando entré a la Fábrica de Alambre, en la brigada de montaje, comencé a trabajar en alistar el taller de electrodos y teníamos un almacén con todos los materiales; el Che llegó de improviso y entró en el depósito, allí había algunas toneladas de arcilla que habían traído de Manatí.
Al administrador de aquel tiempo le dijeron que era un mineral para hacer los electrodos. Él se puso a mirar, con la mano cogió la arcilla y la analizó un rato; era un hombre muy bien preparado, era médico, pero sabía de todo, se volteó hacia el administrador y le preguntó: ¿Qué es esto? Y él respondió que eso era un mineral muy importante, tierra caliza; entonces el Che le dijo: ‘Mira que tú eres bobo, chico. Eso es barro amarillo, te engañaron’.
El julio de 1964 el Che visitó la industria otra vez con motivo de la inauguración de nuevas maquinarias para aumentar la producción.
“Al llegar fue hacia el taller de electrodos y lo recorrió, yo trabajaba allí, lo seguí en todo momento. Entró en un salón donde había una pesa, llegó con su tabaco y ya lo tenía casi quemándole los labios, en el bolsillo tenía un respirador, de esos que usan los asmáticos, botó el tabaquito y automáticamente se llevó el respirador a la boca. Luego se pesó y preguntó que cuánto era un kilogramo, me miró y yo le dije que ‘era 2,2 libras’, el negó y mencionó que eran más como 2,16 y se echó a reír”.
En una ocasión la llegada repentina del Comandante perturbó la rutina de los trabajadores. Hiram que se encontraba en su puesto de trabajo no se percató de su presencia.
“Esa vez me tomó por sorpresa. Yo estaba en el taller comiendo dulce de leche y de vez en cuando le lanzaba pedacitos a una compañera que estaba cerca. Él se acercó sigiloso por detrás y me giré, nos miramos por unos segundos, yo no dije nada, me puso mano en el hombro y se rio a carcajadas, después se fue”.
Aunque el paso de los años causó estragos en su memoria Hiram recuerda con precisión todo lo relacionado al Che.
“Lo admiraba mucho” -comenta con una sonrisa nostálgica- “Yo era muy joven cuándo oí hablar de él por primera vez, de lo que había hecho. Me asombró su determinación de luchar a pesar de su asma severa; pues yo fui muy enfermizo durante mi infancia.
Él fue algo así como mi ejemplo a seguir, pensé que si él pudo pelear yo también podía; luego, al comienzo de la segunda limpia del Escambray me ofrecí para combatir a los alzados. Fue difícil acostumbrarme al campamento, ahí me di cuenta de lo duro que debió ser para el Comandante vivir en la Sierra Maestra y mi respeto aumentó. Creo firmemente que no ha nacido otro hombre cómo él; como el Che no hay dos”. (Suset Acosta Pérez/ estudiante de Periodismo Radio Nuevitas)