En mi cofre de sueños guardo algunos recuerdos...
(Nicolás Guillén)
Por Lázaro David Najarro Pujol/ Radio Cadena AgramonteNo mucho se conoce de Rosa Castellanos Castellanos. Pero la necesidad de recordar la estirpe y la imagen de esta mujer guerrera se resume en unas palabras del Poeta Nacional Nicolás Guillen: “... hablar de esa vida para que Cuba no la ignore... fijar su recuerdo y entregarlo al respeto, al amor a la Patria agradecida que seguramente no ha querido olvidarla”.[1]
En el legendario Camagüey, especialmente en la Sierra de Najasa, muy próximo a Santa Cruz del Sur, la capitana Rosa Castellanos Castellanos, (Rosa la Bayamesa) desarrolló una intensa y fecunda labor desde el mismo inicio de la Guerra de los Diez Años.
Nació esclava, en un barracón del poblado de El Dátil, Bayamo, en 1834, “tal vez en un simple jergón de pajas o hierba seca en un barracón de esclavos” [2], en la entonces más rebelde zona del país y fue ese el lugar en que llevó a cabo sus primeros actos de rebeldía e integró el Ejército Libertador desde el inicio de la guerra de 1868, que puso término al silencio de la explotación colonial de España en la isla caribeña. Hija Don Matías Castellanos y Francisca Antonia Castellanos, esclavos traídos de África que asumieron los apellidos de sus amos.
El camino de la Sierra
Luego de más de 30 años de servidumbre, tras los decretos y acciones iniciales de la Guerra de los Diez Años y después que los bayameses incendiaron la ciudad para evitar que Bayamo cayera en poder –nuevamente- de los colonialistas españoles, los que con una tropa formada por más de dos mil hombres avanzaba sobre la villa, Rosa —liberada de la esclavitud—, decide seguir a sus amos en el camino del campo de la lucha libertaria, instalándose inicialmente en una de las prefecturas situadas en la Sierra Maestra. Se internó en la Sierra de Guisa, en la ranchería de La Manteca, desde donde desempeñó decisivo papel en la atención a las fuerzas mambisas como cocinera, mensajera y en el cuidado de los heridos en campaña, pues tenía conocimientos de los signos más característicos de las enfermedades de la manigua.
Pronto a aquella mujer alta y fuerte, la llaman La bayamesa. Luego se distinguió y se hizo una hábil enfermera, organizó hospitales de campaña, aunque también empuñó el machete y el fusil, con gran destreza en sus incursiones guerreras. Radicó también en la finca La Caridad de Dátil y participó en el Jigüe en distintos enfrentamientos.
Las tropas españolas desataron una feroz y sangrienta ofensiva en la región oriental de Cuba. Por sus antecedentes, los peninsulares mantuvieron un permanente acoso sobre ella y tuvo que trasladarse a Camagüey en 1871. Según reconoció en la escritura testamentaria ante notario, residió en la calle San Isidro # 22. Ella compartió su vida íntima con José Florentino Varona Estrada, antiguo esclavo negro, con quien se incorporó a la contienda independentista de 1868 a 1878.
El hospital de sangre El Polvorín
Posteriormente se instala en la Sierra de Najasa. Preparó en el lugar un hospital en una cueva de la loma del Polvorín. A Camagüey llegó su leyenda y comenzó a ser llamada Rosa La Bayamesa como una forma de diferenciarla por su lugar de nacimiento.
Señala el Ms.C. Ludín B. Fonseca García, Historiador de Bayamo, que en tierras camagüeyanas fue donde Rosa Castellanos entra, definitivamente, en la historia de Cuba, como uno de sus mitos más fantásticos y uno de los ejemplos imperecederos de sacrificio y consagración, no sólo en el cuidado de enfermos, sino en la lucha y defensa de la nacionalidad y nación cubanas.
En el hospitalito salvó muchas vidas como enfermera y comadrona. Escribió el periodista norteamericano Grover Flint, que la reputación de La Bayamesa data de la misma Guerra de los Diez Años, tiempo en que mantuvo a sus expensas y bajo su única responsabilidad un hospital de sangre en la montaña El Polvorín, ubicado en la Serranía de Najasa.
