Por Fidel A. Manzanares Fernández/Radio Cadena Agramonte.
Restan muy pocos días y no se habla de otra cosa. Lo corroboré cuando presencié a dos niños golpear con fuerza el zinc de un área de tiro recreativo, en un intento de conga. Su improvisado estribillo promulgaba las ansias de ver nuevamente a los “tipazos” de la televisión, esos que recién concluyeron su disputa madrileña en la Final de la Champions.
Entonces comprendí que la “cosa” iba en serio, y que a los cubanos nos ha penetrado bien adentro el síntoma de la Copa del Mundo.
El caso de aquellos infantes no es un suceso aislado. El asunto se evidencia en cualquier sitio, lo mismo en plazas, bodegas, escuelas, o en un campamento de pioneros exploradores. Resulta impresionante.
Desde que presencié a dos señoras bien curtidas por los años especular en plena calle sobre el ganador del Mundial de Brasil, reflexioné: Si en Cuba se vive este deporte con tanta adrenalina, ¿cuántos hospitales psiquiátricos habrá que habilitar en Francia, México o España?
Al parecer, a los glóbulos rojos de los cubanos les ha dado por transportar gambetas y goles. Y eso que el país solo cuenta con la efímera participación en el torneo de 1938 en Francia, donde terminamos en el séptimo puesto con saldo positivo de una victoria e igual cantidad de empates y derrotas; aunque en honor a la verdad, muy pocos conocen de ello.
Los nombres de los jugadores de la selección nacional de Cuba no son del todo seguidos, entonces nos queda la más lógica de las variantes: vestirnos de argentinos, brasileros, alemanes, italianos, holandeses o españoles.
Ya en 2010 la gente andaba con caras pintadas, bufandas calurosas a las 12 del día, y hasta ondeaban banderas foráneas en las sedes de improvisadas peñas. Ahora será mucho más intenso el apasionamiento, incluso en las calles asfaltadas, donde juegan los chicos del centro de la ciudad.
Gracias a la influencia de esta edición en tierras cariocas, no quedará área verde que no sea contaminada por goles y pases. Habrá que marcar bien temprano en todo espacio con césped de este archipiélago, al menos en las ciudades más habitadas.
Desde la edición en Japón y Corea en 2002, los cubanos hemos disfrutado de la totalidad de los choques, a través de la televisión. Esa posibilidad, fusionada con el acceso a revistas foráneas y los programas en los medios de comunicación para darle cobertura al más universal, ha ampliado la cultura futbolera de los antillanos.
Así que los hinchas criollos discuten con base, sin la dependencia exclusiva de los programas de Tele Rebelde. La mesa casi está servida. Ya estamos todos enajenados por el efecto Brazuca.