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Ernesto "Che" Guevara, también ajedrecista


Por Jorge Navarro Torres/ Radio Cadena Agramonte

Ernesto Cualquier día del año se convierte en momento especial para recordar a ese extraordinario hombre de América que nos acompañó firme y decidido cuando la noche era más oscura, y nos legó para siempre lo mejor de su ejemplo revolucionario. Y me refiero, por supuesto, a Ernesto "Che" Guevara.

El Ernesto Guevara, de la Argentina; el Che, de Cuba; el Guerrillero Heroico del mundo, hombre de mil facetas, no podrá jamás pasar inadvertido por lo mucho que sembró a su paso por estas tierras.

El deporte fue una de sus pasiones preferidas, y muy especialmente el ajedrez, milenario juego que le permitió acercarse por primera vez a la pequeña Isla del Caribe a través del más universal de sus trebejistas, José Raúl Capablanca.

Durante la preparación en tierras mexicanas de los expedicionarios del yate Granma, luego de las arduas jornadas de caminatas, ejercicios militares y lecturas interminables, encontraba en las frías noches aztecas momentos para entablar batallas de peones, torres y caballos con su amigo y maestro guerrillero Alberto Bayo.

Luego del triunfo revolucionario, el Che fue un incansable promotor para que el ajedrez pasara ocupar un lugar importante en la vida cotidiana de cada cubano.

Fue el gran visionario al señalar que Cuba tendría Grandes Maestros y sería obra de la Revolución, realidad que se multiplica en los cientos y miles de jóvenes ajedrecistas que con sus resultados rinden el mejor de los homenajes.

El Guerrillero Heroico fue uno de los máximos impulsores para que en Cuba se celebraran grandes competencias de este deporte, entre ellos los torneos internacionales Capablanca In Memorian, que se han vestido de lujo con la presencia en diversas ocasiones de los mejores exponentes del planeta.

También su apoyo solidario se hizo patente para que La Habana fuera sede de la Olimpíada de 1966, sueño que no pudo disfrutar personalmente, pues su compromiso mayor con la humanidad lo reclamó.

Desde el hondón americano, en una mañana, una tarde, o en la oscuridad de una fría noche, su profunda mirada acompañaba una breve sonrisa que iluminaba el rostro con la satisfacción de que sus sueños y esperanzas de ajedrecista también comenzaban hacerse realidad.


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