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Milagros Peláez Cuesta: la esgrimista que se convirtió en mártir del deporte cubano


Esmeralda, Camagüey, 6 oct.- Camagüey, tierra de leyendas y mujeres valientes, fue la cuna de Milagros Peláez Cuesta, quien nació el 14 de octubre de 1957 en el humilde pueblo de Esmeralda. Desde pequeña, la vida le presentó desafíos: la pérdida de su madre en la niñez la llevó a ser criada por su padre, un hombre trabajador que le inculcó el valor del esfuerzo y la dignidad.

Milagros no era una joven común. Poseía una mirada firme, una sonrisa serena y una voluntad de acero. Su talento deportivo la condujo a la Escuela de Iniciación Deportiva “Cerro Pelado”, donde comenzó a destacar en la esgrima, un deporte que exige precisión, estrategia y temple. Entre entrenamientos y competencias, forjó su carácter y afianzó su compromiso con la Revolución. Más tarde ingresó a la Escuela Superior de Perfeccionamiento Atlético, donde se consolidó como una atleta de alto rendimiento.

A los 18 años, Milagros ya era campeona. En el Torneo Centroamericano y del Caribe celebrado en Caracas en 1976, se alzó con la medalla de oro, demostrando que Cuba no solo exportaba médicos y maestros, sino también atletas de élite. Regresaba a casa con el orgullo de representar a su país, el corazón lleno de sueños y un futuro prometedor por delante.

Pero el destino, cruel e injusto, tenía otros planes.

El 6 de octubre de 1976, Milagros abordó el vuelo CU-455 de Cubana de Aviación junto a otros jóvenes atletas, técnicos y trabajadores. El avión fue víctima de un atentado terrorista perpetrado por mercenarios al servicio de la CIA. Una bomba explotó en pleno vuelo, y el mar Caribe se convirtió en la tumba de 73 personas inocentes, entre ellas, Milagros Peláez Cuesta.

La noticia sacudió a Cuba como un terremoto. El pueblo lloró, pero también se levantó con más fuerza. Milagros dejó de ser solo una atleta para convertirse en símbolo, en bandera, en mártir. Su nombre comenzó a resonar en escuelas, torneos, murales y canciones. Su rostro, joven y sereno, se volvió eterno.

Militante de la Unión de Jóvenes Comunistas, Milagros era reconocida por su solidaridad, responsabilidad y el cariño de sus compañeros. Su muerte no fue solo una pérdida para el deporte, sino para toda la juventud cubana. Representaba lo mejor de una generación que creía en el futuro, entrenaba con pasión, estudiaba con entrega y vivía con esperanza.

Hoy, a casi cinco décadas de aquel crimen, Milagros permanece viva en la memoria de su pueblo. Está presente en cada florete que se empuña en una competencia, en cada joven que se forma en las escuelas deportivas, en cada madre que nombra a su hija en su honor. Porque Milagros no murió: fue sembrada en el corazón de Cuba.

Como dijo Fidel en un discurso inolvidable: “Cuando un pueblo enérgico y viril llora, la injusticia tiembla”. Y Cuba lloró, sí, pero también juró no olvidar. Juró seguir adelante, con la dignidad intacta y la memoria encendida.

Milagros Peláez Cuesta no fue solo una esgrimista. Fue una joven cubana que amó su país, luchó por sus sueños y se convirtió en mártir por la paz. Su historia merece ser contada, recordada y defendida. Porque mientras haya jóvenes que sueñen, Milagros vivirá. (Lisdanis Rodríguez Expósito/Radio Esmeralda) (Foto: Archivo)


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