EE.UU, 22 oct.- ¿Cuánto del Proyecto 2025 ya ha estado presente en la agenda del gobierno republicano cuando ha pasado una buena parte de este año? Lo que se dijo hasta la saciedad durante la campaña y que los miembros del equipo de Trump intentaron desmentir pareciera ser una realidad que hoy se representa en más de un drama nacional. Este proyecto, urdido en lo más oscuro de la sociedad norteamericana, es más que un programa de gobierno, es un mecanismo de ingeniería social cuya finalidad es llevar el país hacia un punto de no retorno en el cual se desmonten las garantías del Estado liberal de derecho en función de los intereses de una clase que, en voz del propio presidente, cree que no será necesario votar otra vez.
Cuando los demócratas esgrimieron el acta con los lineamientos de esa ingeniería, los medios afines a la derecha se lanzaron a desmentir, se colocaron mensajes ambiguos, se apeló al asesinato de carácter y el silenciamiento y sobre todo jugaron con la emocionalidad de los votantes, con sus miedos y anhelos. El Proyecto 2025 trae como esencia el final de lo que el liberalismo ha construido como sistema a lo largo de la modernidad. Las garantías de derechos civiles que se fueron reformando en virtud de las demandas sociales y todo el conglomerado diverso son valladares para una clase burguesa que cree que debe detentar el poder absoluto, ya que les asiste el poder económico. Este mecanismo es una reacción interna ante la pérdida de protagonismo de esa casta a nivel internacional en el control de los recursos.
Obviamente el nuevo orden mundial que está surgiendo de la multipolaridad va a colocar en crisis a la burguesía de Occidente. Por ello, en palabras del propio vicepresidente Vance, ellos creen que están en un momento postliberal en el cual no consideran que sean convenientes los mecanismos de rendición de cuentas, de chequeo del poder desde el balance de instituciones y sobre todo la alternancia.
Cuando se habla de postliberalismo se incluye todo el proceso de reformas del modelo que se dio desde la propia revolución burguesa de 1776 hasta el presente en el cual poco a poco y de forma gradual se fueron abriendo espacios para aquellas minorías de corte racial, étnico, cultural y de género sin las cuales el país pierde su esencia diversa. Lo que se trata a fin de cuentas es de revivir una visión sesgada y elitista del poder, en la cual se coloque como divergente y disruptivo dentro del sistema todo lo que no esté estrictamente bajo el control de la vieja burguesía. Para ello existe la batalla cultural, en la cual a la par que se niegan derechos reales se entretiene a las masas con las divisiones en torno a lo woke, lo multicultural y lo superficial. El mecanismo de control ha funcionado a la perfección, mientras que los demócratas saturaban a las audiencias con los discursos posmodernos e irracionales de las seudoteorías críticas, los republicanos se aprovechaban del rebote social para una capitalización de la batalla de ideas en su favor. La derecha ha tenido un respiro de razón —dentro de su histórica sinrazón— gracias a la manera en que la izquierda burguesa neoliberal ha manejado las cuestiones de identidad, con el odio entre sexos y las leyes absurdas.
Pero ahora mismo el momento es aún peor. Ya en el poder, la derecha ha hecho su propia política de identidades a la inversa y se llevan a cabio razias en contra de los migrantes, se les coloca como personas que no encajan en la sociedad y se les estigmatiza. De esa manera, el enemigo interno se torna visible y es utilizable para los ideólogos del partido gobernante. Bannon, quien participó como impulsor de la toma de las instituciones por turbas violentas durante la transición hacia el gobierno de Biden es uno de los principales sostenes de esa visión postliberal trumpista. Cuando salió de la prisión dejó claro su papel en el nuevo tiempo y cómo ya para personas como él no son importantes las formas a guardar. ¿Qué quiere esto decir?, que ni las elecciones, ni los contrapesos, ni la prensa libre, ni la crítica le parecen organismos legítimos si contradicen los intereses más duros del poder. Lo postliberal es la raíz y esencia del Proyecto 2025 y sin entender de qué va esa nueva tendencia de pensamiento burguesa irracional y posmoderna no se puede emitir un criterio sólido.
Esto explica, por ejemplo, la mal llamada teoría del loco que es la base del proceder en política exterior de esta administración. Hacerse impredecible, transformarse en un asunto sin rumbo, sin una forma definida no son maneras nuevas en la arena de las ideas reaccionarias. De hecho ese es su núcleo cuando dejan de tener peso las instituciones que ellos mismos ayudaron a crear como mecanismos de control. Por eso el antiglobalismo de Trump es globalista, si bien pareciera un trabalenguas o una contradicción.
