Junio, 2025.- Como ya es habitual el rugido de la motorizada, puro estruendo metálico, abrió paso entre la multitud como si despertara a la ciudad de un largo letargo para que el paseo arrancara y fuera indetenible hasta la tarima central.
A esa hora, cuando la brisa apenas refresca el calor del día, ya familias enteras se acomodaban a la vera de la Avenida de la Libertad y áreas aledañas al Casino Campestre; niños en hombros, ancianos en asientos improvisados, todos a la espera de que la tradición hiciera su magia una vez más.
Detrás de las motos llegaron los ciclistas y patinadores, una hilera viva de luces y timbres que anunciaban que la noche sería larga, seguido de cerca por los monos viejos, con su danza irreverente y burlona, haciendo reír o sacando sustos a los más chicos; a su paso los ensabanados sacudieron fantasmas de otras épocas, para recordar que el San Juan Camagüeyano es también juego y travesura.
Los muñecones, gigantes de cartón y tela, se movieron con paso arrollador pero sin pisar la alegría de la gente; detrás, carrozas repletas de luces y colores pintaron el desfile de ritmos y fantasías. Y entonces, como latido final y necesario, tronaron las congas y comparsas, cuerpos que se contagiaron de tambores, pies que retumbaron el pavimento hasta hacerlo crujir de historia y música.
El San Juan Camagüeyano no es solo un desfile: es un lazo que ata a la ciudad con su pasado de 511 años y la proyecta hacia cada nueva generación; es la excusa para que familias enteras se reúnan bajo el mismo cielo, para que abuelos cuenten anécdotas y los niños hereden, sin darse cuenta, una tradición que resiste y se reinventa.
Así, en esa última noche de paseos, mientras la música se alejaba calle abajo, Camagüey volvió a recordarse a sí misma que celebrar el San Juan es defender la memoria viva de su pueblo que ya aguarda para enterrar, en la tarde de este 29 de junio, a San Pedro, y con él -junto a sus viudas- la edición 300 del festejo más rifas de la comarca principeña. (Texto: Diosmel Galano Oliver/Radio Camagüey) (Fotos: José Antonio Cortiñas Friman)