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Elecciones, Estados Unidos, Historia, José Martí

Las elecciones en los Estados Unidos, una constante en el periodismo de José Martí


Cuando se repasa esa zona copiosa y diversa que son las Escenas norteamericanas de José Martí, salta a la vista la importancia que adquieren en ellas los comicios para cualquier instancia de gobierno. Para el cubano, que llegaba a Nueva York con la experiencia previa del régimen colonial en Cuba, la monarquía en España y las repúblicas latinoamericanas con libertades  aún inseguras después de la independencia, aquello era una novedad deslumbrante.

Bartolomé Mitre y Vedia, director de La Nación, añadió el siguiente comentario a uno de los artículos martianos sobre este tema, para mitigar el impacto que pudiera tener en la Argentina de la época, entonces  bajo la presidencia de Miguel Juárez Celman, llamado el Único por su gobierno férreo y personalista:

Martí ha querido darnos una prueba del poder creador de su privilegiada imaginación, enviándonos una fantasía, que por lo ingenioso del tema y lo animado y pintoresco del desarrollo escénico, se impone al interés del lector. Solamente a José Martí, el escritor original y siempre nuevo, podía ocurrírsele pintar a un pueblo, en los días adelantados que alcanzamos, entregado a las ridículas funciones electorales, de incumbencia exclusiva de los gobiernos, en todo país paternalmente organizado.

El encanto de la novedad no le impidió a Martí ver las zonas oscuras que ya demeritaban la práctica electoral y el ejercicio democrático. Uno de sus textos fundamentales al respecto, lo es, sin duda, su crónica de 1885 “Historia de la caída del Partido Republicano y del ascenso al poder del Partido Demócrata”, aunque no es la única.

La descripción de las campañas electorales y sus prácticas sórdidas quedaron plasmadas en la prosa periodística del cubano de manera indeleble. Aunque medie más de un siglo de distancia entre los hechos descritos y el presente de nuestros días, el lector podrá advertir de inmediato las resonancias actuales:

Es recia, y nauseabunda, una campaña presidencial en los Estados Unidos. Desde mayo, antes de que cada partido elija sus candidatos, la contienda empieza. Los políticos de oficio, puestos a echar los sucesos por donde más les aprovechen, no buscan para candidato a la Presidencia aquel hombre ilustre cuya virtud sea de premiar, o de cuyos talentos pueda haber bien el país, sino el que por su maña o fortuna o condiciones especiales pueda, aunque esté maculado, asegurar más votos al partido, y más influjo en la administración a los que contribuyan a nombrarlo y sacarle victorioso.

El párrafo anterior desmiente por sí solo la supuesta admiración incondicional de Martí hacia el vecino norteño. Si bien reconoce la valía de la práctica electoral, también cree oportuno denunciar esos métodos tan distantes de su profundo sentido de la ética. Ese país no constituía un modelo a seguir, y las jóvenes repúblicas de Nuestra América debían ser creativas, y evitar la imitación servil de una realidad ajena a nuestra cultura y modo de vida.

La descripción minuciosa de los entresijos de la campaña electoral es antológica en esta crónica, e impactante por su actualidad:

Una vez nombrados en las Convenciones los candidatos, el cieno sube hasta los arzones de las sillas. Las barbas blancas de los diarios olvidan el pudor de la vejez. Se vuelcan cubas de lodo sobre las cabezas. Se miente y exagera a sabiendas. Se dan tajos en el vientre y por la espalda. Se creen legítimas todas las infamias. Todo golpe es bueno, con tal que aturda al enemigo. El que inventa una villanía eficaz se pavonea orgulloso. Se juzgan dispensados, aun los hombres eminentes, de los deberes más triviales del honor. No concibe nuestra hidalguía latina tal desborde […] En vano se leen con ansia en esos meses los periódicos de opiniones más opuestas. Un observador de buena fe no sabe cómo analizar una batalla en que todos creen lícito campear de mala fe. De plano niega un diario lo que de plano afirma el otro. De propósito cercena cada uno cuanto honre al candidato adverso. Desconocen  en esos días el placer de honrar.

El cronista aquí no puede ser testigo imparcial de los hechos descritos y analizados. Se distancia, se refugia en su sentido del honor y de la honradez, y se incluye en una estirpe de pueblos cualitativamente  diferentes. Martí nunca fue un emigrado que buscaba asimilarse al país de destino, en pos de un éxito profesional o económico. Por el contrario, la lejanía, la añoranza, la contrastación de las realidades inmediatas con la tierra de origen, su sentido del deber y su decisión de trabajar en bien de Nuestra América, fueron más fuertes que cualquier contingencia seductora del entorno.

Indudablemente, fue José Martí el latinoamericano que mejor conoció a los Estados Unidos de su tiempo, y el calado de sus juicios al respecto continúa siendo de extrema utilidad para entender el origen y el devenir de esa nación. (Texto: Marlene Vázquez Pérez/Cubadebate) (Foto: Cubadebate)


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