
Camagüey, 22 dic.- Aurora Varona es mi maestra. Es, porque hay sentimientos que siempre están en presente aunque los años, y la muerte, se empeñen en contrariarte. Aunque ya no vuelva a escuchar esa suerte de contraseña del cariño que siempre tuvimos nadie puede quitarme el candor de ese saludo latiendo en mi pecho.
Ella, maestra vieja, como se dice con respeto y admiración de quienes han dedicado su vida entera a enseñar, era dueña y señora de su espacio. No recuerdo una voz más alta que la suya, ni alguien que intentara socavar ese control estricto de todo cuanto ocurría en clase.
Nuestra aula era una cofradía martiana. Desde la misma puerta, donde un verso de Martí nos recibió día a día desde quinto a sexto grado, hasta su ejemplo y su savia, pues Aurora siempre obró guiada por el Sol, y aunque nunca nos escondió las manchas, nos exigió dar luz. Quizás por esas incongruencias que tiene la vida, fue que el 25 de octubre de 2015 ella miraba al Sol por última vez y yo llevaba mi cuerpo al límite para besar al Maestro que me enseñó a amar.
De su mano aprendí matemática, ciencias, educación laboral como fruto de esa suerte dulcísima de PGI que resultan ser los maestros primarios. Además nos enseñó a respetar y valorar la palabra empeñada, y sobre dignidad; sí, porque en principios también nos forjaba mi maestra. Ella no era maestra primaria, era maestra de vida.
Tengo una foto del último día de clases en la que su mirada, siguiendo mis pasos, me anunció lo que vendría después nunca estuvo lejos de mí, supo de los concursos en que participé, de las notas en la secundaria, de las pruebas de ingreso a la Vocacional, de la beca disfrutó junto con mi madre de la prueba de aptitud de Periodismo y no faltó en mi primer día de Universidad, ni en el último. Después tocaba la puerta de mi casa para agradecer (¡mi maestra agradecerme a mí!) un texto publicado, o me paraba en la calle para señalarme aspectos sobre un tema que podía haber incluido en otro.
Con ella aprendí a empeñarme en todo lo que haga. Por eso quiero creer que ahora que me aventuro en ese arte de dar clases, que en ella era gracia, me acompaña cada vez que entro al aula, y siento el reto de dejarles a mis muchachos todo lo que me enseñó mi Aurora. (Texto: Carmen Luisa Hernández Loredo/ Colaboradora Radio Cadena Agramonte) (Foto: Internet)