
La Habana, 11 nov.- Tal vez muchos, a la luz del tiempo y de la imaginación, no nos hemos detenido por unos minutos a pensar qué hubiera sido de Angola, medio siglo atrás, si su legítimo presidente, el doctor Agostinho Neto, no acude a Fidel, en nombre de su pueblo, para pedirle una ayuda que quizá ni él mismo pensó terminaría cambiando, para bien, el curso de la historia y los destinos dentro del continente africano.
La situación era en extremo complicada. Estados Unidos había invertido decenas de millones de dólares en abastecer de armas e instructores a la contrarrevolución interna angolana.
Tropas regulares de Zaire habían penetrado a territorio angolano, mientras fuerzas militares de África del Sur ocupaban la zona de Cunene, avanzaban a unos 60-70 kilómetros por día, y suministraban armas e instructores a las bandas de la organización contrarrevolucionaria Unita.
En fin, se trataba de una abierta y criminal conjura para impedir que se cumplieran los Acuerdos de Alvor (15 de enero de 1975, centro turístico de Alvor, en la costa atlántica portuguesa), cuya rúbrica, por parte de Portugal, el mpla, la Unita y el fnla, debía abrir puertas a la descolonización de Angola y fijaba el 11 de noviembre de ese año como fecha oficial para proclamar su independencia.
La ayuda solidaria de Cuba no se hizo esperar. Nacía así la Operación Carlota. Al arribar, ya el enemigo estaba a 25 kilómetros de Luanda, pero no le tocaría ni un cabello a la ciudad capital. El pánico cundió entre los agresores tras el rugido de la artillería reactiva cubana, en Quifangondo, el 9 de noviembre. También se tornaría mueca la sonrisa con que pretendían apoderarse de Cabinda fuerzas zairenses, batallones del llamado Frente de Liberación del Enclave de Cabinda (flec), y mercenarios blancos.
Agostinho Neto debe haber sentido que el corazón no le cabía, completo, dentro del pecho. ¡Qué clase de abrazo le hubiera dado, en ese instante, a Fidel! Angola vivía el primer minuto del nuevo día 11 de noviembre y él podía anunciar, a viva voz, para que se escuchase desde Cabinda hasta Cunene, la deseada independencia del país.
El problema, sin embargo, no quedaba resuelto. Era apenas el comienzo. Había que expulsar al agresor. Tras una exitosa ofensiva, el 27 de marzo de 1976 se internó, en suelo namibio, al sur, el último destacamento de racistas sudafricanos.

LAS ARMAS DEL ALMA
Sin la permanente y hostil presencia de la contrarrevolución –transfundida todo el tiempo desde fuera con dinero, armas, asesoría y cuanto refuerzo sirviera para desestabilizar y derrocar al gobierno–, la permanencia de Cuba en Angola hubiera sido mucho más corta. Eliminar a las bandas internas, tal y como sucedió en el Escambray y en otras zonas, no hubiese sido problema para las tropas internacionalistas cubanas, pero no era ese el motivo de la ayuda ofrecida. Correspondía a aquel país hallar una solución interna.
No hay que ser profeta, erudito o experto, para saber lo que le hubiera esperado a aquella nación africana sin la presencia allí de los internacionalistas cubanos.
Por una reacción lógica, tal vez hasta inconsciente, es muy probable que muchas personas asocien la ayuda solo al ámbito militar. Quienes tuvimos la oportunidad de vivir o de apreciar directamente la epopeya, sabemos que la mano generosa de los cubanos fue mucho más allá.
Nunca me cansaré de hablar –sobre todo para los más jóvenes– acerca de la sensible huella humana que, a lo largo de aquellos años, fueron dejando las tropas cubanas en la vasta geografía angolana.
¿Qué ejército venido de ultramar –suelo preguntar– le ofrece urgente asistencia médica a la población nativa?, ¿qué combatientes comparten su ración de alimento con niños hambrientos que aguardan, pidiendo con la triste mirada lo que sus labios no expresan?; ¿qué tropas construyen parques infantiles o pequeñas escuelas para beneficio de la sufrida niñez o levantan impresionantes esculturas y monumentos a la hermandad y a la victoria, antes de retornar a su país…?
¿Qué pueblo se lanza en peso a la calle para despedir a tropas de otro país, como hizo Luanda, en enero de 1989, entre lágrimas y expresiones de gratitud?
Acerca de todo ello hay abundante evidencia, no solo gráfica o documental, sino también dentro del pecho, sobre todo de los asistidos.
A menudo acude a mi memoria la frase de aquella mujer de la tribu mujimba cuando, curada por el médico cubano, se quedó observándolo durante unos segundos, hasta que, con el agradecimiento convertido en voz, le dijo: «qué distintos…, ustedes nos curan, los sudafricanos nos matan».
A finales de 1987, olvidando la lección de 1975, Sudáfrica sentaría las bases para su propia y definitiva derrota. Envalentonada por el fracaso de una operación que Cuba nunca aconsejó realizar, Pretoria avanzó peligrosamente con la intención de tomar Cuito Cuanavale y continuar la ofensiva.
Intensos combates harían que el enemigo volviera a partirse los dientes frente a la estoica defensa de cubanos y angolanos. El impetuoso avance, luego, por el flanco sudoccidental, y golpes como el asestado por la aviación cubana en Calueque, obligarían a Pretoria a salir de territorio angolano y sentarse irremediablemente a la mesa de negociaciones, sin condicionamiento alguno, en calidad de derrotada.
Resultado: Angola logró su ansiada paz, por fin fue aplicada la Resolución 435, de 1978, para la independencia de Namibia, y caía de bruces en su propia tumba el oprobioso régimen del apartheid en Sudáfrica. (Texto y fotos: Granma Digital)