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La resistencia cubana solo puede entenderse si se comprende que parte de defender la descolonización


Argentina, 29 jun.- Eso de ser frutilla del postre… afortunadamente hemos tenido un buen asado previo y eso da energías para cumplir el encargo que se me ha hecho hoy: cerrar esta mesa y abrir un espacio para pensar en los desafíos que tenemos por delante. Y hacerlo, además, desde una experiencia nacional que no arranca en 1959, con el triunfo de la Revolución.

Cuando en 1916, Lenin escribió El imperialismo, fase superior del capitalismo, ya ese mismo sistema instalado en los Estados Unidos de América, había librado su primera guerra de despojo contra las potencias coloniales de su época y Cuba había conocido sus consecuencias.

Un poco antes, desde 1884, un cubano, José Martí, había descrito en agudos detalles, la interrelación entre los monopolios y la oligarquía financiera y sus esfuerzos por hallar fuera de sus fronteras nuevos mercados, áreas de influencia y mano de obra barata, en el marco de nuevas relaciones internacionales.

No eran ni el análisis económico de Marx, ni la brillante interpretación de Lenin, pero Martí, adelantado a su tiempo, fue capaz de advertir el peligro extraordinario que representaba la nueva potencia emergente, y de prever, además, el destino que correspondería a su Patria, última colonia de España, y a Nuestra América, de erigirse en varapalos de la voraz expansión.

La materialización del viejo sueño húmedo de Jefferson y Adams de convertir a la isla en la más jugosa adición que pueda hacerse a la Unión americana, como parte de su Doctrina Monroe; la independencia frustrada de Cuba en 1898, por la intervención militar estadounidense; la imposición de un acuerdo de paz que dejó a los cubanos al margen, el nombramiento de un administrador neocolonial, la redacción de una Constitución en Washington, enmendada poco después con una cláusula que garantizaba la injerencia y la ocupación —ahí está la base de Guantánamo—, y la designación de un presidente, todo como condición para ser república, fueron hechos que marcan nuestra historia nacional y testimonian el nacimiento del imperialismo.

Cuba fue, en la primera mitad del siglo XX, el gran laboratorio imperial: de la explotación económica —básicamente azucarera— y el control del comercio regional, del cual La Habana siguió siendo epicentro, pasaron a la experimentación de procesos de socialización del capital financiero, de fórmulas productivas y de técnicas comerciales que luego se expandirían por el mundo. También, utilizaron a Cuba como campo de entrenamiento de sus fuerzas militares y represivas, y lanzaron desde la isla más de una agresión contra otros países de la región.

Esta acumulación de hechos aceleró la maduración del pensamiento político y social cubano, las luchas populares, aceleró el ingreso de las ideas más avanzadas de la época y nutrió la rebeldía nacional que luego se viera expresada contra otras tres ocupaciones militares yanquis, contra gobiernos proimperialistas dictatoriales y en la oleada revolucionaria que inició Fidel Castro, quien sin haber siquiera alcanzado el triunfo, avizoró que aquella guerra de liberación sería superada por otra más larga y cruenta, entre el imperialismo estadounidense y la revolución cubana.

Esa guerra se libra hace 66 años. Ha tenido momentos de cañonazos en los que experimentaron con soldados propios, con mercenarios, con napalm o fósforo. Y ha tenido momentos de terror que causaron 3 478 muertos, 2 099 lesionados, cientos de desaparecidos en el estrecho de la Florida, miles de niños arrancados de sus familias, cientos de atentados contra líderes políticos, embajadas y diplomáticos; más de un millón de animales sacrificados por fiebre porcina, cientos de miles de hectáreas de cultivos arrasados por la sigatoka negra, el mosaico, el moho azul y el thrips palmi; miles de seres humanos infectados por dengue hemorrágico.

La joya de la guerra imperialista contra Cuba ha sido el prolongado bloqueo económico, comercial y financiero, concebido para privar al gobierno cubano de recursos materiales y financieros, y causar hambre, sufrimiento y desesperación en el pueblo, para que se alce y derroque a su propio gobierno. Un bloqueo que se han empeñado permanentemente en invisibilizar, aunque es extraterritorial y hunde sus tentáculos en todo el mundo. Un bloqueo que constituye el más amplio, profundo y complejo sistema de medidas coercitivas unilaterales aplicadas en tiempo de paz contra país alguno por tan largo tiempo, y que, al condenarlo cada año, la ONU lo tipifica de “genocidio” en el artículo II, inciso c, de la Convención que previene y castiga ese crimen.

Les había dicho antes que Cuba ha sido un campo de ensayos del imperialismo. Su agresividad contra nuestra Patria siempre ha estado acompañada de lo que hoy llamamos fake news, guerra cultural o cognitiva, subversión ideológica, lawfare y otras formas de ejercicio de poder “blando”.