Es globalista en tanto la agenda de poder occidental rige su toma de decisiones. El poder del Estado norteamericano en el exterior se replica de manera que el objetivo es la expansión sobre los recursos, el control de las poblaciones dentro de sus fronteras, el decrecimiento demográfico y el empobrecimiento de la periferia global y el trabajo exclusivo por y para los intereses de la élite. En una gran medida el énfasis puesto en el supuesto crecimiento económico no es otra cosa que la imposición de un decrecimiento para los adversarios a partir de medidas coercitivas que buscan desde la política deformar y controlar el mercado. Se puede decir que Trump es el globalismo por la fuerza, en el cual la agenda de trabajo cultural se hace desde identidades en el marco de lo conservador, religioso y reaccionario. Lo postliberal es, aquí, en esencia el recorte de todo gasto que tenga que ver con atender a las personas y la consecución de que solo se invierta en el poder mismo desde el poder. El desmantelamiento del Estado de bienestar es la consecuencia directa del postliberalismo y su legitimación acontece a partir del control del pensamiento social desde la fragmentación, el divisionismo, la postverdad y el manejo de los medios masivos desde el poder financiero.
¿Qué porciones del Proyecto 2025 quedan por implementar? Aún está por saberse cómo llevarán adelante eso de “no tener que volver a votar”. No se sabe si se trata de una reforma de la ley electoral, una nueva enmienda, un programa anexo que reformule los contrapesos del poder. En todo caso, se acercan las medio término y eso quiere decir que los demócratas poseen un
chance para darle una voltereta a la realidad política norteamericana, solo que sus propias divisiones les siguen jugando en contra e impiden que los candidatos posean una plataforma unitaria. Lo que hace que todos estén de acuerdo, del otro lado del espectro, es lo terrible que ha sido este gobierno desde todo punto de vista. No solo se trata de la inmensa caricatura en el manejo institucional, sino del daño severo a la esencia liberal clásica del modelo. Pretender que no haya que volver a votar es, en palabras de estas personas, petrificar una sola opción en el poder y de ahí a una dictadura va muy poco. Los miedos que se hablaron tanto durante las elecciones puede que no estén del todo infundados.
Si Trump pierde las medio término, ¿habrá una reacción desde el poder para no reconocerlas? Y es que cuando sea derrotado en las cámaras su gobierno dejará virtualmente de existir, porque toda iniciativa será de plano bloqueada por la mayoría de la oposición. El manejo de los instrumentos del Estado, por ahora, es una ventaja que le pudiera permitir al presidente evitar que se llegue hasta ese momento. ¿Intimidará a los jueces para que no reconozcan la derrota republicana?, ¿llevará a cabo cambios en el sistema de lectura de votos para hallar una victoria? En varias ocasiones el discurso del presidente sobre los enemigos internos pareciera rozar la idea de la ilegalización de la oposición sobre todo de los demócratas. Sus amenazas del inicio de poner en la cárcel a Biden y su camarilla no se han hecho realidad, pero si algo hemos visto en
Trump es su idea o intención de tornarse impredecible. Solo lo mueven la ambición y el ego. Cuando se haga un análisis objetivo de este momento en la historia habrá que tener en cuenta la personalidad del mandatario, si se quiere ser objetivo y consecuente.
En los oscuros pasillos del poder se estarán pensando en alternativas nada halagüeñas para si pierden el poder en las medio término. Si algo se ha visto en este gobierno trumpista es que los Estados Unidos se hallan profundamente divididos entre dos grandes visiones del modelo. Por una parte el liberalismo en crisis identitario de los demócratas, expansionista y globalista. Por otra, el postliberalismo de los republicanos, conservador, calculador, ajeno a las instituciones, globalista en su finalidad última. Son formas del mismo sistema que en 1991 creyó que era el fin de la historia, cuando solo estaba aconteciendo otro capítulo más, ese en el cual la URSS se disolvió, pero no el movimiento de lo real con sus contradicciones. Ahora, cuando el orden está cambiando hacia una multipolaridad, se tiende a restaurar a Occidente desde políticas irracionales con una élite que pareciera enloquecida.
El Proyecto 2025 no solo quiere barrer con lo liberal, sino restablecer el núcleo del liberalismo, aunque parezca una paradoja o contradicción. Es la huida hacia delante de los poderosos que prefieren demoler antes que permitir que se construya otra manera de entender el mundo diferente a la que lleva más de quinientos años prevaleciendo. Lo que está por verse en los próximos meses y años quizás sea la radicalización de lo mismo. Habrá que esperar. (Texto y Foto: Cubasí)