En su andar por los montes adquirió amplios conocimientos sobre las propiedades de la flora tradicional cubana que aprovechó en la fabricación de medicamentos, utilizados en la curación de los enfermos, función que efectuaba eventual y simultáneamente con la de combatiente, como se le recuerda en las sangrientas contiendas de Palo Seco y El Naranjo, en las que trasladó a sitio seguros a los heridos.
Las camas del hospital eran de cuje, en números de 60 u 80, ocupadas generalmente por mambises heridos o enfermos; lo rodeaba un patio con gallinas, numerosos colmenares y grandes siembras de hierbas medicinales. Cuentan que elaboraba medicamentos que igualaban a la quinina contra la fiebre, detenía hemorragias con la corteza de un árbol, y lograba también con medios naturales productos antisépticos y somníferos.
La insigne capitana del Ejército Libertador
Se conoce que el Mayor General Máximo Gómez, al visitarla en el rústico hospital, en que ejercía su asistencia en 1873, elogió su labor y le dijo:
– Yo he venido con mis ayudantes expresamente para conocerte. De nombre ya no hay quien no te conozca por tus nobles acciones y los grandes servicios que prestas a la patria.
Rosa le respondió con su habitual modestia al bravo guerrero:
–No general, yo hago bien poca cosa por la Patria. ¿Cómo no voy a cuidar de mis hermanos que pelean?, ¡pobrecitos! Ahí vienen luego que da grima verlos, con cada herida y con cada llaga, ¡y con más hambre General!; yo cumplo con mi deber y de ahí no me saca nadie porque lo que se defiende se defiende y yo aquí no tengo a ningún majá [vago]; ¡el que se cura se va a su batalla y andandito [de andar –irse al combate].
El Poeta Nacional de Cuba, Nicolás Guillen, escribió de esta capitana amiga de su padre: “Llevaba sus insignias con el mismo decoro, con igual propiedad, que el más valiente de los hombres”.
El Pacto del Zanjón nunca fue asimilado por la brava mambisa.
Rosaida Cobiella Aguilar afirma que Rosa mantuvo siempre vivo el espíritu de Baraguá, pero al finalizar la guerra ella regresó a su hogar, en la calle San Isidro número 22, en la ciudad de Camagüey (hoy Rosa La Bayamesa 155), acompañada por su esposo José Francisco Varona, insurrecto como ella, pero se carece de información precisa sobre su quehacer durante la Tregua Fecunda (1878 a 1895).
El primero de de junio de 1895, La Bayamesa, con unos 62 años de edad, se incorpora a la lucha concebida por José Martí, y nuevamente se hizo cargo del cuidado de los heridos y enfermos, tras levantar nuevamente su hospital con troncos y yaguas, con 90 camas de cujes.
Fue Máximo Gómez, quien le pidió a Rosa La Bayamesa instalar y administrar nuevamente el hospital bautizada por ella con el nombre de Santa Rosa, en Najasa, que nunca pudo ser asaltado por las fuerzas enemigas, como resultado de las férreas medidas de protección y vigilancia. [3]
“Al estallar la revolución de 1895 Rosa volvió a ocupar su puesto de honor y enseguida estableció su hospital, donde continuó su obra humanitaria y patriótica de cuidar como madre cariñosa y abnegada a los libertadores, que enfermos o heridos en la pelea, buscaban refugio seguro donde atender sus dolencias”.
Como un soldado más, cuando sus enfermos le dejaban ratos libres, cubría turnos en las filas de combate, cargaba armas, disparaba fusiles y manejaba el machete con destreza.
En una ocasión en que el Generalísimo estuvo frente a la negra mambisa, le ordenó que tomara doce hombres de su confianza e iniciara la construcción del hospital; a lo que ella le respondió:
–General, me basta con dos.
