Por Jessica Castillo Nápoles/ Radio Cadena Agramonte.
Lazos invisibles, incuestionables e inalienables unen a los miembros de una familia. Más allá de lo consanguíneo y genético, prima el amor como fuerza permanente.
Las primeras nociones del mundo y sus valores elementales que recibe un bebé provienen del seno familiar. Así va conformándose a la par de su crecimiento una unidad entre el nuevo ser y el resto de los miembros. Luego este quiere desprenderse y hacer su camino hasta formar otra familia, aunque una y otra vez acuda a la que le dio origen.
Efectivamente, es un ciclo de leyes no escritas, pero validadas por todos. Se organizan mediante normas, costumbres, valores. Se distribuyen los roles, los poderes y al igual que en una sociedad, existen contradicciones, pero el amor es capaz de limarlas o ponerlas a un lado cuando una crisis se avecina.
Es el espacio donde se es uno mismo, sin maquillaje ni convencionalismos. El refugio, el amuleto para llenarse de fuerzas ante el mundo. La familia funcional o no, marca a cada ser humano en su individualidad y en la forma de integrarse a la sociedad.
Son tan misteriosos sus hilos que en ocasiones se considera como tal, a aquellos que no comparten códigos genéticos, pero sí los del cariño, el sacrificio y la incondicionalidad.
Cuidar de las familias y respetarlas es de las mejores armas con que cuenta tanto una persona como una nación. Celebrar sus logros y empeñarse en mejorarla debiera ser tarea cotidiana, pues todos los días son buenos para honrar el pasado, renovar el presente y esculpir el futuro deseado.