
La nueva Estrategia de Seguridad Nacional de Estados Unidos, recién publicada, no es un papel más del aparato diplomático. Es la confesión ordenada de un proyecto de reconfiguración global en un momento de crisis de hegemonía: Washington asume que ya no puede dominar en todas partes, así que decide dónde va a apretar el puño. Y el mapa es claro: prioridad absoluta al Hemisferio Occidental, disciplinamiento de aliados europeos y cerco estratégico a China, Rusia e Irán.
El corazón político del documento es sencillo: Estados Unidos se reivindica como una “república soberana” rodeada de amenazas —militares, económicas, migratorias, culturales— y se reserva el derecho de intervenir allí donde sus “intereses vitales” se vean en juego. Para vestirlo, se apela a una supuesta “predisposición al no intervencionismo” heredada de los padres fundadores, pero se añade inmediatamente la cláusula de escape: para un país con intereses “tan numerosos y diversos”, la no intervención rígida “no es posible”. Es la vieja coartada moral del imperio: proclamar el principio general mientras se blindan todas las excepciones.
Ahí se inserta el gesto más grave: el llamado “Corolario Trump a la Doctrina Monroe”. En lenguaje llano, Estados Unidos anuncia que volverá a “afirmar y hacer cumplir” la idea de que el Hemisferio Occidental es su zona exclusiva de influencia. Ninguna potencia extrahemisférica debería poder controlar puertos, minas, redes energéticas, infraestructuras digitales o bases logísticas en América Latina y el Caribe. Eso significa, en la práctica, convertir cualquier acuerdo relevante con China o Rusia en un asunto de seguridad nacional estadounidense. Y abre la puerta a todo el repertorio de presiones, sanciones, golpes blandos e incluso acciones militares “selectivas” que ya conocemos en la historia latinoamericana.
Pero el documento no se limita a América Latina. El giro trumpista tiene una dimensión global: se pide a los aliados europeos que asuman más gasto militar, que alineen su política energética con la expansión fósil de Estados Unidos y que acepten la confrontación con China y Rusia como eje de la agenda y requisito fundamental para preservar el estatus de “aliados confiables”. El vacío dejado por la retirada de EEUU hacia el hemisferio occidental deberá ser asumido por unos “aliados” a los que no les quedará otra opción que aumentar su agresividad contra las potencias rivales de EEUU, detrayendo recursos ahora empleados en el bienestar social de sus poblaciones para emplearlos en compra de armamento norteamericano y en la sustitución de las actuales cadenas de suministro, amplias y económicas, ofrecidas por Rusia y China -de las que el mismo EEUU seguirá disfrutando- por las estadounidenses, menos competitivas y con unos costes asociados mucho mayores. Esta dinámica, ya experimentada con la importación de gas tras la guerra de Ucrania, no hará más que profundizarse, mermando la competitividad europea frente a otros mercados internacionales.
España aparece en este esquema como “socio” subalterno, con dos funciones principales: Primera, plataforma militar (Rota, Morón, proyección hacia el Sahel y el Mediterráneo) al servicio de una estrategia que no definen Madrid, ni Bruselas, sino Washington. Segunda, puente político y cultural hacia América Latina, al que se se le buscará corresponsabilizar de la gestión de parte de la migración latina que vive EEUU así como de la copromoción de líderes afines a EEUU en la región.
Para América Latina, los riesgos son directos. La Estrategia convierte la migración y los cárteles en amenazas existenciales para Estados Unidos y plantea el despliegue de fuerzas, incluso letales, más allá de su frontera para combatirlos. Eso significa más militarización del Caribe y Mesoamérica, más presión sobre gobiernos para actuar como guardias fronterizos externalizados, más margen para justificar incursiones, bases y operaciones encubiertas, todo esto coronado bajo la peligrosa doctrina de la “paz a través de la fuerza”. Al mismo tiempo, el Hemisferio se concibe como laboratorio del “nearshoring”: relocalizar industrias desde Asia hacia países “amigos”, subordinando su estructura productiva a las necesidades de las empresas estadounidenses y a la guerra económica con China.
A nivel comunicacional, el documento consagra algo que venimos viendo en la práctica: la guerra cognitiva como política de Estado. Se denuncia la “propaganda destructiva” y las “operaciones de influencia” de actores adversarios, mientras se reivindica el poder blando estadounidense como fuerza benigna que no tiene por qué disculparse por su pasado. En la práctica, esto se traduce en más presión sobre medios críticos, más control de plataformas digitales, más estigmatización de cualquier relato alternativo como “desinformación” o “injerencia extranjera”. Cuba, Venezuela o Palestina ya son bancos de pruebas de este enfoque; las izquierdas latinoamericanas y europeas lo serán cada vez más.
Para Europa y, en particular, para España, el dilema es evidente: seguir profundizando la subordinación estratégica a una potencia que está rearmando su proyecto imperial en clave abiertamente reaccionaria, o buscar márgenes de autonomía en un mundo crecientemente multipolar. Persistir en la primera opción implica asumir como propios conflictos que no son nuestros, sacrificar soberanía energética y tecnológica, y aceptar que cualquier relación con el Sur Global será siempre condicionada por la agenda de Washington.
La nueva Estrategia de Seguridad Nacional de Estados Unidos nos interpela directamente. No es un texto lejano ni abstracto: define cómo se van a mover los recursos militares, financieros, diplomáticos y mediáticos del principal centro del capitalismo mundial. Desde el grupo de trabajo de análisis estratégico de la Asociación Lázaro Cárdenas y la Asociación Asturiana de Amistad con los Pueblos hemos elaborado un informe más amplio para desmenuzar este documento en clave latinoamericana y europea. La conclusión es clara: si Trump pretende reactivar la Doctrina Monroe, la respuesta sólo puede ser más integración soberana en Nuestra América y un accionar autónomo de España que priorice una cooperación con las naciones soberanas de américa latina basada en nuestros lazos históricos y culturales frente a la satisfacción de los intereses imperiales norteamericanos. Lo contrario es aceptar, sin discusión, el papel de patio trasero… o de vasallo raso. (Texto: Carloo González/ Cubadebate) (Foto: Cubadebate)