De hecho, la guerra hispanoamericana iniciada en 1898 se lanzó con una operación que combinó subversión del régimen español, con un sabotaje terrorista contra un crucero estadounidense en el puerto de La Habana y la difusión de noticias falsas —es famoso el mensaje de William Hearst al corresponsal que cubría la guerra de independencia: “Usted ponga las imágenes, que yo pondré la guerra”—.

Así ha sido hasta hoy, primero para construir el imperio caricaturesco de La Habana, regido por transnacionales y grupos mafiosos; después para derrocar el único poder genuinamente libre, independiente, democrático y popular, ¡socialista!, que se ha podido constituir en la isla.

Últimamente ha sido noticia que, como resultado del desfinanciamiento de la USAID y de la comunicación gubernamental en Estados Unidos, sufrieron recortes —no eliminación— diferentes programas de subversión y radiodifusión hacia Cuba. El hecho real es que en los últimos años se han destinado más de doscientos millones de dólares a dichos programas de cambio de régimen, y que llegaron a emitirse hasta 3 mil horas semanales de transmisiones que los apoyaban, pero eso ha ocurrido a lo largo de cada uno de los últimos 66 años.

Además, hemos convivido dentro de un mundo donde Estados Unidos, las oligarquías nacionales y transnacionales y sus medios, lograron homogeneizar la cultura de masas, el discurso y el pensamiento de sus centros de poder con una unicidad y disciplinamiento impresionantes.

Quizás por ello ha pasado inadvertido que, solo durante los primeros cinco meses del actual gobierno imperialista, Cuba fue reincorporada a la Lista de Estados Patrocinadores del Terrorismo, lo que agrava los efectos del bloqueo, sobre todo en el ámbito financiero, incrementa el Riesgo País y desincentiva el turismo.

Fue reactivado el Memorándum Presidencial No.5 de 2017 que afirma abiertamente los objetivos de cambio de régimen en Cuba, de restringir el turismo, apoyar la subversión y aplicar el bloqueo a través de la Ley Helms-Burton.

Empresas e instituciones fueron reincorporadas a la lista de entidades cubanas restringidas, con las que se prohibe realizar cualquier transacción, y que tiene un alcance extraterritorial.

La empresa de remesas Orbit S.A. resultó incluida en la lista de entidades cubanas restringidas, lo que forzó a la Western Union a suspender actividades en Cuba, afectando a las familias cubanas.

Reactivaron el Título III de la Ley Helms-Burton, que permite demandar en tribunales de Estados Unidos a quienes inviertan en propiedades nacionalizadas en Cuba al triunfo de la Revolución, incluyendo las que pertenecieron a ciudadanos cubanos posteriormente naturalizados estadounidenses.

Terminaron el programa de parole humanitario para cubanos y la aplicación del CBP One, para solicitar ingreso por ocho puertos de entrada a EE.UU.

Suspendieron el otorgamiento de visas a cubanos para intercambios culturales, deportivos, académicos, científicos y de cualquier otro carácter.

Restringieron las visas de entrada a Estados Unidos de ciudadanos cubanos y extranjeros, y sus familiares, vinculados a programas de cooperación internacional de Cuba, en particular los de salud, pero también en otras esferas.

Incluyeron a Cuba en la Lista de Países que no aplican medidas antiterroristas efectivas en sus puertos, autorizando al Servicio de Guardacostas a imponer requisitos adicionales a embarcaciones que provienen de territorio cubano, por la designación del país como estado patrocinador del terrorismo.

Prohibieron a instituciones ubicadas en Cuba el ingreso al repositorio de datos de los Institutos Nacionales de Salud de Estados Unidos.

Suspendieron las conversaciones migratorias entre ambos países.
Negaron los pagos y exigieron apertura de cuentas en el exterior a propietarios privados cubanos en la plataforma de alojamientos Airbnb.

Impusieron a la Embajada de Cuba en Washington un régimen de notificaciones previo a cualquier intercambio con autoridades o visitas a gobiernos locales, estaduales, centros educacionales y de investigación, incluyendo instalaciones agrícolas y laboratorios nacionales.

Prohibieron la entrada a ese país de funcionarios judiciales, autoridades deportivas y deportistas.

Suspendieron la entrada a Estados Unidos de inmigrantes y no inmigrantes cubanos en diferentes categorías de visas que respaldarían negocios, turismo, intercambios de estudiantes y académicos.
Adicionalmente, limitaron el acceso a tecnologías estadounidenses de inteligencia artificial a un grupo de gobiernos que consideraron "adversarios extranjeros", entre los que incluyeron a Cuba.

Figuras de origen cubano en el actual gobierno han dicho con repugnante franqueza y crueldad que cada medida ha sido diseñada con milimétrica precisión para causar el mayor daño posible en las familias cubanas, y que el sufrimiento será necesario.

