El historiador Eric Hobsbawn calificó al siglo XX como uno corto que empezó en 1914 con el inició de la Primera Guerra Mundial y que terminó en 1991 con el colapso de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Denominó a ese periodo como la Era de los Extremos.
¿Cómo podría calificarse el tiempo que vivimos? Un tiempo en el que, si es posible cometer un genocidio impunemente, todo, todo se puede. Sí, no es, para desgracia de la humanidad, el primer genocidio. Sin embargo, sí es el peor de la historia.
Es el peor de la historia porque a principios del siglo XX, cuando el pueblo armenio era víctima, la intención de destruir total o parcialmente a un grupo nacional, étnico, racial o religioso, ni siquiera tenía nombre. Décadas después, cuando el Ejército Rojo liberó los primeros campos de concentración no existían normas para condenarlo. Los juicios de Nüremberg y Tokio redactaron las definiciones de genocidio después de cometidos los hechos. Fue en 1948, cuando la Convención para la Prevención y Sanción del Delito de Genocidio estableció las responsabilidades internacionales para castigar el crimen de crímenes.
Cuando se cometieron los genocidios en la exYugoslavia y Ruanda existía la definición, pero no existía un tribunal internacional especializado en la persecución de los peores crímenes. Pese a ello, y evitando la misma actitud en otros casos, se crearon los tribunales especiales para investigar y sancionar los crímenes en Srebrenica y Ruanda.
En el año 2025, tenemos las normas claramente escritas: tenemos el tribunal especializado en la Corte Penal Internacional: tenemos, frente a nuestros ojos, transmisiones en vivo, y pruebas y más pruebas de la comisión de genocidio. A diferencia de los otros genocidios, hoy escuchamos y leemos que quienes los perpetran no intentar ocultar o negar sus intenciones, las dicen abiertamente, públicamente. Un genocidio en vivo y en directo, en 4k y en todas nuestras pantallas. Un genocidio apoyado militar, económica, diplomática y mediáticamente por la denominada “civilización occidental” que, hasta hace poco, llevaba el estandarte de la universalidad de los derechos humanos para justificar sus tropelías por todos los continentes.
El genocidio contra el pueblo palestino es el más grave, pero no es el único rasgo de esta era. Desde hace algunos años se ha inaugurado la Era del Cinismo, una en la que lo que antes era inadmisible, hoy es norma.
El ascenso de la extrema derecha, la reivindicación del nazismo y del fascismo, el incremento sin rubor del gasto militar en Europa, un presidente que insulta a gritos y pide consejos a sus perros muertos, el fraude electoral en Ecuador que no indigna a nadie, los intentos de invasión contra Venezuela disfrazados de “ayuda humanitaria” o de “lucha contra las drogas”, los actos de piratería y la acumulación criminal de vacunas durante la pandemia, los atentados contra la vida y la proscripción de Evo y Cristina, las constantes amenazas contra Cuba.
Es muy difícil poner una fecha de inicio a esta era, pero se me ocurre decir que fue cuando un candidato a la presidencia de los Estados Unidos fue catapultado a la victoria después de decir que no le restaría ningún voto disparar a alguien en la Quinta Avenida de Nueva York o cuando el nefasto “grab them by the pussy” no cambió en absoluto su respaldo electoral.
El hecho es que Hitler fue combatido y Netanyahu es ovacionado. Ese es un resumen de esta era. Es también un mensaje para el mundo: si se permite cometer un genocidio impunemente, todo está permitido: desde golpes de Estado, hasta invasiones y guerras de agresión.
El cinismo es hegemónico, pero, por supuesto que no todo está perdido, están las enormes movilizaciones en todos los continentes que reclaman que se ponga fin al genocidio, se oponen a las guerras y a la internvención militar en Venezuela. En realidad, estamos ante el surgimiento de otros polos, otras formas, otros contenidos, otros valores. Esta, como toda era, llegará a su fin.
Por todo eso, el tono moral de la multipolaridad naciente no debe estar definido por el cinismo, debe estar marcado por los pueblos. El polo central de esa multipolaridad debe estar constituido por la indignación organizada, la solidaridad que abraza continentes, la permanente resistencia, que de tanto resistir, se convierte en victoria. (Texto y Foto: Cubadebate)