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Una reunión en Harlem: Malcolm X, Fidel Castro y la lucha por Palestina


EE.UU, 19 sep.- En septiembre de 1960, en el corazón de la América negra, el Hotel Theresa de Harlem se convirtió en el escenario de uno de los encuentros más monumentales del mundo.

Cuando Malcolm X y Fidel Castro se reunieron allí hace 65 años, el propio Harlem se transformó en una encrucijada de fervor revolucionario. La cita dejaría una huella indeleble no solo en la ciudad de Nueva York, sino en todo el mundo, convirtiéndose en un momento decisivo que ayudó a formar la conciencia de generaciones de luchadores por la libertad y aceleró el ritmo de la lucha por la liberación en los Estados Unidos y en todo el mundo.

El encuentro entre Fidel y Malcolm X en el Hotel Theresa no fue una mera sesión fotográfica, sino un potente símbolo de una era de revolución y luchas de liberación nacional cristalizada en un abrazo entre dos jóvenes revolucionarios que se enfrentaban a la ira del imperio estadounidense y enviaban un poderoso mensaje contra la hegemonía estadounidense y la opresión racial.

Este acontecimiento, nacido de las circunstancias y el desafío, sigue teniendo una profunda relevancia hoy en día, especialmente en el contexto de los debates globales sobre la autodeterminación y la lucha en curso por la liberación de Palestina. Al igual que la Revolución Cubana de 1960, que encarnó los sueños y aspiraciones de los pueblos oprimidos de todo el mundo, la causa palestina y el pueblo de Gaza sirven hoy en día de brújula para quienes buscan cambiar el mundo. El inquebrantable espíritu de resistencia de Gaza se ha convertido en un poderoso símbolo para una nueva generación de activistas que luchan por la liberación en todo el mundo.

La hostilidad de los Estados Unidos y la bienvenida de Harlem

La visita de Fidel a Nueva York para el 15º período de sesiones de la Asamblea General de la ONU fue recibida con hostilidad por parte de las élites estadounidenses. Cuando él y la delegación cubana fueron inicialmente alojados en el Hotel Shelburne, en el centro de la ciudad, la dirección exigió un cuantioso depósito en efectivo de 20 000 dólares por “daños y perjuicios” y el Departamento de Estado de los Estados Unidos restringió sus movimientos. Se trataba de un claro ataque político, parte de una campaña más amplia de los Estados Unidos para aislar a la joven Revolución Cubana, mientras los sabotajes y los atentados terroristas de la CIA en la isla comenzaban a cobrar impulso.

Fue en ese momento de tensión diplomática cuando un grupo de líderes negros, entre ellos Malcolm X, intervino. Invitaron a Fidel y a la delegación cubana a trasladarse al Hotel Theresa, un referente de la vida cultural y política afroamericana en Harlem. Fidel aceptó, convirtiendo una ofensa diplomática en una poderosa declaración política contra el intento de la Administración Eisenhower de silenciarlo. Al trasladarse a Harlem, Fidel causaría un dolor de cabeza a Washington al destacar intencionadamente la hipocresía de una nación que se proclamaba defensora de la democracia y la libertad en el extranjero, mientras que sus ciudadanos negros se enfrentaban a una segregación y opresión sistémicas en su propio país.

El ambiente en Harlem era electrizante. Miles de personas, desafiando la lluvia, se reunieron frente al Hotel Theresa para vitorear al líder revolucionario, lo que demostraba el apoyo popular de los afroamericanos a la lucha de Cuba contra el imperialismo estadounidense.

Como el propio Malcolm X escribió más tarde en su autobiografía, Fidel “logró un golpe psicológico sobre el Departamento de Estado de los Estados Unidos cuando lo confinó a Manhattan, sin imaginar que se quedaría en Harlem y causaría tal impresión entre los negros”. Rosemari Mealy, en su obra Fidel y Malcolm X: Recuerdos de un encuentro, destaca el profundo significado de esta medida.

Señala que el encuentro simbolizó “el respeto que ambos hombres se profesaban mutuamente” y su lucha compartida por la autodeterminación y la liberación nacional. Para los miles de personas que se reunieron fuera del hotel, “comenzó a gestarse la idea de que Castro vendría aquí para quedarse porque había descubierto, como la mayoría de los negros, el trato desagradable que se daba a los desfavorecidos en el centro de la ciudad”. Fidel era visto como un revolucionario que había “mandado al infierno a la América blanca”, como lo expresó un periódico negro contemporáneo. Este poderoso sentimiento resonó profundamente en la comunidad.

