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Camagüey: personalidad y orgullo


Por Yolanda Ferrera Sosa/ Radio Cadena Agramonte.

Es indiscutible la prominencia del
Camagüey en la cultura nacional. Abocada a su medio milenio, en el segmento más antiguo de su ciudad cabecera  –antigua villa de Santa María del Puerto del Príncipe- resaltan con más vigor algunas de esas peculiaridades, la mayoría motivo para el justificado orgullo de los lugareños.


Entre las más reconocidas y difundidas, se encuentra el carácter de la localidad como cuna de la Literatura en la Isla. En 1608, el escribano de la villa -Don Silvestre de Balboa Troya y Quesada- concibió el primer poema escrito en la Mayor de las Antillas, al cual denominó “Espejo de Paciencia”. Su carácter épico se refiere al secuestro del obispo Juan de las Cabezas y Altamirano por el corsario Gilberto Girón, acción que concluyó con el rescate del prelado por los bayameses y la muerte del bandido.

En la villa nació uno de los médicos más ilustres del mundo: el doctor
Carlos J. Finlay, descubridor del agente transmisor de la fiebre amarilla, un verdadero azote para la humanidad en siglos pasados. No obstante, hay otros sucedidos –quizás no tan sobresalientes como el anterior- pero sí sumamente curiosos y poco conocidos, vinculados con esta noble profesión.

Entre ellos se encuentra la alusión al
médico chino que dio origen a una de las frases más utilizadas por los criollos y que expresa: “A ese no lo salva ni el médico chino”. Pues bien: tan ilustre galeno asiático –el doctor Siam- desempeñó sus funciones en la villa principeña.

Señalan estudiosos del tema, como el desaparecido historiador Silvio Betancourt Agramonte, que en los archivos de la antigua Parroquial Mayor se encuentra la corroboración de que fue convertido al catolicismo y bautizado con el nombre de Juan de Dios Siam. Constituyó su familia en la villa, donde laboró en el Hospital de San Juan de Dios junto al ilustre y benemérito
Padre Olallo.

Solidario y solícito, ofreció sus conocimientos acerca del uso de hojas, raíces y tallos para combatir enfermedades o dolencias y desempeñó un papel verdaderamente heroico durante la terrible epidemia de cólera que asoló al territorio. Tan efectivo fue su hacer, que inspiró entre sus coetáneos la expresión anteriormente mencionada.

Otro elemento patrimonial sumamente interesante resulta que en la villa residió el doctor
Francisco Antonmarchi, médico de cabecera del emperador Napoleón Bonaparte desde septiembre de 1819 hasta mayo de 1821.

Nacido en Córcega,  ejerció su profesión en Polonia, Italia y Francia. Llegó a Puerto Príncipe en un período que oscila entre los años 1836 y 1837 y se alojó en la casa del escribano de Cámara, Don Ignacio Escoto a quien –en señal de agradecimiento- regaló un mechón del pelo de Napoleón, además de un fragmento del paño mortuorio sobre el cual reposó su cadáver en la isla de Santa Elena.

En ocasiones, hacía alusión a las últimas palabras del conquistador: “Quiero que después de mi muerte –dijo- abráis mi cadáver, saquéis mi corazón, lo pongáis en espíritu de vino y lo llevéis a Parna, donde lo entregaréis a mi amada María Luisa. Id después a Roma, ved a mi madre, a mi familia y decid a todos los míos que el gran Napoleón ha expirado en esta triste roca, en la situación más deplorable, careciendo de todo, abandonado a sí mismo y a la gloria”.

La especialidad del doctor Antonmarchi era la oftalmología y fue el primero en ejercerla en la villa, exactamente en los hospitales de San Juan de Dios y El Carmen, este último de mujeres. De Camagüey salió con rumbo a Santiago de Cuba, aunque en su tránsito permaneció un tiempo en la villa de San Salvador de Bayamo, donde realizó varias operaciones. Ya en Santiago de Cuba, fundó la primera Casa de Salud en la Isla. Murió al poco tiempo de su estancia en la localidad oriental, atacado por la fiebre amarilla. Sus restos reposan en el cementerio de Santa Ifigenia.

Otros hechos que dan realce al devenir camagüeyano, poco o nada conocidos, son los siguientes: la ciudad posee el
cementerio en funciones más antiguo de Cuba, inaugurado el 3 de mayo de 1814; la radicación en la localidad de la Real Audiencia creada en La Española -actual Santo Domingo-  el 5 de abril de 1511. Al perder la metrópoli esa posesión, que pasó a Francia, la Audiencia  -la más antigua de Hispanoamérica- fue trasladada a Puerto Príncipe y ubicada en el antiguo colegio de los Padres Jesuitas. Desde hace más de 200 años, aún radican allí los órganos encaminados a la impartición de justicia.

Las autoridades españolas intentaron llamar a la villa sólo como El Príncipe, dada su lejanía de las costas donde se fundara la comunidad, aunque prevaleció su inicial nombre hasta que en 1828, se asentara definitivamente en el cacicazgo de Camagüebax, de donde toma su actual designación. Va en pos de sus 500 años de fértil estar en el tiempo, abonado con hechos como los narrados anteriormente, los cuales constituyen sólo un grano de arena en la mar de acontecimientos que alimentan la natural personalidad y el notable orgullo de los nacidos en ella.

 


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