Por Ester Borges Moya/ Radio Cadena Agramonte
esther@rcagramonte.icrt.cu
Una calle camagüeyana, ancha y sinuosa, bordea la amplia casona marcada con el número 67, donde nació una gloria de las letras hispanoamericanas: Gertrudis Gómez de Avellaneda (Tula) (1814-1873).
Controvertidos criterios se han mantenido por décadas en el estudio minucioso de la cubanía de su obra. Para mí, lugareña por adopción y por amor, la ilustre principeña no deja lugar a dudas sobre la definición de su identidad, dada por ella misma y por el conjunto de su producción literaria.
Dulce María Loynaz, Premio Cervantes de Literatura, es diáfana en su análisis de la cubanía de Tula Avellaneda:
"Porque es necesario que se sepa que Martí consideraba a la Avellaneda una legítima gloria cubana. Como poetisa, como fémina delicada, prefería tal vez a alguna otra, pero jamás se le ocurrió pensar que Tula fuera algo ajeno a esta tierra (...)
"¿Es que alguien pretende amar a Cuba más que Martí? ¿Es que alguien se considera con más autoridad que él para juzgar quién es cubano y quién no lo es?"
Tula Avellaneda, poetisa, novelista y dramaturga, saltó las barreras locales y concibió una obra universal, pero con sus raíces profundamente asentadas en el país que la vio nacer.
El Camagüey legendario es demasiado grande en su dimensión social, patriótica y cultural, para escatimar espacio a esta mujer de corazón atormentado, con el volcán de su lirismo en erupción fecunda en un siglo tan prejuicioso para las féminas como el XIX.
Traspasó los límites que la sociedad de su época le imponían a la mujer, obligatoriamente plegada a los designios varoniles, y escribió con la fuerza y el calor de la lava volcánica cuando brota indetenible de las entrañas de la tierra.
Fue como quiso ser: atormentada, destrozándose a sí misma contra las amarras invisibles de la sociedad, con el milagro del amor y la pasión desbordando su pecho, sin llegar a convertirse en paloma.
Es Marcelino Menéndez y Pelayo quien hace de Tula la definición que más me complace:
"Lo que la hace inmortal, no sólo en la poesía lírica española, sino en la de cualquier otro país y tiempo, es la expresión, ya indómita y soberbia, ya mansa y resignada, ya ardiente e impetuosa, ya mística y profunda, de todos los anhelos, tristezas, pasiones y desencantos, tormentas y naufragios del alma femenina. Lo femenino eterno es lo que ella ha expresado y es lo característico de su arte: la expresión robusta, grandilocuente, magnífica, prueba que era grande artista y espíritu muy literario quien acertó a encontrarla".
Entre sus obras más significativas están Sab, Baltasar, Munio Alfonso, Saúl, Leoncia, Tres amores, La aventurera, La hija de las flores, y poemas como Al partir y La pesca en el mar.
Aquella mujer, bella y culta, con ricos ropajes y mirada lejana, paseó en volanta por las calles adoquinadas de Puerto Príncipe sus amores y soledades, sus tristezas y alegrías, sus idas y retornos, su triunfo en España y las incomprensiones en su país, y quizás su espíritu rebelde aun desanda las estrechas callejuelas principeñas, orgullosa de su villa, musitando su desgarrador soneto que un día de diciembre, hace más de 40 años, hizo asomar lágrimas de piedad a mis ojos.
Al partir
!Perla del Mar! !Estrella de occidente!
!Hermosa Cuba! Tu brillante cielo
la noche cubre con su opaco velo,
Como cubre el dolor mi triste frente.
!Voy a partir!... La chusma diligente,
Para arrancarme del nativo suelo
Las velas iza, y pronta a su desvelo
La brisa acude de tu zona ardiente.
!Adiós!, !Patria feliz, edén querido!
Doquier que el hado en su furor me impela,
Tu dulce nombre halagará mi oído;
!Adiós!... !ya cruje la turgente vela...!
!El ancla se alza... el buque estremecido,
la olas corta y silencioso vuela!