La Habana, 28 may.- Tuve la oportunidad de recorrer algunas ciudades de Alemania en períodos breves, intermitentes, a partir de 2010. Escribí algunas reflexiones para mi blog, y luego las uní a otras en mi libro Cuba, ¿revolución o reforma? (Casa Editora Abril, 2012 / Ocean Sur, 2018): caminé por Berlín, una ciudad que entonces parecía un museo del anticomunismo, con sus fragmentos de muro, sus reconstruidos puestos de “vigilancia”, los intencionados carteles y los puestos de venta de medallas, charreteras, gorros y símbolos del socialismo vencido. Me impresionó mucho encontrar una bandera soviética, ajada y descolorida, expuesta a las inclemencias del tiempo en la pared de un edificio, con una leyenda poco creíble: “la última bandera que ondeara en el Kremlin”; y muy cerca —una copia, supongo— de la tarja de bronce de Leonid Brezhnev, ex secretario general del PCUS, que debió estar en la casa donde viviera en Rusia. Trofeos simbólicos (medievales) de guerra.
He vuelto sobre aquellos apuntes, después de leer el libro de Jorge Enrique Jérez Belisario y Dania Díaz Socarrás, Donde se acaba el futuro (Editorial Ácana, Camaguey, 2024). A Jorgito lo conocí en aquella segunda década del nuevo siglo, aún era estudiante de periodismo y su activismo en las redes se apoyaba en tres virtudes ya evidentes: voluntad, inteligencia y compromiso. La ecuación “mágica” se completó con Diana, su compañera de vida e ideales. El libro, que cuenta con un enjundioso epílogo de Abel Prieto, tiene un subtítulo: Vidas que cambiaron luego de la caída del muro de Berlín.
La narrativa de la restauración es especialmente vengativa; su propósito es voltear la historia, derribar cualquier posible reivindicación de la utopía socialista, hacer que los huecos negros, artificialmente ampliados, se traguen las luces naturales del experimento social, para articular un alumbrado de neón, brillante y colorido, que lo sustituya. Si en algo es bueno el capitalismo es en la sustitución de lo esencial por lo superfluo, de la verdad por la esquirla de la verdad dinamitada: ese diminuto y mortal trozo de verdad, más falso que la mentira.
Jorgito y Diana entrevistan a 16 alemanes del Este cuyas vidas cambiaron drásticamente con la caída del muro, hombres y mujeres que enfrentan la distorsión mediática de sus vidas, que perdieron de golpe la tranquilidad, la seguridad, y los sueños que inspiraron sus vidas. Algunos de ellos participaban en las marchas contra el imperfecto Estado socialista, y se sintieron esperanzados ante las ofertas del Oeste, aunque vivían (si hablamos de lo material) mucho mejor que nosotros. Otros eran maestros, periodistas, policías.
Hay una alemana negra, como prefiere autodefinirse, hija de una germánica y de un africano. Y un hombre gay. Ambos sentían en ocasiones la discriminación de los “normales”, pero contaban con la protección del Estado socialista. Ahora están solos, expuestos ante la proliferación de grupos racistas y homofóbicos. Ahora lamentan lo perdido.
Porque esa narrativa no empieza con la caída, la precede, horada durante años nuestros sentidos hasta disminuirlos, nos induce a desear un cambio, cualquier cambio, con tal de deshacernos del castigo imperial; confunde, acumula cansancios y dudas en el escenario real mientras muestra el esplendor de un escenario de atrezzo; agrede, impide, bloquea, y acusa al sistema de incapaz; pero alcanza su máxima expresión en los días de la venganza. La sed de venganza del capital desplazado es enorme, viene a saciarse, a asegurarse de que jamás será nuevamente despojado.
Frente al desbordamiento de luces del capitalismo, los apagones constantes y prolongados ofrecen el espectáculo deseado. En mi libro citaba un fragmento de la novela La confianza de la escritora comunista Ana Seghers, una inusitada “explicación” de las razones del deslumbramiento que provocaba en los orientales, sin apagones, el Berlín Occidental:
—Mira, si sales de noche de la estación y te sumerges en las luces de la ciudad, verás que no tienen comparación con las estrellas. Las estrellas no son más que puntitos, todos del mismo color y muy lejanos, además. Pero en esa ciudad uno ve letreros lumínicos de todos los colores. Se encienden y se apagan, clic, clac. Y detrás de las vidrieras, noche y día, hay cosas increíbles.
Thomas se echó a reír, pero Pumi se mantuvo seria:
—Solo entre tanta luz uno se siente verdaderamente feliz. Y después de haber mirado bien, piensas: «Aquí hay de todo».
La crisis nos obliga a transitar, con las manos amarradas, por el borde del acantilado. El imperialismo quiere empujarnos. No emplea ese verbo. Dice: “queremos ayudarlos”, a caer, claro. Los provocadores a sueldo (y a salvo) escriben proclamas desde Miami y Madrid. Insultan y amenazan a los cubanos que “no se dejan”, a pesar de que la vida se torna difícil, angustiosa. En estos días de furor trumpista, han sido persistentes en convocar revueltas, sueñan con una guerra imposible del pueblo contra el pueblo, para justificar la intervención. El representante del imperio en la Isla se pasea por el país arengando a los que ya fueron comprados. Son pocos. Como apunta Johana Tablada, funcionaria del MINREX, hay que ser "cínico, ignorante, cobarde o malintencionado" para no reconocer el vínculo entre los problemas graves de Cuba y las medidas implementadas por el imperialismo desde 2019.
Defenderemos la Revolución hasta el último aliento y con ella, la independencia nacional. A diferencia de Alemania del Este, que fue anexada por el Oeste, territorios ambos de una misma nación, a Cuba se la tragaría el imperialismo estadounidense. Los alemanes entrevistados en este libro nos advierten: “No dejen que les digan que el socialismo ha fracasado —dice, por ejemplo, Margitta Zellmer—. Por supuesto, el socialismo no era perfecto en la RDA y otros estados socialistas; fue un socialismo prematuro, pero sin dudas era mejor que lo que tenemos ahora. El capitalismo es inhumano”. Ante las dudas, recomiendo la lectura de estos testimonios. En Cuba, no se acabará el futuro. (Texto: Enrique Ubieta Gómez/ Cubasí) (Foto: Cubasí)