Por Miozotis Fabelo Pinares/ Colaboradora de Radio Cadena Agramonte.
Amalia Simoni Argilagos, casada con el también camagüeyano Ignacio Agramonte y Loynaz, el 1ro. de agosto de 1868, apenas cuatro meses después del matrimonio, acompaña a su esposo y compañero a la manigua mambisa.
“Posee Amalia gran sensibilidad para el arte y una cultura exquisita, ganada en la nación y durante los viajes familiares por Europa y los Estados Unidos; pero, tiene además, probada resistencia y valor innato”, asegura el historiador Fernando Crespo.
En carta escrita en abril de 1867, durante el noviazgo, le dice:
“Tu deber antes que mi felicidad es mi gusto, Ignacio mío…”, decisión que marcará el camino de la pareja mambisa, paradigma de fidelidad y entrega a la causa patriótica en Cuba.
Los jóvenes, mientras alimentan el amor, desde la época de noviazgo, fortalecen el compromiso político con la Patria.
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Eso ayuda a entender la decisión de Amalia de seguir a su esposo a la manigua insurrecta y su permanencia en los campos de la Revolución desde el 1ro. de diciembre de 1868, hasta mayo de 1870, cuando es hecha prisionera por las tropas españolas, en la Sierra de Cubitas, junto a su pequeño mambisito, de apenas un año de edad, y embarazada de la segunda hija del matrimonio.
Indoblegable desde su captura, Amalia Simoni mantiene total entereza de principios patrióticos y fidelidad sin límites a los ideales de emancipación social que preconiza su compañero:
“General, primero me corta usted la mano, antes que escriba a mi esposo que sea traidor…”
Amalia abandonada por la bala….
Lejos de Cuba, primero emigrada en México y luego en Nueva York, la noticia de la muerte de su idolatrado Ignacio, el 11 de mayo de 1873, sorprende a Amalia en la ciudad de Mérida.
Apenas 11 días antes, en carta fechada en abril, Amalia le exige más prudencia en el combate…
“Cuantos vienen de Cuba Libre y cuantos de ella escriben aseguran que te expones demasiado y que tu arrojo es ya desmedido. ¡Ah! Tú no piensas mucho en tu Amalia, ni en nuestros dos ángeles queridos, cuando tan poco cuidas de una vida que me es necesaria, y que debes también tratar de conservar para las dos inocentes criaturas que aún no conocen a su padre. Yo te ruego, Ignacio idolatrado, por ellos, por tu madre y también por tu angustiada Amalia, que no te batas con esa desesperación que me hace creer que ya no te interesa la vida. ¿No me amas? Además, por interés de Cuba debes ser más prudente, exponer menos un brazo y una inteligencia de que necesita tanto. Por Cuba, Ignacio mío, por ella también, te ruego que te cuides más…”
Lamentablemente esa carta nunca llega a las manos de Ignacio Agramonte. Amalia conoce del triste suceso, en la ciudad de Mérida, y enferma de gravedad; pero, el amor materno y la causa cubana la animan a seguir luchando por la vida y por la Patria…
“Parece que cuando una tiene hijos ama más la libertad…”
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De México, Amalia se traslada a Nueva York, en los Estados Unidos, donde continúa la acción por Cuba Libre.
Al concluir la Guerra de los Diez Años, Amalia regresa a su Puerto Príncipe natal; pero en 1895 estalla la nueva contienda, organizada por José Martí, y el gobierno colonial español, prácticamente la obliga a la emigración otra vez. Le temen a su ejemplo y a su patriotismo, tal como temieron a la bandera que podía constituir para los cubanos, el cadáver de Ignacio Agramonte y Loynaz.
De vuelta a los Estados Unidos, Amalia trabaja en los clubes patrióticos, recauda fondos para la lucha; y en las temporadas teatrales actúa como soprano, y en funciones benéficas.
Al finalizar, sin independencia, la Guerra de 1895, Amalia se opone a la intervención yanqui y a la Enmienda Platt; el gobierno de entonces le ofrece ayuda económica por ser la viuda de El Mayor; pero ella, con dignidad, la rechaza: “Mi esposo no peleó para dejarme una pensión, sino por la libertad de Cuba”.
