
EE.UU, 22 dic.- Es bonito pensar que cuando suenen las doce campanadas de este 31 de diciembre, habrá un pequeño objeto creado por los humanos volando por el espacio y alcanzando la distancia más lejana de la Tierra que hasta ahora se ha conquistado: a unos 25 552 millones de kilómetros.
Lo más hermoso de todo es que, mientras ocurren los consabidos abrazos y brindis de despedida de año, en ese objeto viaja un mensaje de la humanidad que apuesta, casi simbólicamente, por el encuentro de civilizaciones, por la comunicación y la trascendencia en el tiempo.
Se trata de la sonda espacial Voyager 1, lanzada por la NASA en 1977, y que, como singular emisario, ha permanecido viajando desde entonces alejándose de nuestro planeta y del Sol.
Voyager 1 ha superado en distancia desde la Tierra a todas las demás naves y objetos artificiales creados en este planeta.
Como pionera, entró al espacio interestelar -más allá de la influencia del viento solar- en 2012, y se ubica mucho más lejos que su gemela Voyager 2 y las sondas Pioneer.
Además de lo que implica como proeza tecnológica, este “cartero” -que viaja a unos 17 kilómetros por segundo y no tiene un destino específico, solo obedece las leyes de la física- lleva consigo el llamado Disco de Oro.
Se trata de dos fonogramas hechos en bronce bañado en oro, que entre sus grabaciones incluyen saludos en 55 idiomas, sonidos de la Tierra y una selección de música universal, desde Bach hasta Chuck Berry.
Junto a los audios, contiene 116 fotografías de formas de vida en la Tierra y de comportamientos en la sociedad humana.
CubaSí interrogó a la IA sobre las probabilidades de que esos mensajes lleguen a algún destino, y la respuesta fue categórica: “Probabilidad bajísima de que pase cerca de un planeta habitado o una civilización avanzada.”
Sin dudas, se trata de una probabilidad mucho más pequeña que la de “encontrar una aguja en un pajar”. Sobre todo porque su trayectoria no fue diseñada para encontrarse con nadie y porque Voyager 1 es muy pequeña, de unos 800 kg de peso, no emite señales detectables a grandes distancias ni posee luz propia.
Además, solo dentro de unos 40 000 años pasará relativamente cerca de algunas estrellas, pero ninguna de ellas conocida por albergar vida.
De todas formas, vale considerar que la posibilidad de que el mensaje terrestre llegue a algún destino es muy pequeña, pero no nula.
La sonda seguirá viajando por miles de millones de años, mucho más que la posible duración de la vida en la Tierra, portando un disco dorado concebido para sobrevivir a escalas de tiempo cósmicas.
Pero valdría igual meditar en la gran paradoja que ese viaje hoy encierra. Porque mientras aquí, en este mundo, algunos hacen peligrar la paz y hasta la vida; por las frías oscuridades interestelares anda volando ese boceto de una idílica humanidad que canta a la comunicación, la concordia, y así desea perpetuar su imagen.
Por eso, además de quizás dedicar unos minutos a imaginar este fin de año a esa sonda espacial mensajera proyectada al futuro, sería bueno también pedirle a ese Padre Nuestro Latinoamericano, el de Mario Benedetti , que “no nos dejes caer en la tentación de olvidar o vender este pasado, o arrendar una sola hectárea de su olvido”.
Y de paso, si se estima, entre tantos parabienes y celebraciones igual pedirle como en el poema: “arráncanos del alma el último mendigo y líbranos de todo mal de conciencia. Amén”. (Texto y Foto: Cubasí)