La Habana, 5 mar.- En marzo de 1889 tuvo lugar una campaña mediática contra Cuba, en el sentido actual del término, que no pasó entonces a mayores por la intervención enérgica, inteligente y oportuna de José Martí.
The Manufacturer, de Filadelafia, publicó un artículo lleno de ultraje y desprecio hacia los cubanos, el 16 de marzo de ese año, y su adversario político, The Evening Post, de Nueva York, replicó la ofensa días después, pues estaban plenamente de acuerdo en un punto: la inferioridad e incapacidad de los nacidos en la Isla para gobernarse por sí mismos. Ambos textos abundan en adjetivos denigrantes hacia los seres humanos, entre ellos “perezosos”, “cobardes”, “afeminados”, y califican a la Guerra de los Diez Años como “farsa”, entre otras ofensas.
Tal fue la preocupación de ambos rotativos por la “influencia nociva” que Cuba podría ejercer sobre los Estados Unidos en caso de anexión, que la declararon inadmisible, pues esa “inferioridad” corrompería al pueblo “superior” del Norte. Los dos coincidían en que la única posibilidad de unión con Cuba, independientemente de los atractivos del territorio, “[…] sería americanizarla por completo, cubriéndola con gente de nuestra propia raza […]”[1]
La respuesta de Martí fue inmediata, redactada en inglés y publicada en el periódico neoyorquino. Con moderación y capacidad argumentativa, pretendía llegar al lector medio, ignorante de la realidad cubana, y que sus criterios alcanzaran a las esferas de poder.
Entre las preguntas que debe haberse hecho el cubano estaba ¿cómo sería ese proceso de “americanización”? La palabra en sí misma, en 1889, no expresaba su componente destructivo y criminal. Una década después las cosas ya se decían de otra manera.
Luego de terminada la guerra, cuando los soldados y oficiales yanquis advertían que los cubanos tenían sus propias opiniones, y que muchos se percataban de que los Estados Unidos habían intervenido oportunistamente, esperando el momento de mayor debilidad de ambos contendientes, comenzó a correr la voz de la “ingratitud”. Una de las muestras más descarnadas de esas opiniones negativas la recoge Louis A. Pérez, Jr. en su libro Cuba en el imaginario de los Estados Unidos:
La reacción de los estadounidenses fue a veces visceral […] “Los propios cubanos no valían medio litro de la buena sangre americana derramada en su beneficio ?rezaba la estridente denuncia hecha por el New York Evening Post?. Ellos [los cubanos] son obviamente una partida de miserables […] Desagradecidos al máximo grado de la condescendencia de los Estados Unidos de venir para aliviarlos.”[2]
Debe tenerse en cuenta que lo entrecomillado se publicó en The Evening Post, el mismo periódico, con el mismo editor jefe, Edwin L. Godkin, a quien Martí dirigiera su “Vindicación de Cuba”; el mismo, por supuesto, que estuvo totalmente de acuerdo con The Manufacturer en los juicios ofensivos que motivaron la respuesta del cubano.
A medida que iniciaba la república neocolonial, se iba agudizando la agresividad de criterios sobre la “americanización” de la Isla. Volvamos al libro de Pérez, que lo ilustra de manera ejemplar:
Era muy infortunado que un lugar tan deseable estuviera poblado de una gente tan indeseable […] De tiempo en tiempo ellos tenían fantasías genocidas para solucionar el problema de los cubanos, como la que Albert Memmi sugería, y que era la conclusión lógica de la imaginación imperial: “suponer la colonia sin los colonizados”. “Cuba sería deseable ?comentaba el senador por Nevada Francis Newsland ?si por media hora pudiera ser hundida en el mar y entonces emerger cuando todos sus habitantes hayan perecido”. El senador de Dakota del Sur, Richard Pettigrew, ofreció una solución similar. “La isla no tendrá valor para nosotros ?rezongaba? a menos que sea hundida con toda su población.”[3]
Varios periódicos notables, entre ellos The Chicago Tribune, difundieron reiteradamente apreciaciones similares. Y la oleada de opiniones negativas llegó a alcanzar incluso al presidente Theodore Roosevelt, que durante la insurrección de 1906 escribió:
“Estoy tan enojado con esa infernal pequeña república cubana […] que me gustaría borrar a su pueblo de la faz de la tierra.”[4]
El parecido entre las circunstancias de finales del XIX y principios del XX, y lo que está sucediendo hoy en este turbulento siglo XXI es innegable. La misma guerra arancelaria, los mismos apetitos de anexión desde el imperio y sus lacayos nacionales, la agudización extrema del racismo que llega a su variante fascista, fueron los denominadores comunes de aquella época y lo son de la nuestra.
Hoy estamos abocados al mismo dilema, de un lado el pueblo norteamericano y las facetas honestas de la intelectualidad progresista de aquel país. De otro, las fuerzas terribles, partidarias de la guerra, ancladas en un discurso anexionista y fascista, que pretende sojuzgar a la humanidad. Cabe decir, entonces, que ese texto de Martí, pensado en función de Cuba, puede ser leído hoy, con toda justicia, como Vindicación de Nuestra América, o mejor, de todos aquellos pueblos que luchan por su soberanía y en pos de un ideal de paz y justicia social.
En medio de la crisis global contemporánea, Martí se yergue como una fortaleza a favor de la paz, el diálogo, la concordia y el respeto entre los pueblos. En su ideario la dignidad y la soberanía nunca serán negociables y eso rebasa los límites de Cuba. Cuando cayó en combate el 19 de mayo de 1895, lo hizo en una guerra que preparó no solo para liberar a su tierra de origen, sino para equilibrar un mundo. Aprovechemos su legado y hagamos de nuestro día a día, desde nuestros espacios de labor y ejercicio ciudadano, una lucha para lograr ese objetivo. (Cubadebate) (Foto: Tomada de Internet)
notas:
[1] JM. OCEC, t. 31, p. 210. Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2024.
[2] Louis A. Pérez, Jr. Cuba en el imaginario de los Estados Unidos, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2016. p. 183.
[3] Ibídem, p. 118.
[4] Ibídem, 119.