Encuentro antiimperialista en el corazón de Harlem

El encuentro en el Hotel Theresa fue un momento crucial en la historia del internacionalismo y la solidaridad antiimperialista. Demostró una clara comprensión de que la lucha contra la opresión racial y por los derechos humanos en los Estados Unidos estaba indisolublemente ligada a la lucha contra el colonialismo y el imperialismo en el extranjero. Este es un tema central explorado por académicos como Rosemari Mealy en su trabajo, que recopila relatos y reflexiones de primera mano, destacando cómo la reunión simbolizó una era de descolonización y luchas por los derechos humanos entre los pueblos negros y del Tercer Mundo a nivel mundial. Fue un poderoso rechazo a la narrativa de la Guerra Fría que trataba de presentar estos movimientos como aislados e ilegítimos.

La reunión puso de manifiesto la hipocresía de las afirmaciones de los Estados Unidos de ser un faro de libertad, mientras que sus propios ciudadanos negros se enfrentaban a una segregación y una violencia sistémicas, no solo en el sur de los Estados Unidos bajo Jim Crow, sino incluso en los centros urbanos del norte del país. La decisión de Fidel de trasladarse a Harlem y sus posteriores reuniones con líderes mundiales como Jawaharlal Nehru, de la India, y Gamal Abdel Nasser, de Egipto, desde su “nueva sede” lo transformaron de una figura hemisférica en una figura mundial. Como escribe Simon Hall en Ten Days in Harlem, las acciones de Fidel pusieron de relieve que “la mancha de la segregación seguía viva en el norte urbano” y situaron la política del antiimperialismo y la igualdad racial en el centro de la Guerra Fría. La imagen del Hotel Theresa, un establecimiento propiedad de negros, que servía de centro neurálgico para los líderes mundiales que desafiaban el poder de los Estados Unidos, era una manifestación tangible del auge del proyecto del Tercer Mundo de soberanía e independencia en ciernes.

El 24 de septiembre, el ambiente en la habitación de Fidel en el Hotel Theresa era eléctrico, una pequeña habitación rebosante de la energía de una joven revolución. Estaba abarrotada de guerrilleros cubanos, jóvenes que habían descendido de las montañas de la Sierra Maestra menos de dos años antes. A sus 34 años, el propio Fidel era un torbellino de movimiento; su famosa barba y su uniforme verde oliva irradiaban una energía inquieta. La habitación, abarrotada de borradores de su próximo discurso ante la ONU y cables de noticias esparcidos, servía de cuartel general improvisado. Frente a él se sentaba Malcolm X, de 35 años, quien, con un elegante traje y una presencia igualmente imponente, encarnaba el cada vez más militante movimiento de liberación negra dentro de los Estados Unidos. El encuentro fue un intercambio profundo, aunque breve, entre dos hombres que reconocían en el otro el reflejo de sus propias luchas, una lucha compartida por lo que Fidel llamaría dos días después, en su histórico discurso de cuatro horas ante la ONU, “la plena dignidad humana” de todos los pueblos oprimidos. Solo se permitió la entrada a unos pocos periodistas negros, ante los cuales Fidel, hablando en inglés, expresó su admiración por la resistencia de los afroamericanos. “Admiro esto”, dijo. “Su pueblo vive aquí y se enfrenta a esta propaganda todo el tiempo y, sin embargo, lo entiende. Esto es muy interesante”. La respuesta de Malcolm X fue sucinta y contundente: “Somos veinte millones y siempre lo entendemos”. Al salir del hotel, frente a una multitud de periodistas hostiles que le preguntaban por su simpatía hacia los cubanos, Malcolm X respondió desafiante: “Por favor, no nos digan quiénes deben ser nuestros amigos y quiénes nuestros enemigos”.

Aunque Fidel y Malcolm X nunca volverían a verse en persona, sus vidas se entrelazaron a través de un compromiso compartido con el internacionalismo. Solo unos años después de su histórico encuentro, Malcolm X viajaría a Gaza, donde se reunió con la recién formada Organización para la Liberación de Palestina (OLP) y escribió su impactante ensayo “La lógica sionista”, en el que describía el sionismo como “una nueva forma de colonialismo”. Esta solidaridad reflejaba la de la Revolución Cubana; delegaciones cubanas anteriores, entre las que se encontraban Raúl Castro y el Che Guevara, también habían visitado Gaza, y Cuba se convertiría en uno de los primeros países en reconocer tanto a la OLP como al Estado palestino.

