Camagüey, 4 oct.- Amanecimos con mosquitos en el barco. Ángel, jefe del grupo, fue el primero en levantarse. Después lo hizo Nañi, el maquinista-cocinero.
El café quedó a punto criollo. Desapareció la tranquilidad nocturna. Hubo que achicar el agua de la nevera y limpiar las bujías de los motores fuera de borda.
Ángel anota las incidencias para el día y luego comenta: “Vamos a tener una reunioncita ahorita con la expedición, esto hoy “comienza caliente”.
Papito alerta que una embarcación se acerca, es efectivamente , una pequeña lancha de servicio, timoneada por Bebito, un joven oficial de guardafrontera, viene en ella, Alfredo y Fontanilla, torreros y Delfín, anotador, todos de geodesia y cartografía.
Bebito intercambia el saludo, comenta con Yayo, patrón del “Sierra de Cubitas” que la “mosquitera” en Romano no había quien la aguantara. “Si a las cuatro de la mañana llega a ver marea salgo para acá”.
En la sobrecaseta se reúne el grupo completo. Las orientaciones son precisas, cada uno sabe qué hacer, apenas se produce el atraque que por el poco calado nunca podrá ser a menos de 200 metros de Cayo Cruz. Mantener al máximo es el compromiso en el trabajo es la palabra de orden.
Del “Sierra de Cubitas” son trasegados los tubos de aluminio para la lancha de Bebito. Se da la orden desayunar. Estamos en contacto por fonia con el barco “Sorpresa”, en Puerto Piloto. Todo está listo para la partida del segundo grupo a las 7:57 es recogido el ancla y parte el barco.
La expedición está en plena forma, los geógrafos Manolo y Julio sacan del camarote las fotos-esquemas a emplear en el estudio de las profundidades marinas. Son vistas aéreas de todos los cayos. Los otros hombres manipulan sacos de cemento, suministran gasolina a los motores fuera de borda…
Antes habíamos navegado por el paso del inglés, un lugar que cuando el mar está furioso hay que ajustarse bien a los asientos, en cualquier descuido vas a parar al otro lado del barco. El mar no quiso que nos fuéramos, sin saber que esto aquí, se pone malo.
El barco empezó el vaivén pero ¡de qué manera!, Jesús mecánico óptico para reconfortarnos comenta: “Esto no es nada, aquí las olas llegan hasta cinco metros”, son muy fuertes las corrientes marinas. Estos cambios bruscos convienen para romper la monotonía del viaje.
El paisaje es sumamente atrayente, desde cubierta vemos el fondo marino, de más de siete metros de profundidad, llegamos a pensar que es menos la separación.
Hemos puesto proa, pero no definitiva hacia Cayo Cruz. La lancha de Bebito va ahora a la vanguardia, porque según nos decía Angelito, aquí hay muchos cabezos, nombre que en el argot marino identifican las rocas y los escollos.
A veces el peligro es que no sobresalen, pero pueden dañar el casco, desfondarlo, permitir la entrada del agua, incluso hundir el barco.
Los geógrafos elucubran sobre la sedimentación del mar y después habrá que comprobarlo con equipos de buceo, trabajo arriesgado.
Papito desde el caramanchel observa con los prismáticos en dirección a Punta del Este de Cayo Cruz para ver si Manolo, el esposo de Suncia, los dos únicos residentes en este esplendoroso paraje camagüeyano.
Hasta aquí, en las inmediaciones de Cayo Cruz, al norte de Cayo Palomo, llegamos en el Sierra de Cubitas; es un bajío que no permite avanzada más en esta embarcación.
Se hace una cadena para pasar los equipos ópticos, medios de comunicación, fotos-montajes y medios de aseguramiento para una lancha fuera de borda, no imaginábamos que hubiera tantos tarecos.
A las 10:15 de la mañana, Manolo llega hasta donde estamos. Es un hombre callado, al parecer hay que sacarle las palabras de la boca con pinzas y no es así.
Emprendemos la travesía hacia Cayo Cruz. Faltan finalmente unas dos horas de viaje, lo haremos en dos lanchas y dos chapines.
A la altura de Cayo Piedra se produce una espera. El sol castiga. Barreiro, el calculista del grupo, se baró con el chapín. Angelito fue a auxiliarlo. Después él en compañía de Loredo, otro ingeniero van a tierra finalmente hasta Cayo Piedra para colocar una sección de tubos de aluminio que servirá de referencia para el trabajo geodésico. Miguelito, el topógrafo ha escogido el mejor lugar para ubicarlo.
Ahora si tenemos cerca la casa de Suncia, ubicada al sur de Cayo Cruz, en una esquina de la dársena. La vista se pierde en una amplia porción de playa. A la derecha una bandada de flamencos rosados alegra el paisaje. Angelito se adelante, fue el primero en tocar tierra, después lo hicieron Manolo, Bebito y Barreiro. Descansamos y dormimos en medio de los motores, después de 27 horas con 45 minutos sobre el barco.
Suncia, la diligente Suncia tenía los alimentos preparados, al ratico estábamos almorzando una sustanciosa comida. Leonardo, trabajador también de Flora y Fauna, radicado en Cayo Cruz, devino eficiente auxiliar de cocina.
La casa donde vive Suncia y Manolo es de madera, con tres cuartos, sala, comedor y cocina, y el techo de guano. Todo es pulcritud. Las ventanas están forradas de mallas finas para impedir la entrada de mosquito y jejenes. La tarde y comienzo de la noche transcurrió, sin contratiempos organizando los equipos, armando las literas, los más embullados del grupo jugando dominó hasta que oscureció y los mosquitos dijeron: ¡Aquí estamos! y nos obligaron a meternos debajo del mosquitero con un calor sofocante.
El jefe del grupo fue a dormir cerca de Cayo Palomo, lugar en el que iban a hacer noche los restantes miembros de la expedición para el otro día llegar a Cayo Cruz. ¡Como es este cayó, su vegetación y playas, son preguntas que se formula este periodista.” (Enrique Atienzar Rivero, colaborador de Radio Cadena Agramonte) (Foto: Tomada de Internet)