De ahí que, cuando los cubanos hablamos del imperialismo, no lo hacemos desde una cultura de manual, por haber estudiado a Lenin y a todos los que después han teorizado sobre este brutal sistema, sino desde la más cruda experiencia, por haber sufrido las consecuencias de sus políticas por generaciones, muy en especial aquellas que nacimos y crecimos después de 1959.

Todo juicio de la realidad cubana que se regodee en nuestras carencias, defectos y errores, y desconozca cómo el imperialismo actúa sobre Cuba y los efectos dramáticos que causa, cómo limita nuestro desarrollo, carece de objetividad. No se puede hablar solo de números, que serían suficiente razón: ¡164 mil millones de dólares, o 1.5 billones a precios del oro! Hay que mencionar los daños humanos, los muertos, los que no debieron morir, las heridas, los sufrimientos y la fractura de las familias, el aplazamiento de sueños, la impotencia de desplegar las fuerzas y la inteligencia propias, la imposibilidad de ejercer nuestra cultura e ideas. Por eso, el principal campo de batalla del imperialismo es en ese ámbito intangible: hacer que sus víctimas asuman la lógica del verdugo.

La resistencia cubana solo puede entenderse si se comprende que parte de defender la descolonización del pensamiento, esa herencia nefasta a la que se refirió Frantz Fanon, que paraliza la liberación de los pueblos. Si se percibe que fueron la cultura y las ideas más avanzadas las que cimentaron valores y forjaron carácter y conductas realmente libres. Si se entiende que las transformaciones sociales verdaderas solo pueden hacerse desde el pueblo, con el pueblo y para el pueblo, donde el pueblo sea protagonista participante y líder colectivo.

Los mitos de la represión, de los presos, de la censura, que pueden ser posibles como actos de autodefensa de un poder legítimo, no explican cómo la inmensa mayoría de un pueblo ha resistido tantos años de guerra, tantas pérdidas y tanto dolor, y en ese torbellino de violencia, no ha dejado de ser bueno y justo. Nos lo había advertido José Martí en 1992: la guerra principal que se nos hace es de pensamiento, y a pensamiento hay que ganarla. Hemos cumplido hasta hoy, pero no es suficiente.

Cada acto del imperialismo contra Cuba reafirma una verdad inocultable: en su pobreza material y en su riqueza de espíritu, el modelo de sociedad elegido y construido por los cubanos es viable, es lo más parecido a la libertad y democracia que muchos sueñan, es el modo más justo y solidario de distribuir y compartir riquezas en un país pequeño, de escasos recursos, en un mundo gobernado por fuerzas egoístas y poderosas. Y, por el contrario, refleja, como ante un espejo, todo de lo que carece quien intenta imponer su modelo a los demás.

En resumen: no basta con ver a la expansión imperial y sus brutales coletazos como amenazas de esta fase brutal del capitalismo. Hay que asumirlo, a sabiendas que resulte en tener que vivir sin precio. Hay que enfrentarlo en unidad, con firmeza, con claridad de objetivos, con identidad cultural y conciencia propias, con justicia y equidad.

La lucha cubana contra el imperialismo ha dejado también otras lecciones: el enfrentamiento no se circunscribe al ámbito nacional. Somos parte de un mundo que sufre tanto como nosotros. Baste mirar a Gaza, baste mirar al desatino de bombardear instalaciones nucleares en Irán, baste mirar a la guerra en Europa y el resurgimiento del fascismo, baste saber que el antiguo imperio hegemónico ya no lo es, y no acepta alternativas a su opresor poder, aunque sean multipolares.

Debo añadir que ser internacionalistas y solidarios ha sido el mejor antídoto antimperialista. Combatir contra el imperialismo, donde quiera que esté, es un legado que permanecerá vivo mientras éste exista. Defender la condición humana en toda circunstancia nos protegió del odio y sus diferentes formas de exclusión humana.

Marchar unidos en nuestra diversidad como pueblo, nos preparó mejor para entender la diversidad del mundo en que vivimos y defender también su unidad sobre similares bases. Insistir en utopías cuando otros las desarman nos ha permitido tener planes, programas y proyectos permanentes, adaptados a su tiempo. Ser rebeldes, insatisfechos, autocríticos, y enfrentar nuestros propios demonios, nos salva de la molicie, el tedio y la decepción, tan comunes a la política de nuestro tiempo.

Entrenarnos en construir y defender lo alcanzado ha garantizado nuestra permanencia, templanza, creatividad y resiliencia, y ha permitido que, incluso, en la maraña de mentiras que nos oscurece más que los apagones, y que nos aísla, nuestra verdad irrumpa como luz quemante.

Y un último aprendizaje: aún si sobreviene un período de paz y entendimiento, ni un paso atrás. No confiar en ellos, porque como alertó el Che, “en el imperialismo no se puede confiar, ni tantito así, ¡nada!”. (Texto: Pedro P. Prada/ Cubadebate) (Foto: Cubadebate)


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