De Harlem a Palestina

Los ecos del encuentro de 1960 resuenan con fuerza en el próximo 80º período de sesiones de alto nivel de la Asamblea General de las Naciones Unidas. Los principios fundamentales que definieron el encuentro entre Fidel y Malcolm X, la autodeterminación, el antiimperialismo y la plena dignidad de los pueblos oprimidos, están siendo hoy objeto de una intensa controversia. Esto es más evidente en el genocidio que se está produciendo en Palestina, donde durante casi dos años Israel, con el apoyo inquebrantable de los Estados Unidos, ha tratado de erradicar al pueblo palestino en Gaza mediante una brutal campaña de guerra sin fin, asedio y hambruna provocada por el hombre.

Hoy en día, la lucha de los palestinos refleja el bloqueo opresivo y el asedio genocida que Cuba ha soportado durante décadas. Mientras que la lucha de Cuba contra el bloqueo y las sanciones de los Estados Unidos ha sido una prolongada guerra de desgaste, marcada por una calculada desaparición del ciclo de noticias, la experiencia palestina ha sido una carnicería constante y visceral. Los medios de comunicación estadounidenses y occidentales deslegitiman constantemente la realidad de ambos pueblos, pero difieren en su visibilidad inmediata y brutal. La solidaridad que Malcolm X mostró hacia Cuba, al ver en Fidel un alma gemela en la lucha contra el poderoso imperio estadounidense, es el mismo espíritu que anima hoy a los movimientos pro palestinos. Al igual que Fidel y Malcolm X reconocieron su causa común, una nueva generación de activistas de todo el mundo vincula cada vez más la lucha palestina a sus propios movimientos anticolonialistas, antirracistas y de liberación. En todos los continentes, la bandera palestina y la keffiyeh se han vuelto inseparables de la lucha por la autodeterminación. Millones de jóvenes de todo el mundo desafían hoy en día el dominio de la hegemonía estadounidense y reorientan el debate sobre el derecho humano fundamental de todos los pueblos oprimidos a vivir libres del imperialismo a través del prisma de la lucha palestina.

La dinámica de la reunión de 1960 se refleja en los debates actuales en la ONU. El Gobierno de los Estados Unidos sigue utilizando su poder para reprimir a la oposición y castigar a quienes desafían su agenda de política exterior, en particular en lo que respecta a Palestina. La decisión sin precedentes tomada el 29 de agosto de 2025 por el secretario de Estado Marco Rubio de denegar visados a toda la delegación palestina es un claro ejemplo de ello. En una declaración, Rubio dejó claro que los Estados Unidos utilizará su autoridad en materia de visados para promover su agenda política, afirmando que “redunda en interés de nuestra seguridad nacional exigir responsabilidades a la OLP y a la Autoridad Palestina por no cumplir sus compromisos y por socavar las perspectivas de paz”.

Este acto de aislamiento diplomático, muy similar al trato que recibió Fidel en 1960, tiene por objeto deslegitimar la causa palestina e impedir que siga ganando terreno en la escena internacional. A pesar de las contradicciones que plantea el papel de la Autoridad Palestina como único representante del pueblo palestino en la ONU, es importante reconocer que se trata de un intento de silenciar a un pueblo cuya propia existencia está bajo asedio. Sin embargo, la cuestión más candente es que la respuesta de la comunidad internacional al genocidio que se está produciendo en Gaza debe ir más allá de simples expresiones de simpatía. Aunque varios países europeos y aliados de los Estados Unidos están dispuestos a reconocer formalmente la condición de Estado palestino, este gesto por sí solo no será suficiente para poner fin al genocidio y a la hambruna provocada por el hombre. La ONU debe ir más allá del reconocimiento simbólico y tomar medidas concretas. Como mínimo, esto debe incluir sanciones contra Israel y un esfuerzo concertado para poner fin al bloqueo de Gaza. Además, basándose en el derecho internacional y en las acusaciones de crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad, se debe rechazar la presencia de Netanyahu o de cualquier representante israelí en la Asamblea General de la ONU. ¿Cómo puede la ONU acoger de forma creíble a personas que han sido declaradas responsables de diseñar y ejecutar atrocidades masivas?

La lucha por Palestina hoy en día, similar a la lucha de Cuba contra el bloqueo, es una lucha por la autodeterminación. Las lecciones de la reunión entre Fidel y Malcolm X son claras: la solidaridad entre movimientos es un arma poderosa contra el imperialismo. Sesenta y cinco años después, seguimos inspirándonos en esa breve pero monumental reunión en Harlem, aprendiendo que la solidaridad no es un mero gesto, sino una herramienta vital en la lucha por la liberación. (Texto y Foto: Cubadebate)


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