
Chile, 17 dic.- Orondos, Javier Milei y Marcos Rubio fueron los primeros en felicitar a José Antonio Kast por su holgada victoria en las elecciones presidenciales de este domingo en Chile, que abre paso al primer gobierno ultraderechista desde el fin de la dictadura de Augusto Pinochet hace 35 años.
“Bajo su liderazgo, confiamos en que Chile avanzará en las prioridades compartidas, incluyendo el fortalecimiento de la seguridad pública, el fin de la inmigración ilegal y la revitalización de nuestra relación comercial. Estados Unidos espera trabajar estrechamente con su administración para profundizar nuestra asociación y promover la prosperidad compartida en nuestro hemisferio”, dijo el canciller trumpista.
Chile no es una excepción en la región. La victoria de Kast se inscribe en una serie de elecciones en América Latina que han desalojado a gobiernos en funciones y propulsado a líderes de derecha al poder, desde Argentina hasta Bolivia, en un contexto en el que el presidente estadounidense, Donald Trump, busca reafirmar la influencia de Washington en el hemisferio occidental, reviviendo la Doctrina Monroe, castigando a rivales y respaldando a aliados.
Empero, Kast no quiere que se le compare ni con Trump, ni Milei, afirmando que su gobierno, que calificó de emergencia, es otra cosa, pidió a sus seguidores respeto para su contrincante comunista Jeannette Jara y subrayó que combatirá la delincuencia y la inmigración ilegal.
Pero por mucho que trate de que no lo comparen con otros gobiernos de derecha del continente, su pasado conspira contra ello.
De padres alemanes, su progenitor fue partidario del nazismo y Kast fue una figura relevante que apoyó a Pinochet durante su dictadura y trató de impedir que su legado desapareciera pletórico de crímenes inenarrables.
Creó su propio partido argumentando que él seguía siendo el mismo, que no había cambiado y que los que han ido moderándose son los partidos de la derecha tradicional.
Admirador del salvadoreño Nayib Bukele y de la italiana Giorgia Meloni, Kast se diferencia de otros líderes ultra de la región en sus formas, mucho menos disruptivas y agresivas que las de Donald Trump o Javier Milei, aunque en sus mítines hay asistentes con gorras con el eslogan trumpista ‘MAGA’.
Al igual que en otros países donde la ultraderecha tiene mucha fuerza, Kast -que también tiene conexiones con VOX en España- ha fortalecido a la derecha tradicional chilena, aglutinada en el bloque Chile Vamos, y se ha convertido en el líder del sector.
La gran incógnita es el tipo de gobierno que formará a partir de marzo y si se dejará llevar por sus huestes más radicales o buscará acercarse a la derecha tradicional de la coalición Chile Vamos para crear consensos en un Parlamento sin mayorías.
En materia de seguridad, ha señalado como referente al ya mencionado Bukele, cuya megacárcel para 40 000 reclusos visitó el año pasado. Planea construir nuevas prisiones de máxima seguridad, endurecer las condiciones carcelarias y cortar el contacto de las bandas criminales con el exterior.
También propone ampliar las atribuciones del Ejército y la Policía, así como reforzar la protección legal de los agentes que empleen la fuerza. En política migratoria, ha adoptado un tono similar al de Trump: deportaciones masivas de inmigrantes irregulares y la construcción de una barrera en la frontera norte, con zanjas de hasta tres metros de profundidad.
En el plano económico, promete recortar 6 000 millones de dólares en gasto público en apenas 18 meses mediante la reducción del empleo estatal y la eliminación de ministerios, sin tocar las prestaciones sociales, un objetivo que muchos economistas consideran difícil de cumplir.
Kast sostiene que la reducción de impuestos corporativos y de la burocracia devolverá a Chile a la era de crecimiento acelerado de los años 90, cuando el país se consolidó como el modelo económico de la región.
Kast es un católico devoto y padre de nueve hijos. Su conservadurismo moral, que incluye una oposición frontal al aborto sin excepciones y al matrimonio igualitario, le ha valido comparaciones con el expresidente brasileño Jair Bolsonaro, hoy encarcelado, y fue un lastre en sus dos anteriores intentos fallidos por llegar a La Moneda.
Esta vez, sin embargo, el aumento de la inmigración irregular y el avance del crimen organizado durante el mandato de Boric dominaron la agenda electoral y alimentaron el respaldo a un discurso de seguridad de línea dura.
El “votante obligado”, como se denomina a los ciudadanos que no solían participar en las elecciones cuando el voto era voluntario, se inclinó en buena parte a favor de Kast.
Un 40% que no había votado nunca y se socializó por primera vez en las urnas votando por la derecha, cuya esperanza es que este nuevo ciclo político sea duradero y le permita gobernar por varios períodos.
A diferencia de otras elecciones, en las que el debate se centró en el costo de vida y los servicios públicos, la conversación pasó por la alta percepción de inseguridad y las políticas sobre la inmigración irregular, en un país históricamente poco acostumbrado a recibir oleadas del extranjero. Al oficialismo le costó afrontar ese debate porque implica un cambio en las posturas expresadas hace solo unos años. Aunque Jara lo intentó, con visitas a la frontera y promesas de refuerzo policial, el guante de mano dura nunca le calzó.
La exministra de Trabajo tampoco pudo cohesionar la alianza centroizquierdista ni cautivar a la clase media. Jara defendió conquistas sociales y advirtió el posible impacto del ajuste fiscal que promete Kast, pero no logró instalar esos riesgos en el centro de la discusión. Básicamente perdió contacto con el mundo popular y con partes de la clase media, como pasó con la izquierda en otras partes del mundo.
La base del histórico triunfo de Kast estuvo en la efectividad con su discurso del miedo, de un país que pierde su identidad. Incluso gente de derecha reconoce que el país no se está cayendo a pedazos, como intentó convencer Kast para plantear la necesidad de soluciones urgentes, pero el mensaje caló hondo.
Kast recibió el apoyo de Johannes Kaiser y Evelyn Matthei, aspirantes de la derecha que quedaron fuera en la primera vuelta. Pero el aplastante porcentaje logrado en segunda vuelta incluso supera la suma que alcanzaron los tres en noviembre, y ganó en todas las regiones del país. Es la segunda mayor diferencia en segunda vuelta, solo detrás de los 24 puntos que logró Michelle Bachelet sobre Matthei en el 2013, y será la primera vez desde el fin de la dictadura pinochetista que el bloque de derecha tiene la primera minoría en las dos cámaras del Congreso, lo que deja a Kast un buen margen de gobernabilidad para sus primeros meses. La coalición oficialista ya tiene la mitad de las bancas en el Senado y le alcanza con sumar dos diputados del Partido de la Gente, de Franco Parisi, para tener quórum propio en la Cámara de Diputados.
En fin, José Antonio Kast, un ultracatólico, ha expresado a raíz de su elección, que "las primeras gracias se las quiero dar a mi familia. También quiero dar las gracias a Dios". Así resumía el presidente electo, la base de su ideario: religión, patria y familia: "Nada sería posible si no tuviéramos a Dios y es algo que no podemos dejar de reconocer. Nada para los hombres de fe ocurre sin Dios". (Texto y Foto. Arnaldo Musa/ Cubasí)