En junio [4] de 1896, en el sitio conocido por Providencia de Najasa, Rosa es recibida por Gómez, quien después de estrecharla en fraternal abrazo le otorgó los grados de capitán del Ejército Libertador de Cuba, única mujer que llegó a ostentarlos en toda la epopeya. (Fue a propuesta del propio Gómez y del Presidente de la República en Armas, Salvador Cisneros, que le fue otorgado el grado de Capitán del Ejército Libertador).
El ascenso además traía la siguiente observación: [5] “Esta mujer abnegada prestó excelentes servicios a la Guerra de los Diez Años y en la revolución actual, desde sus comienzos ha permanecido al frente de un hospital en el cual cumple sus deberes de cubana con ejemplar patriotismo. La Patria agradecida le da este reconocimiento por su lucha, por salvar vidas en una lucha donde se pierden tantas”.
Penurias, enfermedad y muerte de la heroína
En plena desgracia, enferma de una afección cardiaca y en el anonimato que la había sumido aquella república, a duras penas el Ayuntamiento le aprobó un crédito de 25 pesos mensuales como socorro, el 4 de septiembre de 1907. Pero quedaban solamente veintiún días para su fallecimiento, víctima de una afección cardiaca. “ […] Antes de morir, ella hizo un testamento en el que designaba como albacea y heredero universal de sus escasos bienes a Nicolás Guillén Urra –padre de quien se convirtió en el Poeta Nacional de Cuba–. Tal parece que con ello, anunciaba la continuidad de su vida revolucionaria”.
Ludín B. Fonseca García considera: “Profunda debió ser la amistad, vínculos y afinidades cuando tomó esta determinación. El niño debió crecer en la leyenda de la milagrosa y revolucionaria esclava Bayamesa negra, y su obra de madurez debió estar permeada por los recuerdos de su infancia. Entonces no resulta casual, que este poeta sea el que incluya el tema negro en la poesía cubana y que su obra cumbre, Songoro Cosongo, refleje este tópico”.
Rosa Castellanos Castellanos, falleció en la ciudad de Camagüey el 25 de septiembre de 1907 y su cadáver fue expuesto en capilla ardiente en el Salón de Sesiones del Ayuntamiento de la capital agramontina: [6]
No obstante el homenaje del pueblo, los honores militares correspondientes a su jerarquía ganada en las guerras patrias, lo asumió la oficialidad del Regimiento 17 de Infantería del ejército interventor, y no de aquellos patriotas que habían sido sus compañeros de armas y de penurias en la manigua.
Majestuosa estatua ecuestre
En honor a Rosa Castellanos Castellanos, en su ciudad natal (Bayamo) fue erigido una estatua ecuestre y un parque-monumental en su honor, obra del pintor y escultor santiaguero Alberto Lescay Terencio. La pieza está fundida en bronce y tiene seis metros de alto y muestra a la mambisa acompañada de machete desenvainado, sombrero de yarey, turbante y elementos alegóricos a su labor como enfermera.
Una majestuosa estatua ecuestre, construida por Cuba revolucionaria, e inaugurada en marzo de 2002, preside este escenario, convirtiéndose (Rosa) en un símbolo, con su machete desenvainado.
De Rosa La Bayamesa, escribió el Poeta Nacional Nicolás Guillén en sus recuerdos de un niño de cinco años de edad que era “... alta, fuerte, varonil, sin que padeciera por ello su feminidad”.
[1]- Nicolás Guillén, en Prosa de prisa
[2]- En una investigación inédita titulada Flor que nunca se Marchita: Rosa la Bayamesa, de la autoría Rosaida Cobiella Aguilar asegura que Rosa Castellanos nació el 24 de septiembre de 1834.
[3]- Jorge Juárez y Cano: Apuntes de Camagüey. Tomo Primero. Imprenta Popular, Camagüey, 1929. p., 138-139.
[4]- No se sabe con precisión la fecha exacta en que Gómez le impuso los grados de capitana.
[5]- Boletín trimestral El Clarín, Asociación de Combatientes de la Revolución Cubana, No 3, 2004, p., 3.
[6]- Jorge Juárez y Cano: Apuntes de Camagüey. Tomo Primero. Imprenta Popular, Camagüey, 1929. p., 139.