
El canto del gallo marca el inicio del día, pero para Jesús Pacheco Infante conocido como Papo, el alba llega mucho antes. A sus 77 años su despertar se produce en la penumbra de la madrugada, dispuesto a prepararse con los baldes y cuerdas que le acompañarán en su labor diaria.
Sus manos callosas son testimonio de una vida dedicada a la agricultura y la ganadería, "lo que se aprende bien, nunca se olvida", así afirma.
Papo comienza su jornada en un rústico establo donde el aire huele a tierra húmeda y estiércol. Como muchos otros en las llanuras camagüeyanas enfrenta un constante desafío: equilibrar el cuidado ancestral de sus reses con las duras realidades económicas del presente. Cada litro de leche es vital, no solo para sostener a su familia, sino también para cumplir con las cuotas que debe aportar al país.
Las labores continúan hasta el mediodía. Tras el trabajo Papo regresa a casa para almorzar y tomar su habitual siesta, un merecido descanso que le prepara para la tarde. En ese tiempo dedica atención a su huerto, cultivando con esmero ajo puerro, culantro, tomate, habichuela y su favorita, la lechuga, que le permiten autoabastecer su cocina.
Después de disfrutar de una taza de café realiza una visita a su hija y nietos, un ritual que se ha comprometido a mantener durante el resto de su vida. Más tarde siempre antes de que el sol se esconda regresa a casa, se fuma un cigarrillo y juega con Colombo, su fiel perro de pelaje negro y largas orejas.
Aunque podría optar por una vejez más tranquila y menos atareada, Papo ha decidido aferrarse a sus tradiciones agrícolas y ganaderas. El amor por su trabajo, la satisfacción de seguir contribuyendo y la certeza de que sus esfuerzos construyen un mejor futuro para sus nietos son el motor que lo impulsa a amanecer cada día en el potrero. (Lenisbel Iracema Espinosa Pacheco/Estudiante de Periodismo/Radio Cadena Agramonte) (Foto: Autorretrato cortesía del entrevistado)