Fidel, Cuba, Revolución, Comandante en Jefe

Fidel, presencia eterna  


Editorial

El 25 de noviembre marca, desde hace seis años, un acontecimiento luctuoso de especial connotación. Desde aquel día, triste para los cubanos todos, dentro o fuera de la isla, cobra especial relieve la máxima martiana de que “la muerte no es verdad cuando se ha cumplido bien la obra de la vida”.

Y ciertamente, el líder histórico de la Revolución cubana permanece junto a su pueblo, alentando las batallas de estos tiempos complejos y definitorios, cuando resultan esenciales la unidad y el compromiso para alcanzar la victoria.

Contrario a los pronósticos de agoreros y oportunistas de toda laya que apostaron por el colapso del proceso revolucionario cubano tras la desaparición física del Comandante en Jefe seguimos aquí, en pie de lucha, convencidos de que remontaremos las dificultades y construiremos la sociedad mejor a la que aspiramos.

Inspira cada uno de los empeños colectivos el pensamiento y la guía de Fidel; el líder que aseguró con solo 12 hombres y siete fusiles en 1956 que ganarían la guerra; el que conquistó para su pueblo la libertad y la independencia verdaderas; el que desafió durante más de cinco décadas al imperialismo; y fue consecuente con sus ideas hasta el fin de sus días.

Para los cubanos, y para todos aquellos que en cualquier lugar del mundo luchan y defienden la libertad, la soberanía y la paz, Fidel simboliza la materialización de un programa nacional liberador que desbordó las fronteras de la isla para convertirse en faro para otros pueblos.

El Comandante Invicto es mucho más que el artífice en su Patria de una Revolución “con los humildes, por los humildes y para los humildes”, pues en genuina práctica de solidaridad internacionalista apoyó desinteresadamente las causas reivindicadoras de naciones hermanas.

Esa justicia social soñada por millones de seres humanos en el mundo  sustenta el pensamiento ético del eterno guerrillero. Así lo encontramos de manera explícita desde sus primeros pronunciamientos como dirigente revolucionario.

Delineado en el Programa del Moncada, y ratificado en su alegato La Historia me Absolverá, la expresión más acabada de su pensamiento ético la enriqueció décadas más tarde en el concepto de Revolución enunciado en el año 2000:

“Revolución es sentido del momento histórico; es cambiar todo lo que debe ser cambiado; (...) es emanciparnos por nosotros mismos y con nuestros propios esfuerzos; (...) es desafiar poderosas fuerzas dominantes dentro y fuera del ámbito social y nacional; es defender valores en los que se cree al precio de cualquier sacrificio; (...) es convicción profunda de que no existe fuerza en el mundo capaz de aplastar la fuerza de la verdad y las ideas”.

Herederos de su testamento político nos corresponde seguir honrando el legado de ese ser humano excepcional, fiel hasta su último aliento a los principios a los que consagró su nonagenaria existencia, y que por su altura hoy lo inmortalizan.

Como en la escultura recientemente inaugurada por los presidentes de Cuba y Rusia en el distrito moscovita de Sokol, erguido e invicto está Fidel, el de todos. (Foto: Archivo)


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