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Desearía haberlo conocido


Por Amaya Saborit Alfonso/ Granma

—Desearía haberlo conocido, así me sería más fácil entender su historia. Con su mirada inquietante y curiosa, Rosy, una pionera de nueve años de edad me increpa vivamente.

—Dale dime, tú debes saber, dale... tú no dices que eres periodista, entonces cuéntame, cuéntame de Camilo Cienfuegos.

Ante tanta insistencia, y con esos aires de "me dices o no te hablo más" —tan común en los niños— me senté junto a ella con la intención de aclararle quién era realmente esa insigne figura.

Dudando y temiendo cómo decirle para que lo sintiera realmente, lo disfrutara y lo amara; pensé entonces sobre todo lo que yo conocía de Camilo, en todo lo leído, lo indagado, y lo agradecida que estaba —en ese justo momento— por haberme actualizado días antes, si no estaría en serios problemas.

—A ver Rosy, Camilo era...

—Sí, si yo sé... Camilo era un revolucionario grande que quería mucho al pueblo, imagínate que fue amigo de Fidel y hasta del Che. Y yo sé que siempre se estaba riendo— me dice entre burlona y suspicaz, y con una mirada que juraría parecía un reto.

Entonces le expliqué que había gran verdad en sus palabras, y que justamente un día como el 6 de febrero pero hace mucho tiempo, por el año 1932, en la barriada habanera de Lawton, había nacido el Camilo sobre el que ella tanto preguntaba.

—Camilo nació en una familia humilde, y cuando era joven le interesó mucho el arte, ¿lo sabías? Con 17 años se matriculó en la Escuela Anexa de San Alejandro para estudiar escultura, pero la abandonó porque su situación económica no era muy buena. Los tiempos antes de la Revolución no eran los mismos, los niños no podían estudiar gratis como ahora, y entonces tuvo que ponerse a trabajar. Así, cuando fue creciendo y dándose cuenta de la realidad que le rodeaba, comenzó a asumir posiciones que respondían a los intereses de la Revolución.

—Claro, Camilo se dio cuenta que lo que hacía falta era la Revolución que estaba haciendo Fidel.
—Sí, Fidel y todos los demás guerrilleros que pensaban igual, Rosy. Camilo fue un hombre revolucionario por encima de todas las cosas y confiaba plenamente en los principios del Comandante. Era un combatiente que amaba al pueblo porque era un hombre del pueblo.

Se involucró desde muy joven en las luchas políticas formando parte de protestas y manifestaciones. Fue uno de los 82 expedicionarios que un 2 de diciembre desembarcaron del yate Granma. Junto al Che Guevara protagonizó la Invasión de Oriente a Occidente, una de las más destacables acciones militares de nuestro país. Y fue el hombre que lideró la ocupación de un campamento llamado Columbia, principal fortaleza del ejército de la tiranía. Siempre estuvo dispuesto a luchar y a morir por su Revolución... esa Revolución que hoy tenemos.

—¿Verdad? ¿Camilo fue así de grande?

—Sí, Rosy, fue así de grande...

Camilo fue un hombre como pocos. Fue un hombre que se desvivió por la causa de los humildes y explotados; que tuvo un pensamiento profundamente patriota, que tenía un sentido de la responsabilidad y la disciplina eminentemente sólido; que tenía un concepto de unidad incorruptible y que sobre todo, era fidelista de pura cepa.

Recordémoslo como el enérgico Comandante de la Columna Invasora no. 2 Antonio Maceo, como el eterno héroe de Yaguajay, como el combatiente siempre de Mar Verde, Pino del Agua, el Uvero, Seibabo, Zulueta, Mayajigua, con una larga trayectoria de logros. Aun sintiendo que las palabras no alcanzan y que se ha dicho poco de quien mereciera tanto, es innegable la trascendencia de Camilo Cienfuegos, un hombre que más que en héroe, se convirtió en leyenda.

"Lo que a nosotros —los que recordamos a Camilo como una cosa, como un ser vivo— siempre nos atrajo más, fue, lo que también a todo el pueblo de Cuba atrajo, su manera de ser, su carácter, su alegría, su franqueza, su disposición de todos los momentos a ofrecer su vida, a pasar los peligros más grandes con una naturalidad total, con una sencillez completa, sin el más mínimo alarde de valor, de sabiduría, siempre siendo el compañero de todos, a pesar de que ya al terminar la guerra, era, indiscutiblemente, el más brillante de todos los guerrilleros".[1]
[1] Fragmento del discurso pronunciado el 28 de octubre de 1964 por el Comandante Ernesto Che Guevara.


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