Camagüey, Fidel Castro, Comandante, maestro, muerte, juventud, legado

El Fidel de nosotros


Por Dania Díaz Socarrás/Radio Cadena Agramonte

El Fidel de mi abuela era su amor de juventud, mi abuelo lo sabía y no celaba. Entendía el deslumbramiento por aquel hombre alto, de una elegancia especial que no le restaba humildad, de talante admirable solo de verlo y de sencillez suficiente para recortar a menos de un metro su figura siempre que un niño estaba cerca, con tal de hablarle entre iguales hasta de tamaño.

Para mi abuelo -que le perdonaba a su esposa los halagos en la sala frente a toda la familia- el Comandante era el hombre que había desafiado hasta a la naturaleza entre las lomas, el que alfabetizó a todos, como si él mismo, lápiz y cartilla en mano, hubiera llegado a la orilla del río oriental en que ellos vivían y el causante de que cada domingo a las siete de la noche él pudiera disfrutar, imperturbable, últimamente en un televisor Panda dado en Revolución energética, de su programa favorito: Palmas y cañas, ese que lo ponía a cantar y a declamar y que lo hacía volver siempre a su juventud.

El Fidel de mi padre es el Maestro, maestro como lo quiso ser él, educador de nuevas generaciones, el bromista y el del comunismo que por él se motivó a estudiar y enseñar, e incluso el culpable indirecto de muchos de sus poemas, nacidos al calor de escuelas al campo o tardes libres con guitarra y tragos entre amigos.

Mi Fidel, mi Fidel es todo eso y algo más, el padre del que siempre quise un beso en vivo, al que me quedé con ganas de darle la mano, por el que por suerte me siento aún abrazada, en esa versión de niña que aprendía poemas, cantos y vivas, y retada de profesional, de adulta, retada a ser cada vez mejor, a estar cada vez más cerca de la altura que él nos confió a nosotros, su juventud, la juventud cubana.

¿Y el Fidel de mis hijos? El Fidel de mis hijos a veces me acongoja un poco. Siento que el mayor de ellos haya nacido justo en el año en que su cuerpo partió y que la pequeña hoy se detenga a mirarlo cuando lo ve en televisión, como con ganas de más.

El Fidel de mis hijos y los tuyos nos compromete, nos sube aún más la varilla para traerlo a ellos, nos convida todo el tiempo a recordar que no murió, que no puede morir ningún 25 de noviembre, porque en esa fecha él apenas subía al yate de la libertad y mucho ocurrió después.

Hoy, lo que realmente sucede es que él se vuelve a despedir de México y a subir con su porte de hombre grande que pensó y sintió hasta como el hombre y la mujer más pequeños de la Tierra, como mi abuelo cuando estaba a la orilla del río, como mi padre en un aula, como yo quizás en esta juventud.

Eso lo tienen que saber nuestros hijos y tienen que saber también que en tiempos de ellos hubiera hecho lo que ellos harían, así me ayudará a formarlos como nos formó a nosotros y así seguirá vivo, vivo siempre en la fecha que sea, porque tal vez lo único que nunca consiguió Fidel, aunque se lo propusiera muy en serio, fue morir. (Foto: Adelante/Archivo)


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