A pesar de que las autoridades de la seudo-república la invitan a varios actos oficiales, Amalia se mantiene al margen de la política, aunque sigue con atenta mirada los sucesos que indican la frustración de la independencia; de ahí que su nombre esté asociado a la constitución de la Junta Patriótica de La Habana en 1907, fundada por Salvador Cisneros Betancourt, con el objetivo de mantener vivo el ideal independentista.
De vuelta al Camagüey
Cuentan las crónicas, que una multitud emocionada acude el 24 de febrero de 1912 a la ceremonia de develamiento de la estatua ecuestre del Mayor General Ignacio Agramonte y Loynaz, en la Plaza de Armas, de la ciudad de Camagüey.
Envuelto el monumento en una enorme bandera cubana, una anciana venerable tira del cordón que anuda el pabellón de la estrella solitaria. Fulgura al Sol el bronce, y la mujer, conmovida, se desmaya, tanto era el parecido, -dicen las letras de entonces.
Aquella anciana no es otra que Amalia Simoni Argilagos, la viuda de El Mayor. Más allá del tiempo, de la muerte, está ahí su Ignacio idolatrado…
“Adiós, Amalia mía; aún después de la muerte te amará tu Ignacio”.
Luego de la breve estancia en su ciudad natal, Amalia regresa a su casa habanera de entonces; y en 1918, enferma, con 73 años de edad; en la noche del 23 de enero, se reclina en un sofá mientras le pide a la hija que toque el piano…
-“Herminia, tócame el Movimiento Perpetuo de Chopin ¿quieres? Quizás sea lo último que te pida, hija mía...”
La muchacha observa a su madre. De sus ojos surgen unas lágrimas involuntarias. Se sienta frente al piano y toca las melodías de la juventud de Amalia, de la época en que era una de las jóvenes más hermosas de Puerto Príncipe. ¿Acaso esa es una de las piezas con las que deleita a su enamorado…?. Pasado un rato, Herminia piensa que su madre duerme y deja de tocar…
El sufrido corazón de Amalia deja de latir. Bajo la almohada, están las cartas de su amado Ignacio.
“… quisiera oírte decir incesantemente que me quieres como no es posible querer a nadie más, y que te es necesario mi cariño; mi cariño que excede a todos; cuya inmensidad no es posible exagerar y que desafía por su duración a la misma muerte, como por su constancia a las mayores contrariedades…”
Amalia había pedido que la enterraran junto a su padre, el Dr. Ramón Simoni, en el cementerio de Camaguey, cerca de donde podría estar su idolatrado Ignacio, cuyas cenizas fueron esparcidas en el camposanto por orden de las autoridades españolas, según reza la leyenda popular.
El 1ro. de diciembre de 1991, en el aniversario 123 de su incorporación a la manigua, se cumple la voluntad de Amalia, y los restos fueron trasladados desde la capital cubana hasta su Camagüey natal, acompañados por Vilma Espín:
“Retorna hoy a su tierra natal, la comprensiva compañera, la amada esposa de El Mayor, la mujer digna y firme; la patriota independentista de Camagüey.
“Es un deber sagrado que cumplimos los cubanos, en unir simbólicamente sus restos con los de su compañero Ignacio, que en algún lugar de esta vasta tierra yacen desde su muerte en combate”.
En esa ocasión memorable, cuando los camagüeyanos sintieron que asistían al verdadero sepelio de Amalia y al que no tuvo Agramonte; también, la Quinta Simoni, totalmente restaurada, se convierte en Casa de la Mujer Camagüeyana.
Las virtudes de Amalia, su amor a toda prueba, su patriotismo, y su fidelidad, son eternas; porque como un día le dijera a Herminia, la hija que Ignacio no conoció:
“No se podía amar más…”
Fuentes: Textos de Fernando Crespo; Mariana Ramírez; el libro Para no separarnos nunca más; y de otras publicaciones cubanas en Internet.