Por Pablo Soroa Fernández / Servicio Especial de la AINSegún la tradición guajira, tiene que ser fresca para dar sueño la lana de Ceiba, ese árbol monumental que algunos denominan el secoya cubano, en alusión al Sequoia semperivens, conocido en Estados Unidos, como palo colorado de California.
Sin las pretensiones de altura de este último -que puede alcanzar los 80 metros-, la Ceiba se yergue hasta la mitad de esa altitud en los campos de Cuba.
La especie Pentandra es la que produce el capoc, la fibra de la semilla usada como relleno en tapicería de muebles y otros objetos, y la cual es portadora de un aceite muy solicitado en la fabricación de jabones.
Esa lana vegetal es imposible de hilarse por su fragilidad, pero su ligereza y propiedades repelentes al agua promueven su empleo en la confección de material aislante y para chalecos salvavidas, porque su capacidad de flotación es mayor que la del corcho.
Original de la América tropical y muy difundida desde México hasta el norte de Suramérica, el nombre científico es Ceiba pentandra caribaea, porque sus verticilos florales (cáliz y corola) se presentan en grupos de a cinco, como lo sugiere el prefijo penta.
Cada 16 de noviembre, los habitantes de la Villa de San Cristóbal de La Habana (nombre original de la ciudad) protagonizan un ritual en el Templete, lugar donde a la sombra de una legendaria Ceiba se efectuó, según cuenta la tradición, el oficio religioso y el cabildo fundacional de la villa en 1519.
En el antiguo muelle de Santo Domingo, República Dominicana, existe un viejo tronco de Ceiba señalado por la tradición como el árbol en que Cristóbal Colón amarró sus navíos cuando penetró el río Ozama.
Para los habitantes de la Mayor de las Antillas ese árbol inmenso es, junto a la Palma Real, el más venerado.
Se considera sagrado para blancos, negros o asiáticos practicantes de diferentes cultos sincréticos. Para estos últimos es el trono de Santán Kón, la versión china de Santa Bárbara, y para los campesinos en general el Árbol de la Virgen María.
El modo en que se propagan las semillas de la ceiba constituye una curiosidad de la naturaleza: luego de maduradas, se secan, estallan y, a semejanza de diminutos paracaídas vegetales, son esparcidas por el viento, que las lleva a remotas distancias, apunta el costumbrista cubano Samuel Feijóo en un artículo publicado en la revista Bohemia a mediados del pasado siglo.
Así garantiza su perpetuidad y la del culto que le predican en esta ínsula caribeña y en otras latitudes el secoya cubano, capaz de fortificar al hombre que acaricie su nada tersa superficie, según la leyenda.